Treinta y cinco

6 3 0
                                    

Querido y Estúpido Diario,

Hoy estaba caminando hacia mi casa junto con Nalia, y ocurrió un suceso algo interesante.

Mientras hablábamos sobre temas aleatorios y sin interés alguno, vi a lo lejos a un chico que me pareció conocido. Y mientras mas nos acercábamos, mas fuerte era esa sensación. Y, sí, era el chico al que golpeé y rechacé para el baile, el mismo que me pintó el pelo y envió esos chocolates que enfermaron a Josh.

Pero toparme con el en vacaciones no fue lo que me sorprendió, lo que me asombró fue que estaba sentado en un banco y él se veía muy adolorido, mientras sobaba su tobillo y hacía muecas raras.

A su lado había un skate.

―Vaya, Zoe. Mira ―dijo Nalia, señalando al chico―. Parece que necesita ayuda, vamos a... ―comenzó halándome del brazo.

―No, no, no, no y no ―la interrumpí―. Él es un idiota y, técnicamente, me odia. Se lo merece.

Nalia se detuvo frente a mi, y se puso las manos en las caderas, como una madre que regaña a una hija.

―Nunca ¡Nunca! debes dejar de ayudar a las personas por alguna razón, sin importar cuanto te odien o cuan mal te hayan tratado ―intenté replicar, pero me interrumpió― ¡Ahora vamos a ir allá y a ayudarlo! O sino no me llamo Nalia.

Y me haló hasta el chico. Y solo esperaba que no se comportara como comúnmente lo hacía, porque ahí lo golpearía y no me importaría.

―Hey, ¿Necesitas ayuda? -Nalia se agachó un poco y yo bajé la cabeza, intentando hacer que no me reconociera.

―Yo... Uhm... Solo un poco ―miró a Nalia con pena.

―¿Qué necesitas?

―Mi casa está como a dos esquinas de aquí, necesito ayuda para llegar. Me he caído del skate, me torcí el tobillo y a penas puedo caminar.

―¿No tienes a nadie en tu casa que pueda esperarte o venirte a buscar? ―pregunté escéptica haciendo que el se percatara de mi presencia, frunciera el ceño y me mirara confundido.

Por favor ¿Tan extraño era verme ayudando a alguien?

―No ―respondió el chico el cual, ahora que lo notaba, desconocía el nombre. Pero tampoco me interesaba saberlo. Nalia buscó el skate y me lo pasó, mientras ayudaba al chico a levantarse. Él le echó el brazo por los hombros y se tambaleó un poco.

―Zoe, necesito que nos ayudes, no puedo yo sola con él ―fui a regañadientes a socorrerlos y solo caminamos un poco cuando noté que eso no iba a funcionar, y así se lo hice saber a Nalia. También le sugerí que, como yo no vivía muy lejos de ahí, podía ir a casa y preguntarle a mamá si me permitía usar el auto, o que ella nos viniera a buscar en él. No podía llamar a mamá, porque (já, que suerte) ese mismo día había olvidado mi teléfono en casa. Ella aceptó y la dejé con el chico e irme, no sin antes fulminarlo con la mirada.

Diez minutos más tarde, mamá venía conduciendo conmigo de copiloto, subimos al chico y a Nalia en la parte de atrás y lo llevamos a su casa. Luego, para "no desaprovechar el viaje" (palabras de mamá, no mías) fuimos a comer un helado.

En parte, siento que ese fue mi "buen acto del día". Nunca hubiera imaginado que iba a ayudar a semejante idiota cuando simplemente podía reírme en su cara e ignorarlo como venganza.

Supongo que, cuando tienes buenos amigos (como Nalia), te sientes motivado a hacer este tipo de cosas.

¿O será que estoy cambiando?

Bueno, da igual.

Adiós, Estúpido Diario.

No me importas un pepino,

Zoe.

Mi Estúpido DiarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora