Enredado

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No era una persona que frecuentara bares; de hecho, no conocía más de uno y eso era a causa de que en algunas ocasiones llegué a ver a mi amigo Daniel ahí.

Una cerveza, una maldita cerveza era lo único que había tomado en las últimas dos horas, y ni siquiera estaba cerca de terminarla.

Isabella detestaba el alcohol, así que como buen esposo que se suponía que era, no tomaba desde la universidad; no debió sorprenderme que seiscientos mililitros se me hicieran eternos y que cada trago lo sintiera absurdamente amargo.

Me encontré solo en un cubículo hasta que otra persona se sentó frente a mí, lo observé con ojos entrecerrados por unos momentos debatiendo si debía golpearlo o solo ignorarlo.

—Tendría que romperte la cara —murmuré tras decidir.

—También es un gusto verte —dijo Daniel con una sonrisa antes de ver confundido lo que bebía—. ¿Mal día? —preguntó haciendo una señal con la mano a la mesera que iba pasando.

Crucé los brazos con enojo al apoyarme en el respaldo de la butaca.

—¿Tú que crees?

Él se encogió de hombros con desdén.

—Lo supuse por tu mensaje —respondió sacando su celular, lo picó varias veces y supuse que buscó lo que le mandé—. Cito, eres un mal nacido hijo de perra que debería arder en las llamas del infierno... Se parece al último mensaje de mi ex —concluyó, divertido.

—Me da gusto que mi desgracia te cause risa —espeté, estaba considerando aventarle la botella que tenía en frente para borrale la sonrisa del rostro.

La mesera dejó una cubeta con varias cervezas y le guiñó el ojo a mi amigo mientras que a mí me ignoró. No me sorprendió la acción, Daniel siempre fue el atractivo: ojos verdes, cabello rubio, alto y musculoso con una cara lista para salir en cualquier comercial.

Entre hombres no nos es tan difícil aceptar cuando otro es mucho más atractivo que uno.

—Bueno, ¿a qué debo tan hermoso mensaje? —preguntó, jocoso, antes de tomar un sorbo de su cerveza.

—¿Cuándo pensabas decirme quién era el padre de Lisa? —cuestioné tratando de mantener mi enojo bajo control.

Daniel me vio con sorpresa antes de beber, al bajar la botella desvió la mirada.

—¿Te dijo?

Negué con la cabeza.

—Estaban en la barbacoa de mis padres —expliqué, molesto.

—¡Uy! —masculló frunciendo el ceño con un gesto de consternación—. Qué incómodo —continuó en un hilo de voz.

—Incómodo es una palabra muy pequeña —argumenté esperando una explicación.

Daniel tomó otro sorbo y me estudió con la mirada al beber, finalmente dejó la botella en la mesa y suspiró, resignado.

—Me pidió no decir nada.

—No me imagino porqué —murmuré con ironía.

Él se puso a jugar con la botella. No alejó la vista del cristal y eso me empezó a desesperar.

—¿Mencionaste que es tu paciente? —cuestionó con cierto tono de preocupación.

Lo vi incrédulo y  mi mente comenzó a atar cabos a gran velocidad.

—¿Fuiste su descarga?

Me miró con ambas cejas arqueadas antes de soltar una muy sonora carcajada.

—¿Bromeas? —preguntó entre risas.

Negué frunciendo el ceño y me moví incómodo en mi lugar.

—Nunca te preocupas por nadie, ¿por qué por ella sí? —cuestioné tratando de ocultar el interés.

Daniel era un rompecorazones, iba de relación en relación, de mujer en mujer; jamás le había preocupado la situación que alguna de sus ex pudo pasar a causa de su estilo de vida. Así que, en mi lógica, la única razón por la que él se preocupaba era porque Lisa tenía un importante lugar en su vida.

—¿Siquiera sabes qué es eso que me dijiste? —indagó antes de beber.

Bajé la mirada, avergonzado; la verdad era que estaba tan concentrado en mis estudios para lograr la residencia en el hospital que no sabía mucho de lo que se hablaba en fiestas, redes, o cualquier evento social que no incluyera un pizarrón lleno de conocimientos de un profesor. De hecho, estaba tan desconectado del mundo que no era usuario de ninguna red social.

—Eso supuse —se burló—. Y para responder tu pregunta, no lo soy —concluyó sin dejar de reír.

—Entonces... —Empecé a decir, pero él levantó una mano en ademán de que guardara silencio.

—Me vas a dejar hablar —pidió con seriedad a lo que asentí y él suspiró con pesadez—. Lisa es la mejor amiga de Sofía —explicó, incómodo.

Levanté vagamente las cejas. Su explicación decía mucho: Sofía era el amor imposible de mi amigo, la única mujer con la que no había estado a pesar de tenerla a un paso. Era demasiado pura para ensuciarse con alguien como él; palabras que él usaba para describir a la aludida.

—Me la presentó porque te conozco y sabe lo que has logrado con otros pacientes con TLP; Lisa aceptó ir contigo bajo la condición de no revelar quién es su padre —contó viendo su botella como si fuera algo fuera de este planeta.

—No entiendo cómo su padre no se da cuenta —musité, confundido. El TLP no era algo que se pudiera ocultar, en especial por las lesiones que mi paciente cargaba debajo de sus mangas y pantalones.

Daniel me miró de manera profunda.

—Al principio creíamos que era bipolar o que tenía un trastorno de personalidad; creo que hoy te diste cuenta de como cambia de ser una persona a otra así —explicó tronando los dedos para enfatizar la velocidad.

Asentí con lentitud, era algo muy suyo el cambiar de un momento a otro. Me quedé pensativo antes de negar.

—Tengo que pasarla con otro médico, ya no puedo seguir tratándola —confesé tomando de mi cerveza.

Me miró por unos largos momentos provocando que me pusiera nervioso. Siempre tuvo la rara habilidad de leer mi mente e interpretar mejor que nadie mis gestos y acciones.

—Te enredó —me acusó sin titubear. No dije nada, solo terminé mi bebida mientras él cruzaba los brazos con cierta molestia—. Te creí más listo —prosiguió, enojado o indignado, en el momento no pude discernir su actitud.

Vi la cubeta que aún tenía otras tres cervezas, ¿qué tan malo sería ponerme ebrio?

—No sabes cómo es —mascullé agarrando y abriendo otra botella.

Daniel no dijo nada por unos segundos, pero sus ojos me acusaron.

—¿Qué tan involucrado estás? —preguntó en voz baja ladeando la cabeza.

Y me reí, de nervios, ansiedad, confusión... de cualquier cosa menos humor. Lo hice porque estaba consciente de que solo me puse la soga al cuello, porque compartí con ella una verdad que le dio entrada a intentar seducirme sin pudor.

—Solo digamos que puedo perder todo, mi licencia, matrimonio y familia —concluí y tomé de la cerveza.

Daniel me vio sorprendido, pues cuando bajé la botella, había menos de la mitad.

¿Qué tan molesta estaría Isabella cuando llegara ebrio a nuestro hermoso hogar?

N/A: TLP: Trastorno Límite de Personalidad

IncongruenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora