¿Qué tan destructiva puede ser una persona?
Tobías es un psicólogo que anhela ayudar a los que lo rodean, pero pronto se dará cuenta que no todos quieren ser ayudados, que algunos ansían llegar al final del camino de autodestrucción que han trazado...
El silencio es una invitación a escuchar nuestra propia voz, de él surge un lenguaje que no está hecho de palabras; es intuición, sugerencia, paradoja y el pre-texto que se dice... Es el material con el que se crea el arte y toda la poesía, un viaje al inconsciente dónde solemos encontrar nuestro yo más real y verdadero.
Solía disfrutar de esos momentos donde el silencio era mi única compañía, sin embargo, llegó un tiempo en el que me inquietó como si fuera un niño ante un padre enojado. La aparente calma que se posaba sobre el elevador era la que más me perturbaba, pues no había nada que me distrajera de mis acusatorios pensamientos.
Escuché el ligero tintineo que anunció la llegada a mi destino. Apreté con fuerza el tirante de la mochila que cargaba al hombro, mientras mi mente evocaba una y otra vez esa voz que me mantenía despierto durante las madrugadas.
Los lunes, miércoles y viernes se habían convertido en una tortura que me llenaba de incertidumbre y me hacía cuestionar: ¿por qué no pasarla con otro psicólogo para terminar con mis problemas?
Tal vez era por la falta de ética al hacer el cambio... O por mi muy insalubre obsesión con ella.
Un psicólogo obsesionado, ¡vaya problema!
Y si era sincero, no era diferente al ochenta por ciento de las personas con el mismo trastorno, pero ella tenía una muy sutil manera de enredarme y lograr que me perdiera.
Abrí el consultorio, desganado, y observé por unos momentos el lugar esperando que la solución a mi problema saltara de atrás de cualquiera de los sillones que lo adornaban. Suspiré con frustración al entrar; tras cerrar la puerta y dejar mis cosas en el escritorio, me dispuse a acomodar y actualizar algunos archivos de pacientes.
Llevaba tan solo unos minutos de haber empezado la tarea cuando mis ojos no pudieron evitar más dirigirse al reloj en la pared; en mi mente conté el tiempo que faltaba para que dieran las siete de la noche.
Una fuerte opresión se instaló en mi pecho mientras que mi estómago se llenó de dolor por la ansiedad que se acrecentó al darme cuenta que tenían que pasar tan sólo nueve horas para verla de nuevo... Iba a ser otro largo y tortuoso viernes.
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Entró con un aura de seguridad a su alrededor. Inmediatamente noté cómo su presencia siempre lograba romper con la tranquilidad que el paciente antes que ella dejaba sobre el consultorio; era como un huracán que se llevaba todo lo que tuviera a su paso, lograba mover todo mi interior con tan solo una mirada y siempre me dejaba cuestionando mi cordura.
Aquel día optó por vestir una blusa negra de manga larga y jeans ajustados... Amaba los colores oscuros.
No me animé a preguntar porqué había optado por manga larga en esa ocasión, pues mi pecho se contrajo y la voz quedó ahogada a causa de la ansiedad que se posó sobre mí.
