Sentía como si la muerte hubiese allanado mi mente. Como si la dulce caricia de sus manos me hubiese rozado las mejillas. Como si su embriagador olor hubiese entrado en mis fosas nasales. Sentía como si cada segundo que transcurría y yo seguía viva fuese un dolor tan agudo capaz de ser comparado con el dolor que siente un hombre al que le arrancan el corazón. Sin embargo, el dolor me hacía sentir que seguía viva, aún seguía respirando el oxigeno, aún era capaz de despertar por las mañanas y contemplar el amanecer, aún podía despedirme del sol todos los días en el espectáculo de su crepúsculo. Y aquello, era mil veces peor que el dolor, yo estaba viva y, mientras, mis padres estaban bajo el suelo.
Ante Simon y Lilibeth, hacía ver que era completamente apática. No dormía, no comía, no hablaba. ¿Acaso la vida se limita a un seguido de latidos del corazón? Porque si no es así, puedo decir con total franqueza que permanecí muerta durante varias semanas, semanas que se convirtieron en meses. No obstante, los días ya no tenían importancia, no contaba el tiempo que seguía viva, sino el que me quedaba para morir. Sí, ansiaba la llegada de la muerte como el toxicómano la heroína.
Era capaz de cerrar los ojos y detener los latidos de mi corazón por voluntad propia, de hacer que mi respiración se detuviese. Era capaz de dormir sin necesidad de despertar al amanecer. Pero no lo hice. Quizás porque sabía lo que es sentir como alguien a quien amas desaparece sin más, y de haberlo hecho, Simon e incluso Lilibeth, las únicas personas que me quedaban, sentirían lo que yo tras haber realizado mi dramático deseo.
Sentía que estaba condenada a vivir en la incertidumbre de mi ser. A la espera de una respuesta a la pregunta que todos los días me hacía repitiéndome como si de un rezo se tratase, ¿quién era? Simon me había contado historias sobre personas que cualquiera diría que eran héroes por los poderes que poseían, sin embargo, sus hazañas les convertían en los peores villanos. ¿A quién pertenecía yo? ¿A los héroes o a los villanos? ¿Acaso existía el bien y el mal en esta sociedad burocrática?
Logré escuchar, sin mostrar interés, como Simon hablaba con Lilibeth de un diagnostico psiquiátrico que describe un trastorno del estado del ánimo, dicho en otras palabras, depresión.
Fue entonces cuando vi el egoísmo de mis actos. Estaba sumida en un letargo indefinido, lo que provocaba el desasosiego de Simon y a su vez el de Lilibeth. Pensé que quizás, sólo quizás, el tiempo seguía transcurriendo, y, mientras, yo lo lanzaba despreciándolo sin hacerle tan siquiera el menor de los casos. Recordé entonces a mis padres, al esfuerzo que habían hecho para cuidarme durante sus vidas y ahora yo pensaba tirarlo por la borda menospreciando la vida que ellos me habían otorgado. Llegué entonces a la conclusión de que debía hacer un esfuerzo por volver a disfrutar de cada segundo de mi vida. Debía hacerlo por el recuerdo de mis padres.
Existen diversos factores ambientales que ocasionan este "trastorno" tales como mala alimentación, inactividad física, sueño y deficiencia de vitamina D. Éstos, aún podía cambiarlos. Tan sólo debía poner de mi parte. Volver a comer como es debido, salir a caminar y tomar el sol de vez en cuando. Fue entonces cuando llegué a la resolución de que estar encerrada en casa no era lo más correcto para salir de mi depresión, debía salir, hablar con más personas. Debía ir a un instituto, por mis padres.Eran las seis de la mañana del uno de diciembre. Los copos de nieve habían empezado a caer hacía poco más de una hora. Pero habían caído los suficientes como para cubrir el jardín por completo con un manto blanco. Había estado observando aquellos copos de nieve tan peculiares desde que corrí las cortinas. De alguna forma podía notar hasta el más minúsculo detalle de cada copo. Era una sensación completamente desconocida.
Sentí como Simon entró por la puerta y se detuvo a pocos pasos de mí.
—Anhedonia —dije sin girarme aún observando aquellos curiosos copos de nieve a través del cristal de mi ventana.
Simon no habló. Pero me imaginé como su expresión manifestaba su desconcierto.
—La anhedonia es la incapacidad para experimentar placer... —comencé a explicarme.
—Sé lo que es la anhedonia —me interrumpió.
Callé unos segundos ordenando las palabras que quería decirle para que tuviesen un sentido gramatical en una frase correcta.
