CAPÍTULO IX

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Mirar por la ventana era algo que siempre había adorado. A veces, sentía como si estuviese encarcelada y sólo pudiese mirar el mundo desde una ventana, como cuando ansias algo con vehemencia que yace tras el escaparate de una tienda que nunca podrás entrar debido al exagerado precio de todos sus productos. Otras veces sentía como si aquella ventana fuese la puerta a una película de terror y yo me encontrase en la reconfortante protección que te aportan unas paredes y un techo. Esta vez, miraba por la ventana del aula y sentía el olvido del tiempo, la calma del sonido de unas olas chocar contra las rocas. Sentía la caricia de la paz abrazando mi alma dejando en reposo mis penas.

—TIEMPO —anunció Jeremías. El examen de lengua acababa de terminar. Yo ya lo había hecho hacía 45 minutos. Los mismos minutos que llevaba mirando por la ventana. Jeremías se acercó a mi mesa y me acercó su mano. No entendí aquel gesto hasta que habló.

—¿Podría ser tan amable de entregarme su examen?

Se lo di y enseguida se puso a revisarlo como si de una simple revista se tratase.

—Veo que ha realizado un examen realmente formidable.

—¿Gracias? —dije no muy segura si debía ser esa mi respuesta.

—No me lo agradezca a mí. Agradézcaselo a los libros, a la buena educación. Educación que en estos tiempos que corren se pierde entre la nueva tecnología que arrasa con todo. ¿Móviles inteligentes? Esos aparatos estúpidos convierten lo racional en algo absurdo. Sí, es así como ahora la humanidad ve lo que en una época anterior fue una dicha poseer. La humanidad ve la educación, los libros como algo innecesario. Es bueno saber que aún sigue existiendo gente a la que le importan estas cosas.

Jeremías caminó por todo el aula recogiendo los exámenes y susurrando para sí mismo.

—¿A qué ha venido el sermón? —me preguntó Eiden.

—No lo sé... a lo mejor está deprimido —contesté.

—O muy viejo —añadió.

Comencé a reír tontamente por su ocurrencia. Él no lo hacía, simplemente me miraba como si intentase estudiarme para poder llegar a alguna conclusión.

—¿Qué? —le pregunté dejando de reír enseguida.

—¿Qué? —me repitió.

—¿Vas a volver a ponerte en ese plan?

—¿Qué plan?

—Ya sabes... estás bromeando un par de segundos y luego, súbitamente, comienzas a hacer... eso.

—¿El qué? —Ya sabes... hacer como si yo fuese un... —pensé muy bien lo que estaba a punto de decir —un bicho raro.

—¡No! Yo no hago eso.

—¿Ah, no?

—No, simplemente... me gusta observar el comportamiento humano.

Volví a reír por su excéntrico comentario y esta vez él también lo hizo conmigo.

—Eso que has dicho es algo extraño.

—Lo sé, pero es verdad. Mira, te mostraré algo.

Me cogió de la mano cosa que me provocó una extraña sensación parecida a la electricidad. Él no pareció haberlo notado. Me llevó a una de las esquinas del aula y los dos nos sentamos encima de una de las mesas.

—Mira —me ordenó.

Le hice caso sin comprender. Lo único que veía era a un cúmulo de personas recogiendo los libros y metiéndolos en sus respectivas mochilas mientras hablaban con otros.

FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora