Salí, me encontré con un amigo en un bar e ignoré toda la cháchara sobre él tentado por una chica, sobre él en dilema sobre si engañar a su novia de toda lo vida o no. Fui un pésimo amigo, le dije que hiciera lo que quisiera a pesar de que estuve ausente - al menos mentalmente- en la mayor parte en la que expuso sus argumentos en pro y en contra.
No me importaba nada, me obligaba a prestar atención, pero la verdad era que no me importaba. No podía sacarme de la cabeza ese momento que me había dado Maia para que la detuviera, ese momento que yo había dejado pasar sin la menor duda.
Porque era un cobarde que tenía una razón para serlo. Estaba seguro de que había estado bien así como había estado mal. Había hecho lo correcto para el mundo y lo incorrecto para mi y empezaba a cuestionarme sobre cuál era más importante. Sobre cual al final prevalecería.
Ella desordenaba mi corazón, como una baraja de cartas recién estrenada, en manos de un jugador experto.
Llegué a la casa sintiendo mi voluntad flaquear sin control, así que volví a obligarme a salir, a distraerme, empecé a trotar a pesar de no tener la ropa más adecuada para quemar energía.
¿Qué estaba haciendo? ¿Para qué había vuelto a casa? ¿Qué significaba esta locura que me hacía enfrentar Maia? La respuesta estaba ahí, casi obvia. Pero no tenía sentido, desentonaba con mi concepto de lo creía sentir por ella.
Sabía que era un sentimiento intenso, sí, pero se suponía que al fin y al cabo era algo fraternal. Pero de nuevo, en el fondo y sin ir muy lejos, en la superficie, sabía que había algo más, no era así como me sentía con los gemelos que papá había adoptado al casarse con su madre, ni de cerca.
¿Por qué si no no había hablado nunca de nuestras particularidades? Cuando mis amigos hablaban de sus relaciones con hermanas e incluso primas. Escuchaba sus experiencias como algo lejano y soso ante lo que compartíamos Maia y yo.
¿Entonces qué?
Sí. Y si ella...
¿Entonces qué?
Para la noche aún no había resuelto nada en mi mente, no había tomado una decisión aunque sabía que eso era lo único que calmaría el avispero en mi cabeza, porque no podía permitirme elegir mal. Si lo hacía mal, arrepentirme, pedir perdón no serviría de nada. Nada podría reparar el daño que causaría en ella, en mí y en nuestra relación.
Durante la cena mamá guardó silencio, aunque se vez en cuando podía sentir su mirada sobre mí mientras yo miraba el puesto vacío de Maia.
A las 10:00 pm estaba caminando de un lado al otro como un león enjaulado.
Eso ya era llegar tarde.
¿Con quién estaba? y lo más importante ¿Qué estaba haciendo?
Un maldito ácido corrosivo estaba haciendo papilla mis entrañas.
De alguna manera supe que ella sabía que yo estaría así, por eso había sonreído. Me había dado una oportunidad, yo la había desechado y ahora estaba pagando por ello.
En mi mente ella pasaba de buena a mala en segundos y viceversa.
Me puse un suéter y salí a esperarla afuera, era lo único que podía hacer. Era un imbécil que ni siquiera se había asegurado de tener su nuevo número. Me sentía como un maldito mal chiste.
Pasada la una de la mañana noté un carro desacelerar y empezar a aparcar frente a la casa ¿Qué clase de educación basura le había dado mamá a Maia? ¡No podía confiar en ella! No si Maia creía que estaba bien aparecer a esas horas en casa, cuándo ni siquiera tenía la mayoría de edad para beber.
Iba a escucharme, esa chica que estaba empezando a jugar jueguecitos mentales conmigo merecía ser parada en seco. Esta no era la Maia que había crecido conmigo, aunque tal vez eso fuera lo mejor para mi salud mental.
Se bajó y de inmediato miró hacia dónde estaba parado a pesar de que había dejado las luces del porche apagadas. Rodeó el auto y se inclinó hacia la ventanilla del conductor, de espaldas a mí. Una rabia poderosa recorrió mi espina dorsal ¿Qué estaba haciendo? Y delante de mí, como si yo no fuera más que parte del mobiliario.
Ella lo sabía y aún así.
Maia estaba probando mis límites.
El carro arrancó después de que escuchara un "Bye nena". Ella se quedó allí parada, viendo el carro alejarse o buscando hacerme perder más los nervios.
Cuando llegó hasta mí me observó, como si no se hubiese dado cuenta desde el principio que yo estaba allí.
- Creí que ya estarías recostado - Comentó mientras sacaba la llave de su pequeño bolso.
- Y yo creí que a esta hora tú también lo estarías - Le repliqué.
- Pude quedarme haciendo eso Patrick, sin embargo estoy aquí - Indicó frunciendo el ceño, como si de por sí eso ya fuera una concesión.
Me reí mordiéndome la lengua para no sobre reaccionar, pero eso no fue suficiente.
- Bueno, tienes razón. Eso es toda una hazaña ¿Llegar a esta hora en lugar de pasar toda la noche afuera? Toda una proeza... para una zorra - Me burlé venenoso.
Maia soltó el aire mientras dejaba salir una delicada risa.
- Eso fue ingenioso - Dijo abriendo la puerta.
- ¿Es lo que eres? - Pregunté sin burla, sentía que había perdido el intercambio.
- ¿Es lo que soy? - Preguntó en su lugar - También me lo he preguntado, hace un tiempo ya - Agregó entrando.
Entré tras ella, me molestaba que dijera eso de sí misma cuando tenía que estar furiosa y dolida conmigo por siquiera insinuarlo.
- ¿Qué mierda se supone que significa eso? - Pregunté clavando la vista en su espalda.
- ¿Lo preguntas porque no lo sabes o porque quieres hacerme creer lo contrario? - Me retó deteniéndose.
- Di lo que quieres decir, déjate de rodeos - Empujé eufórico.
- Ay Patrick por Dios... Quieres que diga lo que tú quieres escuchar porque no quieres plantearlo tú mismo - Expresó tranquilamente.
¿Cómo decía eso así? ¿Cómo es que no perdía el control cuando yo había lanzado el mío por un tubo?
- Si eso quieres. Te lo dije Patrick, siempre hago lo que quieres - Me recordó - Con eso quiero decir que quizás si soy una zorra. No, seguramente lo soy porque no han sido uno, dos o incluso tres años desde que sentir tu erección me ha hecho querer frotarla en mi contra, y no precisamente sobre la ropa. Porque han sido más de cuatro años en los que he me he sentido frenética y complacida ante el oscuro pensamiento de ser la causante de las mismas - Reveló volteando para mirarme.
A mí que estaba ¿Qué? ¿Horrorizado? ¿Entusiasmado? ¿Aliviado? ¿Repelido? ¿Todas ellas?
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La verdad que omití
RomanceSé que nuestra relación no es normal. La quiero demasiado, me quiere demasiado. Pero... ¿Lo que hacemos es sórdido? No, no lo creo. Aun así siempre me he cuidado de no hablar de más. Cuándo ella se fue se sintió como una tortura. Ahora que regresó l...