Iguales

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Desde muy pequeñas las habían llamado "Las Primas", un nombre propio y en conjunto. Siempre paseaban agarradas de la mano y cuchicheaban todas sus conversaciones al oído, aunque la mayoría de las veces, parecían entenderse con solo mirarse la una a la otra. Físicamente eran muy parecidas, de la misma estatura, con el pelo castaño y liso; las dos niñas se lo cortaban con el mismo largo y de idéntica forma. La gran diferencia estaba en el color de piel, Yolanda era mucho más morena que Pía, y Pía tenía los labios mucho más finos que Yolanda. Por supuesto, las facciones no eran las mismas, y aunque el color de ojos en la distancia pudiera parecer igual, por la oscuridad del iris, no era así, ya que Yolanda los tenía aceitunados y Pía de un (como ella los catalogaba) "vulgar marrón mierda".
A medida que iban creciendo sus cuerpos se formaban también, los pechos redondeados y abundantes, las caderas adolescentes y golosas. Todo en ellas despertaba una inusitada curiosidad masculina. Al entrar a cualquier lugar, se hacían las dueñas de todas las miradas lascivas que hubiese. Vestían de forma honorable, con ese aspecto de colegialas risueñas que los pervertidos internautas usan para sus masturbaciones diarias. Y ellas lo sabían.
Al cumplir los diecisiete años, mes arriba mes abajo, pidieron a sus respectivos padres un viaje en autobús a la playa como regalo. Después de varias miradas de: "no he roto un plato en la vida, me lo merezco", les firmaron la autorización imaginaria.
Allí estaban ellas, con sus pequeñas maletas y los billetes de transporte público entre los dedos, esperando entre lloros y abrazos resignados, que su nueva aventura empezara de una vez.

No pasaron ni cinco minutos del inicio del trayecto, cuando la lengua de Pía ya saboreaba el lóbulo derecho de Yolanda, reprimiendo ésta una risita tonta, causada por las cosquillas que le provocaba el aliento de su amiga en la oreja. El juego empezó a llamar la atención de los pocos viajeros que las rodeaban, y aunque les importaba muy poco lo que aquella gente pensara de su comportamiento, Yolanda posó su cálida derecha sobre el muslo de Pía, apretando con saña las uñas en los gastados pantalones vaqueros. Error. Pía no reconoció aquel ataque como un stop en su quehacer, si no que lo consideró como el visto bueno para pasar a la siguiente base. Introdujo la lengua en la oreja de Yolanda y ésta guardó el escalofrío que le traspasó la columna. Lo guardó de tal manera que sus braguitas de rayas violetas se espesaron sin su consentimiento. Dejó caer la cabeza sobre el asiento y cerró los ojos con fuerza, intentando contenerse de tocar a Pía ella también.
Una ávida mano dirigió a la otra hasta el centro de aquellos gastados pantalones. Las dos se apretaron con fuerza contra la silueta de aquella rajita que se plegaba en la tela. Pronto dejaron de ser solo las manos las que con movimientos circulares, rozaran fuertemente la zona, ya que el pubis de Pía se movía en la misma franja horaria.
Yolanda sacó, con dificultad, la chaqueta de la mochila y se la puso a Pía sobre los muslos, tapando el punto de unión que tenían. Una vez oculto el delito, bajó la cremallera con cuidado, increpando a su amiga para que abriera las piernas un poco más. Introdujo uno de sus dedos por el elástico de la ropa interior, hasta sentir el vello rozar sus yemas, cubrir las uñas. Buscó efusiva el clítoris de Pía al tiempo que volvía la cara y miraba por la ventana interpretando el papel de despistada en el paisaje.
Pía gruñó por lo bajo, ella era la que siempre llevaba la voz cantante y a estas alturas había perdido todo el control de la situación. Pensó que por una vez no importaba ser la parte pasiva, eso sin contar con que la vergonzosa personalidad de Yolanda terminaría poniendo fin al contacto en pocos minutos. Qué equivocada estaba. Yolanda pellizcó con dos dedos el sexo de Pía, vibrando enérgicamente sobre su entrada, concentrando la mirada en las gotas de condensación del cristal.
Un carraspeo proveniente de los asientos traseros le hizo volver la cara y mirar con intensidad al culpable. El chico se sonrojó y, con aire pesado, se levantó hacia donde las chicas jugaban.
Notando Pía el desagrado y quietud de su masturbadora compañera, siguió la trayectoria de su mirada, hasta encontrarse con aquel joven de cutis adolescente.

—Ni se te ocurra dar un paso más —dijo con voz ronca, añadiendo un—O te mato—al entrecerrar los ojos.
Varios pasajeros oyeron la amenaza salir de los labios de Pía. Unos la ignoraron con dificultad, otros en cambio, empezaron a darse cuenta de que en aquellas dos niñas adolescentes había algo más que compañerismo.
El chaval, algo compungido, se dio la vuelta, y en vez de sentarse en el mismo sitio, optó por hacerlo en los asientos más alejados y traseros del autobús. Le había quedado claro que meterse en asuntos ajenos no era buena idea. El gesto que le dedicó aquella chica al hablar le produjo un escalofrío digno de la más cruenta película de terror.
Yolanda sacó de su desconexión a Pía metiendo dos dedos en su sexo, hasta el fondo. Rotándolos despacio en la estrecha cavidad, sintió como ésta se mojaba. Pía ya no se pudo controlar. Apresó a Yolanda por la nuca y acercándola rápidamente le dio un beso en los labios, lamiendo y sorbiendo su lengua.
Una nota de aviso las paralizó, de nuevo alguien estaba metiéndose en sus asuntos.
Dos señoras mayores sentadas tres puestos por delante de ellas, miraban descaradamente. Una de las mujeres tenía un gorrito de paja muy gracioso, mientras que la otra recogía su cabello gris en un moño de aspecto desaliñado.

—No deberíais hacer ese tipo de cosas en sitios públicos. Al menos hoy no, niñas—dijo la que cubría su cabeza con el complemento campestre.

—No se metan donde no las llaman, ocúpense de sus propios asuntos —contestó Pía un segundo antes de volver a introducir la lengua en Yolanda.
Las mujeres se miraron entre sí, sonrieron y después de un asentimiento, una de ellas se levantó. Anduvo hasta estar a la altura de las chicas y se sentó en el asiento de al lado, separándoles únicamente el estrecho pasillo.
Yolanda, sorprendida por tal descaro, paró el beso de nuevo y sacó la mano del pantalón de Pía; mientras, ésta le gruñía por hacer caso a los desagradables e intolerantes espectadores. Al fin y al cabo, no estaban haciendo daño a nadie, pensaba Pía.
La señora del pelo alborotado las miró fijamente, sacando medio cuerpo del asiento en su dirección para acercarse y hablar en tono bajo.
Era verano y el sol chocaba agresivo contra el techo del autobús, pintando su interior de luz y claridad, pero en tan solo un segundo todo se oscureció, como si un eclipse acabara de hacer acto de presencia, dejando el ambiente sombrío.
— Ese chico del que te acabas de librar se llama Rubén. Créeme, es un nombre del que no os olvidaréis en mucho tiempo— dijo la anciana a las dos chicas. Seguidamente esbozó una sonrisa y meneó la cabeza como si hubiese contado un chiste privado del que solo ella sabía el significado.

—Será mejor que dejéis el jueguecito por ahora, no os conviene estar tan acarameladas en este autobús. Dentro de unos minutos Rubén se pensará mejor la contestación a esa amenaza que le has regalado, y es posible que venga a contraatacar por haber pisoteado su hombría. Vete tú a saber por qué lo hará, los chicos a esa edad son muy inestables e impulsivos. Te dirá alguna grosería y se meterá con tu amiga. Quizás las cosas lleguen más lejos y parte del pasaje del bus se ponga en vuestra contra, incluso puede que se escape algún bofetón desacertado. El conductor parará el viaje y tendremos la maravillosa suerte de encontrarnos cerca de una comisaría. Los agentes de la ley vendrán a poner orden y tras varios comentarios acusatorios, señalándoos como las culpables del inicio del altercado, terminarán llamando a vuestros padres, contándoles lo ocurrido aquí. Creedme que los futuros meses que os esperarán no serán muy bonitos, ya que el castigo por ser tan "amigas" vendrá acompañado de viajes al extranjero. Y siento deciros que no serán viajes en pareja.
La anciana se alejó un poco de las chicas, al ver que ellas, con la atención que le prestaban, se habían acercado inconscientemente a su interlocutora. Las dos estaban con la boca abierta y Pía, además, con una de las cejas levantada en señal de incredulidad.
— Si está intentando asustarnos con jerga barata de bruja o pitonisa, será mejor que vaya a buscar a otras. Tiene usted mucha imaginación— contestó Pía una vez pudo articular palabra.
— Mm... ya veo. Tan altiva como lo recordaba. Bueno, yo al menos lo he intentado, pensé que si os avisaba podríais tener ese fin de semana idílico que tanto echareis de menos en el futuro, además de ahorraros malos ratos por las separaciones forzosas que se os vienen encima... pero ya veo que un par de besos ahora, son más importantes que lo que os cuento. Allá vosotras.
El sol volvió a salir tras el eclipse momentáneo y la señora canosa regresó junto a la otra anciana, diciéndole en voz baja:

— Ya te dije que era una pérdida de tiempo hablar contigo a esa edad. Será ahora cuando tengamos nuestro fin de semana perdido y punto... Y quítate ese gorro, ¡me pone de los nervios! Ya da igual que nos hayan reconocido o no, tontita.

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