Alaska

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Fuiste efímera en un tiempo,
y en el otro fuiste todo.

Y todo te llevaste
con tus manos secas
y sonrisa macre.

Eras nada en tanto tiempo
y nada en un pasado.

Fuiste en un pasado todo
y me trasformaste en nada.

¿Por qué?

Yo solo quería ayudarte
y también arreglarte.
Y me entró furia y desastre.

Qué va si las dudas se van a flor de piel.
Yo sé de quién hablo, cualquiera sea el caso.

Yo sé de qué prosa formas parte,
qué flor arrancaste,
para ver si te amaba o no.

Porque yo también tengo mis dudas.
Y no las comparto con nadie más que conmigo misma.

Soy fuerte; al diablo con la gloria
o con el cuarto de al lado que sólo se escuchan jadeos
y un futuro impredecible.

Al diablo los problemas, las quejas, los cortes
y ese frasquito de muertes rápidas.

Al diablo con las prosas, las metáforas,
los versos que contienen más tragedias que amores secretos.

Oh por el amor de dios.
¿Por qué nadie más ve la poesía como yo la veo?

Yo, tú, ellos podrían ser ese amor secreto,
esas palabras que se sacan a besos.
Ese nombre que solo se escucha cuando se rompe una relación de cero.

La última calada.
Sí, ahí estoy yo, ahí estás tú.
Ahí van ustedes, los que omiten
que la primera frase
calza perfectamente con la última,
y que esto no se trata de un simple poema,
son palabras que van
c a y e n d o.
Como la última gota que colma el vaso,
como la última risa que nadie habla
porque todos le tienen miedo.

Hablo de ti, Alaska,
aunque estas letras sean tan indirectas
como las influencias de amigos.

Hablo de ti,
de quien nadie más sabe.

Hablo de ti, una Alaska inefable,
corrompida, inestable.

De esas chicas que escribe sólo por quejarse;
de esas chicas que son más «fugaces» que un «te quiero» mal pasante.

Pedacitos de tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora