CAPÍTULO IV

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Las palabras de Simon habían llegado a confundirme más de lo que en un principio ya estaba. Sentía como si jamás hubiese despertado, como si de un sueño se tratase.

Siempre había visto la vida como un océano. Nos tiran al mar diciéndonos que en algún lugar hay una isla. Debemos aprender a nadar para no ahogarnos. Aprender a sobrevivir rodeados de una inmensa soledad con la única esperanza de llegar a encontrar aquella isla. Ahora, había dejado de creer en esa isla. No había isla, no para mí. Creí estar condenada a nadar sin cesar simplemente por temor a morir. Sí, así de perdida me sentía.

Y aquella pregunta que todos nos hacemos sonaba en mi cabeza eclipsando todos mis pensamientos, como si de un grito se tratase, "¿quién soy?".

Y cómo si fuese una prisionera de esas paredes escapé de esa casa que me hacía sentir la peor de las claustrofobias. Aunque quizás no fuese la casa lo que me causó claustrofobia, quizás fuesen las palabras de Simon, su significado, las que me hacían sentir encadenada, encadenada a una vida de mentiras. Encadenada a mis recuerdos, recuerdos que pasarán a ser los cuchillos que me herirán siempre que acuda a ellos.

Las palabras de Simon habían pasado a ser ruidos molestos que salían de su boca produciéndome un dolor insoportable, no sólo en la cabeza sino en el pecho. ¿Cómo es posible que las palabras, siendo sólo simples sonidos, puedan llegar a herir tanto? 

Dejándome llevar por la inercia de mis pies caminé sin ser consciente de mi destino. Tan sólo escuchaba los gritos de mi mente, tan sólo veía los rostros de mis padres. No podría decir con exactitud cuánto tiempo caminé puesto que sentí que se trataba de un breve instante y a su vez de toda una eternidad

Los pensamientos seguían siendo gritos insoportables, y el recuerdo de las palabras de Simon el eco de aquellos pensamientos. Mi lado racional intentaba dar crédito a todo aquello, pero simplemente no podía. Temí que la locura estuviese próxima. No quise pensar más. Me dolía la cabeza. 

No sabía cuánto tiempo llevaba caminando, ya ni siquiera veía la casa, y aquello era difícil ya que era una mansión muy grande. Lo único que podía apreciar con toda claridad era el cielo. El sol se acababa de esconder detrás de una montaña por lo que el cielo se comenzaba a ennegrecer.

Debía volver antes de que la noche me atrapase. Pero cuando miré hacia atrás me di cuenta de qué no tenía la menor idea del lugar exacto en el que me encontraba. Desesperada comencé a caminar intentando recordar el camino, pero por mi maldita desgracia la noche yacía encima de mí y no veía absolutamente nada. Así que miré hacia el cielo en busca de la luna. Ahí estaba, alumbrando la noche cómo si fuese una enorme bombilla. Miré hacia mis alrededores y me percaté del lugar tan espléndido en el que me hallaba. Un prado repleto de rosas. No pude apreciar con exactitud el color pero aquello me daba igual. Me tumbé en aquél prado contemplando la luna y dejando que el viento me acariciara el rostro. Un millón de recuerdos alegres me vinieron a la cabeza por lo que una pequeña sonrisa se me comenzó a dibujar en mi rostro. Desee permanecer en aquél prado, estirada bajo las estrellas sin ser consciente del transcurso del tiempo ni del resto de los seres humanos. Después de todo eso era lo que siempre había deseado. Me relajé.

Pero cuando ya había pasado un buen rato, una brisa helada me comenzó a subir por las piernas. Sentí como mis bellos se erizaban. Y por un instante creí oír el susurro de alguien intentando pronunciar mi nombre. Abrí los ojos y levanté la cabeza en busca de alguna persona, pero como era de esperar, no había nadie más que yo. Pero de repente, un viento helado comenzó a chocar contra mi rostro. Y aquél susurro comenzó de nuevo pero esta vez con más claridad. "Lina", pude oír. No pasaron más de cinco segundos cuando un viento muy fuerte barrió todo el prado haciendo que muchos de los pétalos de las rosas saliesen por los aires. Hasta que me di cuenta, aquellos pétalos no eran del mismo color que antes. Estaban cambiando. Algunos eran blancos y al instante se volvían negros y otros lo mismo pero viceversa.

Me puse de pie fascinada por lo que estaba pasando. Por un momento en el que mi sentido más racional parecía gritarme al oído hipótesis sin fundamentos para justificar aquel repentino suceso. Pero nada, nada en absoluto justificaba que las rosas cambiasen de color.Contemplé la magnificencia de aquel espectáculo dejándome llevar por mi lado irracional, por la zona del cerebro donde aún existe Santa Claus y las hadas danzan alegres junto con los gnomos. Sí, puedo afirmar sin temor alguno que durante aquellos breves segundos de ingenuidad era feliz creyendo que todo era fruto de una magia de cuento de hadas.

Quise tocar una de las rosas que todavía mantenía todos los pétalos, pero al hacerlo, rápidamente cambió de color y seguidamente, fue muriéndose, pudriéndose desde la raíz hasta los pétalos que cayeron con delicadeza como si de copos de nieve se tratase. Pasó lo mismo con el resto de las rosas que me rodeaban. 

Me llevé las manos a la boca asustada. Mi cuento de hadas se estaba tornando en una pesadilla. Miré hacia mis pies y pegué un salto seguido de un grito agudo. Las rosas, o lo que quedaba de ellas, habían comenzado a arder. Rápidamente el fuego se fue propagando hasta llegar a las más lejanas. En un principio pensé que me estaba quemando yo también, que debía salir de allí en cuanto antes. Pero estaba equivocada. Yo no me estaba quemando, el fuego no podía llegar a mí, se había formado algún tipo de barrera a mi alrededor que no dejaba que el fuego pasase. Era como si estuviese en algún tipo de cúpula.

Por alguna razón, comencé a sentirme debilitada. A penas podía soportar el peso de mi propio cuerpo. Mis rodillas temblaban y sentía como si mis brazos se hubiesen convertido en plomo. Mi cabeza me dolía demasiado. Jamás había experimentado tal dolor. Ya no pude aguantar más, la vista se me había nublado, no podía ni mantener los ojos abiertos. Caí perdiendo la consciencia. Y en ese momento, el fuego, afortunadamente, se apagó. O por lo menos eso es lo último que recuerdo antes de volver a caer en el mismo sueño profundo de antes.

FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora