Ella está boca arriba y desnuda. La sábana se arruga a un costado de su cuerpo y sus manos descansan plácidamente sobre su vientre. Ella tiene ese hermoso gesto de completa calma y placidez en el rostro. Han pasado no más de cuatro horas de su noche efusiva y en la habitación todavía está impresa la esencia del sudor y el calor del sexo allí vertido.
Él lleva contemplándola en silencio más de veinte minutos. Es preciosa, piensa mientras intenta controlar las ganas de acariciar su piel, de besar sus curvas prominentes. Él está apoyado sobre su costado, el codo clavado en el colchón y una mano sobre la sien, así erguido para poder estudiarla mejor. Una sonrisa tonta adorna sus comisuras y tiene que recordarse cada segundo seguir respirando y evitar babear con la imagen de la mujer desnuda y tremendamente sensual que tiene al lado.
Ella suspira. Se mueve inconsciente, pero sigue en la misma postura, con la misma expresión de serenidad y bienestar. Él acerca su rostro, lo acopla a su cuello sin tocarla, aspira, sorbe ese olor tan característico y su miembro responde, está despertando. Roza con la punta de la nariz la mandíbula de su obsesión, tenuemente. Sigue bajando por todo su cuerpo, como si fuese un insecto. Se desliza y lo toca de vez en cuando. Ella suspira más fuerte, pero sigue dormida; esboza una amplia sonrisa y sus ojos se mueven inconscientes bajo los párpados. Está soñando.
Él vuelve a subir hasta su cara, la quiere contemplar más de cerca. Anhela besar esos labios, carnosos y algo hinchados a causa del sexo desenfrenado de la pasada noche. Huele a excitación, lubricación, femineidad, huele a deseo contenido. La entrepierna de él ya no pasa desapercibida. Él también está desnudo, preparado, deseoso.
Ella exhala sonoramente, abriendo los labios y dejando que el aliento se descargue sobre la cara de él, pero sigue dormida. Esto le descoloca, le descentra, pierde el sentido de sus pensamientos; ya solo la ve a ella, solo ve su cuerpo, su deseo. Levanta la mano libre y le acaricia un pecho, el pezón, lo aprieta sutilmente con dos dedos, para después acoplar la mano, su palma en el contorno redondeado del seno. Lo acuna. Lo desea. Lo quiere en su boca y así lo cumple. Acerca la lengua, expuesta y enderezada, hasta ese montículo rosado y de aspecto masticable. Lo saborea. Su mano baja por la ladera, encaminando las caricias en modo descendente hasta las caderas. El tacto empleado es leve, liviano, templado. Su miembro, ya demasiado cerca de su amada, da un respingo y le toca el muslo.
Él se arrima aún más. Ella ahora se agita y jadea, aprieta los ojos y susurra alguna incoherencia. Él se aparta un poco, no quiere despertarla, pero no sabe si aguantará más tiempo esa lejanía viéndola tan sustanciosa, tan bella y expuesta.
Ella, por fin, nota algo dentro de su letargo y abre de súbito los ojos y párpados cansados. Se asusta al verlo tan de cerca e inmediatamente sonríe. Sus ojos sonríen. Eso le excita aún más a él. Le vuelve loco. La contempla con tal devoción que está completamente seguro en ese instante de dos cosas: una, que no pasará más de un minuto en volver a hacerla suya; y dos, que permanecerá a su lado por el resto de su vida.
ESTÁS LEYENDO
Recolecta Erótica
RandomEn este recopilatorio podréis encontrar varios relatos eróticos, aliñados muchas veces con suspense, intriga y alguna que otra mezcla más. Espero que os guste la selección y que disfrutéis de su lectura. Iré colgando el resto de textos en capítulos...