—Sé que no es normal mi comportamiento. Actúo con desidia todo el tiempo y sé que te preocupa lo que pueda llegar a ocurrir.
—No, Lina. Me preocupa que siendo tan joven sientas tan pocas ganas de vivir —me corrigió él.
—Está bien. Quiero hacer algo al respecto —solté intentando sonar algo más entusiasmada.
Me giré para contemplar su rostro. Aún iba con su pijama de cuadros. Tenía el pelo desordenado y unas notables ojeras alrededor de sus ojos.
—Bien.
—Quiero ir al instituto.
Simon no pareció haberme oído. Era como si aún estuviese esperando a que le dijese qué iba a hacer al respecto. Me disponía a repetírselo cuando me dijo:
—Hablas en broma.
—No, hablo enserio.
—Eso no es posible —dijo riendo.
—¿Por qué no?
—No es seguro. Lina, ya te he explicado quienes somos. Si se enteran de quién eres tú...
—¿Cómo? Tú ni si quiera sabías de mi existencia hasta hacía dos años.
—¿Quieres que volvamos a hablar de ese tema? —me preguntó irritado.
—No hemos hablado de ese tema aún. Dime, ¿Cuál es el verdadero problema por el que yo no puedo asistir a un instituto como una adolescente normal?
—¡Por qué no eres normal! —chilló.
Tras un breve minuto de silencio en el que logré procesar el significado de las palabras que Simon me había dicho decidí contestarle con un hilo de voz:
—Por lo menos déjame intentarlo, por favor.
Simon me miró a los ojos serio, adusto.
—Está bien, me lo pensaré —y entonces añadió:— Tu madre también podía hacerlo.
Le miré desconcertada pidiendo con mi mirada que se explicara.
—Percibir el olor, el tacto, e incluso ver el más minúsculo detalle de todo lo que le rodease.
Simon se disponía a salir de la habitación.
—Simon, espera —él se detuvo—. Aún no me has hablado de mis... —pensé deprisa un nombre para llamar a aquellas habilidades de las que me habló—... facultades.
—Lina, tú misma te darás cuenta de todo lo que puedes hacer. Lo único que sé es que has adquirido las... "facultades", como bien tú las has llamado, de tu madre. Ella era rojo en el ejército.
—¿Y por qué no puedo leerte la mente? Dijiste que todos nosotros podemos hacerlo.
—La telepatía es como una señal wi-fi, sólo está activada cuando es necesario para que entre quien yo quiera.
—¿Eso quiere decir que no quieres que entre en tu cabeza?
—No.
Y sin decir nada más salió de la habitación.Las siguientes semanas transcurrieron más deprisa de lo que lo habían hecho normalmente. Sí, seguía encerrada en mi habitación, pero esta vez, intentando averiguar cuáles eran las facultades que yo poseía. Por ahora, había descubierto que era capaz de manejar el agua, el fuego y el viento. Era capaz de mover los objetos sin necesidad de tocarlos, telequinesia. Pero sin duda alguna, lo que mejor se me daba era el control del fuego.
La noche de Navidad, Simon, me llamó para ir al comedor. Lilibeth se había empeñado en redecorar la casa haciendo que el espíritu navideño nos embargase. Aquella noche, se había obstinado en preparar una cena especial para todos en un intento fallido de hacer ver que éramos una familia feliz.
Mientras cenábamos entre el molesto silencio, Simon, se decidió a levantar la mirada dejando a un lado los cubiertos. Cogió su servilleta que había colocado majestuosamente en sus piernas y se limpio la boca con delicadeza. Posó los brazos alrededor de su plato y toqueteándose los dedos se dispuso a comunicarme:
—He encontrando plaza para ti en un instituto no muy lejos de aquí. En el pueblo. Te he inscrito con un apellido falso, por si el E.F.E. te encuentra. Todos en el instituto te conocerán como Lina Harris.
Le miré interesada y copié todos sus movimientos anteriores.
—Te lo agradezco —le remedé en un burdo y exagerado modo que supuse le había molestado.
—Ya... —dijo de manera tosca y desinteresada—. Empiezas en enero.
Cogió los cubiertos de nuevo y siguió masticando su trozo de pavo tan educadamente que cualquiera diría que en vez de pavo se trataba de trozos de oro.

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FIN
Fiksi Ilmiah¿Alguna vez habéis sentido como vuestro pecho se llenaba de fuego? Yo sí, y lo llegué a sentir con tanta intensidad que el fuego se propagó. Todo estalló, se convirtió en cenizas. Y cuando creí que el fin era inminente volví a sentir el fuego ardien...