Mi Estúpido Diario

Cuarenta y Uno

Querido y estúpido Diario,

¿Ya he dicho que no me agradan los niños?

Vamos a ser claros, no odio a los niños, pero si me ponen a elegir entre cuidar niños y alimentar leones, sin dudarlo demasiado, elegiría la última opción.

Ya que estás en contexto, diario, debo decirte que Nalia tiene un hermano. Y muchos primos. Muchos primos pequeños. Y todos ellos en conjunto forman el grupo de niños más desquiciante de la historia.

Solo el candor de Nalia puede con ellos y, como es de esperar, yo no estoy ni estaré nunca a ese nivel.

Así que, en resumen, a parte de Nalia, tengo un hermanastro demasiado bueno sacándome de mis casillas. Es un niño de unos ocho años. Su pasatiempo favorito es patear la mesa en la que comíamos mientras estaba con la familia de mi padre.

Tan horrible como suena.

Fui a comer con mi padre y su familia.

Sucede que Nalia comenzó a insistir, mi mamá comenzó a insistir, papá comenzó a insistir y a mí me empezó a picar la curiosidad. Así que, luego de un tiempo, acepté. Si algo había aprendido con mis sesiones con el psicólogo, con los sermones de mi mamá y con las lecciones de vida de Nalia, era que estar resentida por siempre no iba a resolver nada ni me traería nada bueno.

Claro, que no lo hubiera puesto en práctica hasta ahora ya era otro tema.

Así que fui. Aunque me pasé la mayor parte de la cena mirando al plato de comida, me solían poner temas de conversación. Y debía admitirlo, no eran tan malas personas como mi mente lo había idealizado.

Mi parte favorita fue cuando, luego de que el niño se hubiera pasado toda la cena pateando la mesa y mis nervios estaban demasiado alterados, yo la pateé en respuesta y el niño me sonrió y dejó de hacerlo.

Sí, era un niño raro.

Pero bueno, ¿Sabes, Diario? Creo que estoy llegando a controlar mi ira de una mejor manera.

Creo que ya no es tan necesario insultarte, pero lo haré para mantener la costumbre.

Adiós, Estúpido Diario.

No me importas un pepino,

Zoe.