Obsesionado y cobarde

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— ¿Cuánto te pongo?
"Mucho, me pones mucho, no sabes hasta que punto" No sé, dame un par de kilos, por favor.
— Como siempre, ¿no? Te los elijo duritos.
"Tan duro como una piedra, preciosa, si yo te contara..." Sí, mejor.
— Desde por la mañana y ya con este calor, ¿verdad?
"No te haces una idea del calor que tengo yo ahora, y con esa camisita de tirantes..." El coche marcaba unos treinta y seis grados.
— Madre mía, si a las nueve de la mañana estamos a treinta y seis, no quiero ni pensar cómo será la tarde.
"Pues una agonía sin poder verte, seguro" Lo mismo sobrepasamos los cuarenta.
— ¿Hoy también quieres peras?
"Enterrarme entre las tuyas es lo que realmente me gustaría" Sí, pero solo tres o cuatro piezas.
— Ya hemos traído sandías y son grandecitas. Si te parece mucho una, puedes llevarte la mitad.
"Yo te necesitaría entera, de los pies a la cabeza. Dios mío, me vuelves loco, Diana" De acuerdo, dame una mitad.
— ¡Mamá, ven a elegir una buena sandia!
"Me comería un puñado de tierra lleno de escorpiones si me los eligieras tú" No hace falta, escoge la que creas conveniente, me fío de ti.
— Ya, pero yo no me fío de mí. Créeme, es mejor que mi madre seleccione una, será más dulce.
"Entonces tendrá que elegir darme a su hija para acertar, porque no conozco nada más dulce que tú" Bueno, como quieras.
— ¿Necesitas alguna otra cosa?
"A ti para que mi vida tenga sentido" No, creo que ya está todo.
— Pues ya está. Si quieres te ayudo a sacar las bolsas al coche, hoy llevas mucho peso.
"Mejor no, la tentación de meterte dentro y raptarte es demasiado fuerte" No te preocupes, lo aparqué en la misma puerta. ¿Cuánto te debo?
— Son cuarenta y siete con cincuenta. Mira, te meto un poquito de perejil fresco, de regalo.
"Solo te ha guiñado un ojo por amabilidad, no lo pienses, sal de aquí, ¡paga y sal ya!" Muchas gracias, quédate con las vueltas, por favor.
— Oh, muchas gracias. Te ayudaré a cargarlo todo, insisto, es mucha compra. Eres muy buen cliente, Alfredo.
"Por favor no lo hagas, no te acerques más, podré olerte el pelo y eso no me hace bien" Como quieras.
— Hasta mañana y conduce con cuidado, ¡eh!
"Venga atrévete, hazlo, díselo, díselo, díselo. ¿Quieres salir a dar una vuelta luego?" Hasta mañana.

***


Alfredo llegó a casa y colocó la fruta en su sitio, para después subir con rapidez al cuarto de baño. Abrió el cajón del lavabo y sacó la foto de Diana, esa en la que su sonrisa iluminaba toda la imagen. Como siempre hacía, la dejó religiosamente en la pequeña repisa frente al inodoro y se quitó toda la ropa.
Sí que hacía calor. Tenía la frente perlada de frías gotas que le asfixiaban, pero su temperatura no la provocaba el clima, si no la imagen de aquella mujer de la que estaba enamorado en silencio desde hacía tanto tiempo.
Su endurecida polla le dolía de solo pensar en ella, le gritaba que por fin tuviera los cojones para poder proclamarle su amor y ver si realmente había alguna posibilidad entre ambos. Pero el miedo al rechazo le ahogaba las palabras en el fondo del estómago.
Sentándose en la tapa del urinario sintió el frío de la loza tocar sus glúteos, y agradeció ese frescor por un instante. Necesitaba calmarse, necesitaba aliviarse de alguna manera.
Miró fijamente a la Diana en papel. Su imaginación se introdujo dentro del paisaje en el que ella se encontraba: un jardín lleno de flores. Recordó su aroma cuando, en la entrada de la tienda, ella se le había acercado demasiado. Palpó su miembro venoso con una mano, con ternura; una caricia delicada y sutil que le provocó palpitaciones involuntarias. Pasó la yema del dedo pulgar por los imaginarios labios de su acompañante, notando casi la tersura y sedosidad que los vestían. Cerró los ojos y empezó a palpar la punta de su pene, extendiendo el líquido pre-seminal por todo el glande, cada vez más erguido, cada vez más duro y rellenado.
Puso una de sus manos en la base, sujetando fuerte, presionando el punto justo entre los testículos y su miembro, mientras que con la otra mano trazaba surcos cada vez más enérgicos por toda la extensión rosada y venosa de su polla. Con cada movimiento sentía el placer que su cerebro le gritaba que era provocado por la chica de cabellos oscuros y ensortijados, como si esa estrechez proporcionada por su palma se debiera al cálido sexo de Diana, fantaseando sobre su cuello el aliento de la frutera, sus dulces besos almibarados regándole la piel. Su mano empezó a moverse cada vez con más efusividad, abarcando toda la extensión, desde el vello hasta el glande inflamado y amoratado. Apretó los párpados y abrió la boca desmesuradamente, exhalando todo el oxígeno de sus pulmones, al tiempo que el cúmulo de semen en sus testículos hinchados se precipitaba hacia el exterior, descargando sobre su mano el espeso fluido de olor amargo.
Abrió los ojos y volvió a mirarla, prometiéndose a sí mismo que al día siguiente, no solo compraría una cantidad innecesaria de fruta que terminaría por estropearse en su nevera, si no que conseguiría, al fin, poder salir de dudas e invitar a su platónica amante a una cita retrasada durante demasiado tiempo.

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