XIII

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Todo cambió. No hubo más fotografías ni bocetos de HyukJae, tampoco emoción al ver un frasco de canicas empolvándose en un cajón olvidado. Ahora DongHae no tenía prioridades ni necesidades y no sonreía o se entretenía viendo nadar al pez dorado que HyukJae le había comprado.

DongHwa siempre le incitaba a hacer las cosas que antes solía hacer por mero gusto, y aunque DongHae las hacía, en ellas solamente salía a relucir el afán insípido de actos programados. Por las mañanas estaba en la oficina de JungSoo, e incluso a él le parecía algo aterrador en eso que DongHae se había convertido. Cuando regresaba a casa alimentaba al pececillo y pasaba largas horas junto a DongHwa, distrayéndose en cualquier actividad que pudiera ocurrírsele al científico con tal de sentir que aquella máquina seguía siendo su hijo; sin embargo, no importaba que pintaran juntos, que le mostrara viejas fotografías o le contara historias posguerra, porque nunca vio una sola reacción ni un brillo de emoción genuina en los ojos avellana del hijo que amaba. Por las tardes, cuando el sol se figuraba lejano, salía para regar las plantas; en el jardín seguían todos los adornos coloridos que DongHae había conseguido, pero ninguno de ellos, ni el color o el aroma de las flores, le traía sensaciones.

– Hace un buen día para plantar más flores, ¿no crees? –mencionó DongHwa cuando escuchó que la puerta de entrada se abría.

En realidad, todo eso de la jardinería, el dibujo o contar historias, no eran cosas que se le dieran de maravilla, pero quería hacerlas por DongHae.

– El cielo está despejado, sin nubarrones y con 5% de probabilidad de precipitación –contestó DongHae.
– ¿Puedes preparar las cosas para el jardín? Iré a cambiarme, JungSoo me regaló unas macetas que se verán muy bonitas junto al crisantemo.

La mayoría del tiempo, cuando no le ganaba la sensibilidad, a DongHwa le gustaba pretender que no había cambiado nada, como si de repente DongHae pudiera regresar por sí solo y entonces las cosas serían iguales. Sabía que su esperanza era en vano, pero seguía amándolo tanto que tenía que aferrarse a algo.

DongHae tomó las macetas y en ellas metió las palas y las semillas que habían guardado en una de las alacenas de la cocina. Salió con ello en mano, dejándolo a un lado de la entrada para regresar y cambiarse.

– DongHae.

Cuando el aludido se giró, vio a un chico pelinegro muy sonriente, caminando hacia él desde el camino pavimentado, por la pequeña pendiente. Tenía una sonrisa curiosa que dejaba expuestas sus encías y unas botas negras que crujían sobre el pasto. Un sonido extraño.

– Oh, ¿van a sembrar más cosas? –comentó el chico, poniéndose en cuclillas para inspeccionar los sobres de semillas que figuraban dentro de una de las macetas.
– No toque lo que no es suyo sin permiso –dijo DongHae, plantándose a un lado del chico y tomando su muñeca.

Su acción hizo que el pelinegro frunciera el ceño, un poco contrariado, y alzara los ojos para verlo aun con parte de su sonrisa intacta en sus labios.

– ¿Desde cuándo te importa que toque tus cosas, Hae?

El aludido no respondió nada ni hizo algún amago de reírse como era de costumbre. En sus ojos no había ni una chispa, lo que quizá fue la razón de que el chico cambiara su expresión y dejara el sobre de semillas en donde lo había tomado.

– De a cuerdo, ya –comenzó, levantándose al tiempo en que DongHae soltaba su muñeca –. Alguien se levantó de mal humor hoy, ¿no? ¿Te peleaste con tu papá?

– No tengo padre.

En esta ocasión el chico entornó los ojos con algo más que confusión en ellos. No importaba si DongHae discutía con DongHwa centenares de veces porque igual lo quería, pero nunca había escuchado que dijera algo así.

– ¿Por qué dices eso, Hae? Yo nunca te había…
– ¿Quién eres tú?

El chico ya no supo si reír o preocuparse.

Vio la expresión sería de DongHae y pensó que tendría que preocuparse.

– No me gusta tu sentido del humor el día de hoy –comentó el pelinegro en un balbuceo con cierta desconfianza
– No sé lo que es el sentido del humor. ¿Quién eres tú?
– ¿Es por algo que te dije o algo que hice? ¿Dije algo que te molestó?

DongHae analizó el rostro y la voz del chico pelinegro y supo que no le contestaría la pregunta, por lo que prefirió ignorarlo para regresar dentro de la casa.

– ¡Espera Hae!, ¿no vas a decirme lo que pasa?

De nuevo DongHae lo vio con una mirada inexpresiva. HyukJae podía verse reflejado en sus ojos, se preguntaba qué era lo que había ocurrido para que DongHae fuera así de indiferente con él. Era como si no le importara… no,

Era más como si no lo reconociera.

– Necesito entrar y cambiarme a unas ropas más apropiadas. Haz el favor de no interponerte.

Si antes HyukJae había permanecido en duda, ahora se decía a sí mismo que algo realmente grave habría ocurrido con DongHae.

– Hae, soy yo, HyukJae. ¿No me reconoces?

A cambio obtuvo otra mirada llena de una fría inexpresividad e indiferencia. Se sentía demasiado vacía sobre él.

DongHae tampoco le respondió, se dio la vuelta para entrar a la casa, aunque HyukJae se lo impidió, aferrando su brazo para que no pudiera alejarse más. Sin embargo hubo un fenómeno en los ojos de DongHae, algo frío y malévolo, que causó en él un breve lapso de parálisis. Era como si ya no le importara que sus acciones pudieran ser hirientes hacia los demás, porque con esa misma insípida expresión, DongHae llevó su otra mano para ponerla sobre la de HyukJae, justo después hizo presión para soltarse de su agarre y ni siquiera rehuyó de su mirada temerosa. Toda esa combinación nauseabunda le revolvió el estómago al pelinegro.

HyukJae no reaccionó hasta que la puerta se cerró frente a él; entonces, parpadeando un par de veces, se precipitó hacia ella.

DongHwa estaba del otro lado, con la mano extendida para alcanzar el pomo que HyukJae le había arrebatado al adelantarse. Al ver su semblante desalentador no supo qué pensar, salvo que todo eso le daba muy mala espina.

– Necesito hablar contigo.

El Día Mas Feliz (EunHae)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora