corazón que no siente

diez

soy de salir mucho:

salgo a bailar, a comer, a la casa de una amiga o un chico cualquiera.

porque si no salgo,

tengo que estar en mi casa

y cualquier lugar es mejor que ese infierno.

sin embargo, descubrí que

el infierno no tiene por qué ser un lugar:

puede ser una persona.

aquella noche de viernes,

en esa casa llena a reventar de gente y música estridente,

lucas fue mi infierno.

apenas se vaciaba mi vaso él ya me ponía uno nuevo en la mano,

me hablaba al oído mientras bailábamos,

me tocaba incluso cuando yo trataba de apartarlo.

y en un momento de la noche,

le dije que iría a buscar a mi amiga porque la había dejado sola.

pero no me dejó irme: me agarró de un brazo y me llevó a la fuerza

a una habitación que apestaba a vómito y alcohol.

me arrancó la ropa con los dientes,

como si yo fuera una muñeca de plástico.

ignoró cada uno de mis gritos, mis golpes, mis intentos frustrados de escapar.

usó mi cuerpo como si fuera suyo

y me dejó tirada en la escena del crimen

como quien tira a la basura las sobras de la cena.

no sé ni cuánto tiempo estuve sola en esa habitación,

mirando el techo y sintiendo que alguien me había arrancado alguna parte del cuerpo.

ya casi era de día y muchos se habían ido

cuando me levanté y te pude encontrar.

te tomó una milésima de segundo darte cuenta de que algo andaba mal

y te conté lo que había pasado sin que siquiera me temblara la voz.

tú lloraste todo lo que yo no me atreví a llorar

y cuando intentaste abrazarme te aparté.

no se lo digas a nadie, por favor.

me juraste que ibas a guardar el secreto

pero solo porque yo te lo había pedido.

mientras nos íbamos, me dijiste:

guardarte las cosas es peor. así crecen adentro tuyo, se agrandan, se pudren más. y tú te vas acostumbrando a ese dolor. te acostumbras tanto a tenerlo guardado dentro de ti que, sin él, no sabrías quién eres. y no quiero que eso te pase.