Haciendo de tripas, corazón

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Esa noche estuve religiosamente fuera de su puerta, como un zombie sin voluntad propia que solo sigue el sonido o el olor, ciego al razonamiento. No sabía si Maia la había bloqueado, pero algo me decía que no. Ella era de las que no les importaría tener un segundo round si estaba segura de su triunfo, volver a sacar tus tripas en el ruedo y mirarlas retorcerse sin mayor turbación.

Eso era lo que más me perturbaba porque a Maia no parecía afectarle decirme lo que me había dicho, no le dolía, pero tampoco parecía disfrutarlo. Era un desperdicio de carnicería.

Así que ahí estaba, iba a darle la oportunidad de nuevo de cortarme en trizas y seguramente lo merecía.

Entré de nuevo sin tocar, Maia estaba sentada leyendo un libro. Llevaba lentes, de esos pequeños y delicados, los bajó por el puente de su nariz y me miró adormilada. Cerró el libro y tras colocarlo en la mesita de su lado se acomodó para dormir orillándose del lado izquierdo, dejando claramente despejado el lado derecho.

Una invitación, indiferente, pero invitación al fin.

Apagué la luz y me introduje en su cama, incluso me arropé con su propia manta.

- Maia – Llamé.

- ¿Qué quieres? – Contestó cansina.

- ¿Por qué no cerraste la puerta? – Pregunté tentando mi suerte.

- Porque sabía que ibas a venir – Dijo simplemente.

- Entonces ¿Por qué? – Insistí.

- Porque siempre he hecho eso Patrick, lo que tú quieres – Respondió haciéndome analizar si eso era cierto.

Sorprendido decidí que lo era, pensando en detalle en nuestra infancia, en nuestro tiempo juntos. De cierto modo hacía las cosas que yo quería, comía lo que yo, veía lo que yo, solo que siempre lo hizo con una actitud tan independiente que te hacía creer que había sido su elección y no la tuya.

- Y ¿Qué hay de ti? – Quise saber ¿Qué había de lo que ella quería?

- No lo sé, me iba bien haciendo exactamente eso. Ni más ni menos – Apuntó y la sentí encogerse de hombros.

Era una tonta si creía que podía hacerme creer que no era más que un robot sin voluntad.

- Maia – Presioné, eso no podía ser del todo cierto. A mi mente vino esa noche, cuando me había dado cuenta que ella se había tocado después de haberme visto haciendo lo mismo. Lo había hecho porque ella lo quería, se había escondido de mí, me lo había ocultado porque era su deseo no el mío.

- Piensa que lo hago por eso que dijiste de los fármacos, si eso te hace sentir bien – Me dijo cortante.

- Pero no es así, quiero escuchar tu razón – Me impuse atreviéndome a arrimarme a ella.

- También quiero descansar – Admitió y la sentí relajarse a mi lado.

- ¿Qué hay de eso que dijiste ayer sobre...? – Empecé a peguntar.

- Vamos a hacer silencio – Me interrumpió girándose, su brazo derecho rodeándome, su palma descansando en la mitad de mi espalda, su cabeza removiéndose para calzar bajo mi barbilla.

- Desde ese día nada ha estado bien – Admití con los latidos de mi corazón a mil.

Maia gruñó bajito, mostrándose poco flexible ante mi obstinación.

- No estaba bien desde antes de eso – Me contradijo.

- ¿Qué significa? – Sondeé.

Negó con la cabeza y soltó otra exhalación que no llegó a un suspiro, que murió antes de serlo.

- Si no lo sabes está bien Patrick, solo déjalo ir – Pidió cansada.

- Maia quiero... - Comencé a negar.

- Por favor – Solicitó, la palma de su mano izquierda sobre mi corazón.

Un latigazo de dolor se cruzó allí y pareció replicarse en cada lugar en el que estábamos haciendo contacto.

....---....

A la mañana siguiente –Sí, la eterna erección Maiaistica hizo su aparición pero ambos la ignoramos. Normal, como si nada- Maia me despertó con un beso en la mejilla. Sentí como que si esos años separados nunca hubiesen transcurrido, éramos ella y yo juntos de nuevo, en nuestro propio y secreto mundo.

Al salir del baño ya estaba vestida para enfrentar el día. No quería saber que significaba mi desilusión, era domingo, tenía la esperanza de poder quedarme en cama todo el día. Sí, con ella y no, no creía que hubiese nada malo en ello, no estábamos haciendo nada, no estábamos cruzando ningún límite. No había consecuencias.

Lo dicho, un hipócrita. Era malditamente bueno engañándome a mi mismo, lo que no tenía ningún sentido cuando ni siquiera podía engañarla a ella. Sin embargo, Maia me complacía una vez más dejándome creer que pensaba lo mismo, o que no le importaba.

- Esta noche voy a regresar algo tarde, pensé que debía dejártelo saber – Me informó sentándose frente al espejo, empezando a maquillarse.

Un ¿A dónde vas? Murió en mi garganta, me aseguré de tragar fuerte para hacerlo bajar.

Maia se giró y me miró esperando y sabía que debía decir algo, pero eso sería cruzar el límite. Me levanté, estiré y le dije entre dientes que iría a bañarme.

- Bien – Aceptó volviendo a su maquillaje, pero creí ver que el costado de su boca se había levantado un poco.

¿Qué le había causado gracia?

El resto del día me sentí irritado conmigo mismo ¿Por qué no dije nada? ¿Qué quería decir? ¿Qué era lo correcto para decir? Si fuera un buen hermano, uno normal, supongo que debía haberle dado una especie de regaño cariñoso, debía haberle dado una guía sobre lo que es el comportamiento moral adecuado enmascarado en una broma.

Pero lo cierto era que no era un hermano normal, porque no podía bromear sobre ello. No podía insinuarle con frescura que pensaba que ella iba a salir con ese novio que me había mencionado y mucho menos que debía "cuidarse", darle unos condones de forma casual. 

No podía porque en realidad la idea me carcomía por dentro, era como una enfermedad inmune, formada con las inseguridades batallando en mi pecho. No podía, sencillamente porque me volvía un desequilibrado la idea de un tipo sin rostro abrazándola, sosteniéndola en la cama e invadiendo su cuerpo. No podía enfrentar la imagen de ella saliendo de su estoicismo habitual, su rostro inundado de placer, susurrando cosas sucias y eróticas o incluso peor, palabras amorosas.



La verdad que omitíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora