Final

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Aquella mirada gris le daba un toque amargo a la cafetería. Sus ojos no se fijaban en nada ni nadie, pero su mente era presa de un solo pensamiento: él. Se preguntaba cuál fue la reacción que tuvo al leer sus escritos.
  Intentó darle un sorbo a su café, pero, al sentir ese frío y desagradable tacto, sus labios lo rechazaron. Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba sumergido en su mundo, su café estaba frío y ya no quedaba casi nadie en la cafetería. Le echó una ojeada a su reloj. Faltaba media hora para su vuelo, treinta minutos para seguir pensando en su tristeza. Cada vez se arrepentía más, quería borrar su cobardía y ser capaz de enfrentar la situación personalmente. Y es que no sería esa la última vez que vería a Yao, y cuando volvieran a encontrarse, ¿cómo lo miraría a los ojos? ¿qué clase de conversación podría tener luego de declararse?
Levantó la mirada y con ella se separó de su asiento, recogió la maleta y acomodó su bufanda. Soltó un suspiro. Ya tendría tiempo de pensar en ello cuando estuviera en casa, le haría bien relajarse un poco.
  Dio media vuelta y se acercó al cartel, buscando su vuelo en la pantalla.
"Pasillo C" leyó en voz alta, al unísono de otra dulce voz que provenía de detrás del cartel. Iván dejó caer su equipaje, acto de su sobresalto, dando unos pasos hacia atrás. Aquella voz era idéntica a...
  Una cabeza se asomó por un costado del cartel, fijando sus preciosos ojos color ámbar en el eslavo.  Una brillante sonrisa se formó en su divino rostro oriental, tal como si ese fuera el hallazgo de su vida.

—¡Iván!— Exclamó felizmente mientras se acercaba al ruso, a quien aún le costaba reaccionar. Yao suspiró aliviado, mientras posaba su mano derecha suavemente sobre su pecho.— Todavía no te has ido...

—¿Qué estás haciendo aquí?— Fue lo único que pudo decir luego de salir de su estado de shock. Yao cambió su radiante expresión por algo de seriedad y preocupación.

—Tenemos que hablar.

Aquellas palabras eran las que tanto le agobiaban y las que quería evitar a toda costa.

—Prefiero no hablar sobre ello ahora... —Desvió la mirada, chocando con el suelo, evadiendo el contacto visual.

— Dijiste que lamentabas ser un cobarde. —Susurró. Iván apretó los puños. — Estoy en frente de ti, no puedes evitarme.

— Yao... No es tan fácil para mí decirlo...

— ¿Decir qué? Ya me lo has contado todo.

El ruso alzó la mirada. Yao tenía razón. Él no tendría que decir nada, pues el chino ya lo sabía. Soltó un suspiro. No tenía otra opción, tenía que armarse de valor y aceptar la respuesta.

— ¿Qué es lo que vas a decirme?

—Que eres un idiota. —Susurró. Pero esas palabras no se sentían como un insulto, no eran punzantes, solo sinceras. Yao se acercó a él. — No tenías por qué irte así. Reconozco que me pasé con Kiku, que no debería haberle hablado de esa manera. Todos nos equivocamos, ¿no crees? y los tres hemos cometido un error en esto.

—Yo me equivoqué más de una vez... — Añadió con tristeza, recordando los momentos que quedaron plasmados en su diario.

— Tu único error fue huir a tu cuarto en vez de explicarme las cosas. —Llevó una de sus manos hacia el hombro de Iván, acariciándolo delicadamente. —No puedo creer que de verdad hicieras todas esas cosas por mí. Si tan solo hubiera sabido de ellas, yo...

—Lo lamento. —Lo interrumpió. —Me sentía frustrado de que todo siempre resultara mal.

—Iván. —Presionó sobre su hombro. — Para mí, tu sinceridad siempre va a valer más que cualquier cosa que puedas darme.

El eslavo sonrió levemente.

—Maldición... —Susurró. — ¿Por qué eres tan lindo todo el tiempo?

Yao se sonrojó ante el comentario, y sonrió bobamente.

— Lamento haberte tratado tan mal. Ambos se merecen una disculpa.

— Aún tengo que arreglar cuentas con Kiku.

— Por favor, no vuelvan a golpearse.— Reclamó. Iván bufó al recordar aquellas escenas.

— Supongo que el estar enamorado te convierte en un idiota...— Suspiró. Yao sonrió.— Y aquí estoy, hablándote como si nada, y hace unos minutos estaba casi muerto del miedo y los nervios.

—Es mejor saber que todo esto lo has hecho por amor. Es así, solemos hacerle caso al corazón y no a la cabeza. 

Iván sonrió.

—Ahora mismo, mi mente me dice que mantenga mi postura, pero mi corazón está muriendo por abrazarte. — Sonrió. — ¿A quién debo obedecer?

Yao soltó una risita por lo bajo, y se acercó a Iván lentamente. Con suavidad fue rodeando su cuerpo con ambos brazos, aquel que siempre imaginó frío, era tan cálido y agradable que instintivamente lo incitaba a seguir abrazándolo. Recostó la cabeza sobre el pecho del eslavo, acurrucándose sobre su bufanda. Iván sintió sus mejillas arder, aquel abrazo le había tomado por sorpresa. Bajó su cabeza, posándola sobre el hombro del asiático, mientras sus manos se deslizaban tiernamente por su delgada cintura, correspondiendo el abrazo.
  No pudo evitar sonreír. Era la primera vez en mucho tiempo que sentía que las cosas habían ido bien.
  Se encerraron en aquel cálido abrazo, sumergidos en sí mismos, sin pensar en lo demás.
  Una voz femenina se alzó por los parlantes, comunicando un aviso a todos los presentes, información que, por supuesto, ambos no se molestaron en escuchar. Y aunque el comunicado fue repetido varias veces, Iván no iba a permitir que se interrumpiera ese momento.
Luego de unos segundos de insistencia, la mujer calló, y un suave tono resonó en todo el establecimiento.
  Yao se separó de Iván con suavidad, mientras miraba de reojo la pantalla a su derecha.

— Has perdido tu vuelo. —Comentó con cierta preocupación. Iván abrió los ojos y giró la cabeza hacia el cartel. Su vuelo ya no figuraba en la pantalla. Soltó un largo suspiro, mientras se regañaba a sí mismo por su torpeza. Pero no se arrepentía de nada, ahora estaba seguro de que no quería marcharse. Tendría tiempo de recuperar el dinero gastado en el pasaje.

—¿Podría hospedarme en tu casa por más tiempo? — Preguntó con dulzura. Yao sonrió ampliamente, y asintió casi al instante. Por un pequeño impulso se acercó a Iván y depositó un suave beso en su mejilla. El ruso se quedó embobado, observándolo, mientras el asiático reía. Iván recogió su maleta del suelo, donde minutos antes la había arrojado, y se acercó al chino.

— ¡Vamos! —Exclamó Yao alegremente mientras tomaba de la mano a Iván y lo acercaba hacia él. El ruso no hizo más que sonreír y apretar con fuerza la mano de Yao.

Y tomados de la mano, fueron hacia la casita asiática que tantas cosas había presenciado.

Qué increíble cómo un pequeño hecho puede dar vuelta toda la historia.

Ahora tenían la oportunidad para empezar de nuevo.

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¡Y bien! Espero que les haya gustado esta pequeña historia, junto con este final cliché (?)
Gracias por tomarse un tiempo para leer esto, y también por los votos y comentarios de cada capítulo.

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Yan'na <3

-OneshoterEsp.

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