CAPÍTULO III

20 4 1
                                        

—Lina, Lina, ¡Lina!

Era la voz de mi tío. Después de todo podía oírle decir mi nombre y cada vez su voz era más audible.

Hasta que segundos después la oscuridad fue substituida por la claridad. El eco del recuerdo de mis padres que había congelado se fue esfumando como el humo, muy lentamente. Y al fin, abrí los ojos. Me costó un gran esfuerzo abrirlos y aún más parpadear para poder adaptarlos a la luz.

Me encontraba en un lugar extraño. Era como una habitación. Sí, era un cuarto femenino. Observé detenidamente las 4 paredes que me rodeaban fijándome en los detalles. Era una habitación espaciosa. La puerta de entrada a la vasta habitación era de color blanco, un blanco apagado. A la derecha, al entrar se hallaba un considerable armario de madera de color castaño claro. A la izquierda, una estantería de color verde pistacho donde encima había un jarrón que guardaba unas rosas artificiales de color amaranto. Al lado de la estantería había un amplio escritorio con un ordenador de color negro de la marca HP. Al fondo de la habitación, esas peculiares cortinas translucidas moradas y blancas que dejan pasar la luz que entra desde el exterior dejando ver una ventana de grandes dimensiones. Las paredes, pintadas con un color salmón que hacían de la habitación una estancia mucho más cálida y más acogedora, estaban cubiertas de cuadros de grandes pintores de la actualidad. La cama en la que yacía estirada parecía ser alta y grande saciada de cojines de diferentes texturas y colores como malva, rosa, lavanda, albaricoque, etc. Y en frente de la cama había una alfombra color lino.

—¡Lina! —gritó mi tío entusiasmado.

Había olvidado su presencia. Le miré con los ojos abiertos y él me abrazó con ímpetu. "Gracias a Dios" me susurró. En ese momento le quise abrazar, pero no sabía si seguiría inmóvil. Aún así lo intenté, y lo logré. Era un abrazo débil por mi parte, pero al fin y al cabo era un abrazo.

—¿Cuánto tiempo he dormido? —pregunté finalmente al ver que sus manos se iban despegando de mi cuerpo.

—4 meses.

—¿Estamos a agosto?

—Sí, y precisamente hoy es tu cumpleaños.

Hubo un breve instante de silencio. Sabía que había dormido mucho tiempo. Pero que el tiempo exacto saliese de la boca de mi tío me sorprendió.

—¡Felicidades!

—Gracias —conseguí decir con un hilo de voz extrañada por la felicitación tan inesperada que acababa de recibir.

—Te he traído un regalo. ¡Ábrelo!

Era una caja negra, rectangular. La abrí con cuidado y curiosa por saber lo que era enfocando mi vista a lo que había dentro. Una pulsera de plata. Miré desconcertada a Simon quién me respondió con una sonrisa.

—Adelante. Póntela —su entusiasmo se reflejaba en su voz—. Oh, claro. Que tonto soy. Deja que te ayude —me la puso con gran delicadeza—. Estás preciosa.

Mi desconcierto aumentaba por momentos. Estaba demasiado aturdida como para recordar la cantidad de preguntas que debía de hacerle. La más importante, ¿Qué me había pasado?

Simon se quedó mirándome durante un largo rato y yo, mientras, intentando recordar todos los hechos.

—Tío —pude decir finalmente—. ¿Qué... qué me ha pasado?

—Eso es algo de lo que debemos hablar —su voz se convirtió en un tono serio y monótono—. Luego —repuso.

—Pero...

—Lina, necesitas descansar —me interrumpió.

—¡He estado durmiendo 4 meses! —comenzaba a desesperar. Necesitaba respuestas.

FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora