Una crónica anunciada

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A la mañana siguiente me desperté y me sorprendió el hecho de que ella no estuviese ahí. Después de lo que había ocurrido, de lo que se había dicho y hecho me prometí despertarme a su lado y dejarle saber que pasara lo que pasara yo la había elegido.

El recuerdo de haber acariciado su espalda, sentido en la yema de mis dedos los huesos de su columna me hizo cerrar los ojos en un minuto de autocomplacencia. El sabor de su piel transpirada luego de haberla llevado al primer orgasmo. El almizcle perfumado e inconfundible de su sexo en nuestras lenguas. Lo sensible que es su abdomen a los besos, sobre todo alrededor del ombligo.

Me había embrujado.

Me vestí apresuradamente para ir en su búsqueda.

- Maia – Llamé tocando la puerta de su baño, se escuchaba la ducha encendida.

- ¿Sí? – Preguntó, no se escuchaba desanimada ni mucho menos. Pero eso no me hizo sentir tranquilo, sabía que ella podía camuflar sus emociones como toda una experta.

- ¿Está todo bien? – Indagué abriendo la puerta, de todas formas ella estaba detrás de las cortinas y más allá de eso después de anoche no había una parte de su cuerpo que no hubiese visto.

- Sí ¿Por qué? – Me cuestionó.

- ¿Por qué estás ahí sola? – Me armé de voluntad para decir, aunque se me antojaba demasiado descarado. No es que no quisiera decir eso, pero con Maia era como un novato.

- Porque debería portarme bien, no quiero escandalizarte Patrick – Bromeó.

- Ah, protegiéndome de ti, no lo había pensado pero, tienes razón – Evalué – Buena chica – Le alabé aliviado.

Maia soltó una carcajada.

- Tampoco así – Negó apartando la cortina rápidamente para salpicarme.

Un ligero vistazo de su piel cremosa y el fanático número uno de esta chica ya estaba listo para hacer porras. Pero antes de dejarme llevar de nuevo por las hormonas adolescentes que Maia parecía revivir sin piedad, como una alquimista caprichosa, pensé que debía aclarar algo.

Maia me había elegido y sin pensármelo mucho, sólo dejándome sentir yo también lo había hecho con ella. Sin duda la había lastimado, hasta el punto de hacerla representar el papel de la hermana sosegada que no era, hasta el punto de hacerla encerrarse en sí misma. Había ignorado lo que había entre nosotros como un necio, cuándo era el poderoso lazo que nos ataba lo que me hacía necesitarla hasta el extremo de no dejarme descansar en paz.

Una equivocación y ella retrocedería lejos de mí, debido a eso estaba lleno de miedo.

- Termina con ese tipo – Declaré esperando por su reacción. Me estaba refiriendo a su novio por supuesto. Maia no era virgen, no es que eso fuera importante, pero me pesaba que debido a mi propia necedad, a la verdad que omití, ella había terminado entregándose a otro.

- ¿Estas...? – Empezó a preguntar.

- Estoy seguro – Terminé por ella.

- Bien – Dijo simplemente, como si eso fuera todo lo que necesitaba para hacerlo, como si lo hubiese estado esperando. Y así de simple supe que lo haría, que esa persona no significaba nada para ella.

- ¿Quieres entrar? – Preguntó finalmente.

- No – Le respondí rápidamente antes de cambiar de opinión, tenía algo en lo que pensar y ella no iba a dejarme concentrar si entraba allí. Sus cejas casi se unen por su descontento - ¿Sabes cuál es la bebida favorita de mamá? – Pregunté rápidamente.

- ¿Estamos hablando de alcohol? – Quiso saber asomando su cabeza por la cortina.

Asentí ante su mirada extrañada.

- Sangría, sabes... de ese vino dulce de frutas – Me dijo preguntándome con la mirada.

- ¿Crees que va a alterarse cuando vayamos por ahí tomados de la mano o cuando nos consiga haciéndolo sobre su sofá favorito en dónde adora ver gore? – Inquirí.

- No lo creo, tiene una mente más abierta de lo que crees – Comentó con un costado de sus labios inclinándose, pocas veces me había dejado ver ese espectáculo. 

De existir, así sería la sonrisa de los dioses.

- No lo sé, ella siempre ha sido escalofriante para mí – Admití fingiendo un estremecimiento – Pero ¿A qué te refieres con eso de la mente abierta? – Investigué empezando a cambiar de opinión, definitivamente quería entrar ahí con Maia.

Empecé a quitarme la ropa mientras ella me observaba apreciativa, no debí haberme puesto la ropa. Si que tenía una visión muy reducida de las cosas.

- Bueno ¿Alguna vez has leído las cosas que escribe? – Me cuestionó con un brillo malicioso en sus ojos.

- No realmente – Confesé.

Ella asintió y cubrió su boca con las manos, escondiendo de nuevo esa insinuación de sonrisa.

"La amo, no puedo remediarlo", pensé admitiéndolo, aun si se determinaba que lo nuestro no debía ser, aun cuando se dijera que lo que teníamos era algo sórdido.

Era innegable, sería yo el que jamás podría ponerle fin.

- La mitad de las cosas que quiero hacerte fueron pensadas por ella – Me dijo haciéndome fruncir el ceño. 

Eso era definitivamente algo raro de escuchar, concluyentemente escalofriante.

- ¿Literatura erótica? – Asumí, recordando una que otra de sus portadas desperdigadas por ahí.

Ella dio un rápido asentimiento mientras yo entraba a la ducha, pero parecía estar guardándose una información más jugosa.

- Pero... Su historia más famosa fue una que empezó a escribir hace unos cuatro años – Soltó, como esperando alguna reacción de mi parte, empecé a besarle el cuello - Publicó hace un año Patrick, ha sido... ¿Controversial? - Opinó empezando a sonar jadeante.

- ¿Ah sí? – Murmuré sin mucho interés.

- Es sobre dos medios hermanos que empiezan una tórrida relación bajo las narices de sus padres – Reveló, sus uñas ya estaban haciendo de las suyas en la parte baja de mi espalda.

- ¿Qué? – Exclamé dando un paso atrás.

- ¿Nosotros? – Pregunté.

Maia asintió a medias, como indicando que sólo era una suposición.

- Es un tanto perturbador – Consideré - Pero nosotros no hicimos nada en realidad, no en ese entonces – Me quejé sintiéndome vilipendiado.

- Por eso era tan frustrante para mí... Los personajes ficticios eran mejores que la realidad – Se quejó, golpeándome el abdomen.

- Pero, eso podemos corregirlo – Propuse atrayéndola por el trasero.

- Eres tan lento – Me provocó Maia poniéndose de puntillas – Es lo que he estado tratando de hacer como desde siempre, imbécil – Reveló en un susurro, mordiendo el labio inferior de mi boca.

Fin.

La verdad que omitíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora