El libro del futuro
Esta sección no responde a ningún poder premonitorio del equipo, pero sí está dedicada a aquellos autores ocultos que no han publicado sus textos bajo ningún tipo de soporte. Puede que en algún futuro los fragmentos que ofrecemos por aquí se materialicen en verdaderos títulos de renombre, entonces tendremos el orgullo de decir que "Libre Fantasía" los descubrió y les dio su primera oportunidad.
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Los Reinos Perdidos
El sofoco empezaba a notarse tanto en los jamelgos como los jinetes, y uno podía dar gracias de que el sol estaba escondido entre esas nubes amenazantes de otra tormenta. Pasó un rato y fue entonces cuando los caballos empezaron a inquietarse; el corazón de las monturas latía como el tumultuoso movimiento de la rama a punto de caer; era el susurro del maldito bosque de Mertx. Y aunque transitaban por el camino, a ambos lados, entre la frondosidad, la atenta mirada de la bruja acechaba en cada sombra. Los jinetes que hace unos momentos reían, ahora no dejaban de observar a su alrededor; el miedo se apoderaba de ellos. El viento resonaba con el ímpetu de los tubos de un órgano maldito, rompiendo el inquietante silencio y dejaba en la fina brisa los susurros de las maldiciones del inframundo.
—Jinetes —alzó la voz Hussmar—, quinientas varas quedan para pasar la peor parte del sendero, abrid bien los ojos —intentó levantar la moral de los guardias.
«Puedo notar que alguien nos vigila» pensó mientras escudriñaba la oscuridad de su alrededor.
—Por cierto —dijo Rohman, mientras buscaba la mirada en guardia de su compañero de magia—. Hacía años que no cruzaba por estos senderos, y no puedo comprender por qué están tan cerca los árboles, ¿no es obligación de Koppens?
Hussmar sacudió la cabeza resignado.
—Si algo he aprendido de tanto viajar es la desidia de los reyes en las vías comerciantes, pero esta se lleva la palma...
—A nuestro regreso, a los reyes de Ergerder les expondré tal dejadez. No puede pasar por alto —remarcó Rohman.
Hussmar le devolvió la mirada.
Entonces fue cuando una niebla emergió de entre la espesura, y con ella el aire se enrareció; parecía el vapor que producía el hierro candente.
—¡Maldición! —gritó y agarró el casco y lo tiró al suelo—. Salid de mi vista —no paraba de lanzar los brazos en el aire, como si intentará matar una mosca.
Rohman al ver la situación, ejecutó un conjuró de luz: una pequeña vela mágica que iluminaba en cierta medida el camino.
—Yrgit —le dijo, levantando la creación que levitaba a escasos centímetros de la palma de mano—, que la luz de Doz te guíe; no escuches las voces —terminó, y fue cuando vio por unos instantes lo que el guardia había visto: los ojos de la bruja; ojos demoníacos de naturaleza indómita y amenazadora muerte, y que brillan como el fuego avivado.
«Nos acecha...» se dijo a sí mismo, Rohman.
Por momentos, el sofocante calor dejó paso a un frío penetrante, y con ello trajo una repentina niebla. La luz portada por el conjurador fue neutralizada, y otra vez la visibilidad era casi nula. Lo poco que podía distinguirse entre la neblina eran las pocas hojas que habitaban en esos maltrechos árboles, que caían al paso de los jinetes como si alguien las esparciera explícitamente. Pero para suerte de los guardias, solo quedaba la mitad del camino donde el bosque casi rozaba el sendero. De pronto, unos ojos rojos asomaban entre los arbustos. Rohman volvió a crear sobre su primer conjuro otra vela mágica, pero esta era de mayor intensidad. Esa renovada luz esclareció justo donde se encontraban los dos magos, y por primera vez podían divisar los horrores de años y años de magia oscura en el bosque. Los árboles tenían formas horripilantes y unas jaulas colgaban sin sentido; ¿pero qué o quién pondría jaulas en un lugar que nadie osaría pasar?
Rohman y Hussmar, lentamente se acercaron. Y fue cuando escucharon el crujido de una rama. El corazón les latía a mil por hora. Los dos agudizaron los sentidos, y se prepararon para lo peor. Entonces Rohman contempló algo que no cabía en su imaginación: entre las ramas deformadas y finas que parecían intentarle coger, varias jaulas colgaban donde dentro, vivos o muertos, confinaban a varios cuervos. Era macabro de ver pues los demás pájaros del ébano se alimentaban de los que yacían muertos en esas "cárceles" mugrientas.
Los dos se alejaron y siguieron el camino.
Las sombras se movían entre la corteza de los árboles y danzaban a ritmo de la música del mismo diablo: la danza de la muerte. Fue en ese delirio, ese éxtasis, esa orgía del averno, cuando un ruido rompió el silencio.
Todos se miraron preocupados. De la intensa niebla, surgieron varias bandadas de murciélagos que volteaban muy cerca de las cabezas de los jinetes. El caos se apodero de los montadores que luchaban para zafarse de esas alimañas voladoras. Tal como aparecieron de la nada, volvieron a esconderse entre la espesura de la neblina, y eso aunque alivió al grupo, el temor de que volvieran aparecer se hacía latente.
—¡¿Qué criatura emerge y desaparece súbitamente?! —dijo el capitán, cuya voz delataba la desesperación—. Este bosque hay que quemarlo —suspiró con rabia.
—Siento decirle que eso ya se hizo, capitán —le dijo Rohman, y viendo la cara de asombro del general—. Hace ya unos cuantos años, bastantes, el padre del ahora rey Koppens ordenó una quema de una parte del bosque, ya que muchos de los comerciantes tenían que pagar a mucho más a los mercenarios por considerarse un paso muy "peligroso". Con ello los avariciosos vendedores amenazaron en subir los alimentos más básicos una barbaridad, y el rey se opuso, pero tampoco podía hacer nada; le tenía entre la espada y la pared. Por lo consiguiente decidió que si ellos fueran los que quemaran el bosque no se opondría. Así que sin pensar en las consecuencias quemaron el bosque. A la quinta noche del devastador incendio las llamas cesaron... A partir de entonces, los mayoristas empezaron a enfermar cada uno; la piel se les caía a trozos y la muerte fue para ellos muy dolorosa. Por ello ahora solo es recomendable la tala del bosque bajo los rituales de los cardenales, pero por el avanzado estado de los árboles hacia el camino... —suspiró Rohman; nunca llegaba a entender la dejadez de la mayoría de las casas reales.
—Estamos cerca del final —levantó la voz Hussmar, y vio a unos ojos del tamaño de una naranja, y aunque no podía ver qué era eso, podía notar su fuerte respiración « ¿la mascota de la bruja de Mertx?», y pocos son los que habían visto a esa abominación de criatura, todos coincidían en lo mismo; el típico ruido de una sierra cortando madera.
—Venga, vamos que queda poco para salir de esta pesadilla —insistió el mago astral; sus ojos mostraban el pavor de tener que enfrentarse a esa criatura.
—Por fin hemos dejado al maldito bosque —dijo el capitán, aliviado de dejar el maldito bosque, pues aún les rodeaba, pero ahora les separaba setenta pies de la frondosidad, sino eran más.
El grupo pasó el maltrecho puente viejo y decidieron descansar al lado del río lento. Al descansar siguieron su imparable avance en busca de respuestas.
---------------------------------------------Sobre el autor:
"Soy un escritor de España, Cataluña, con muchas ganas de "innovar" en el mundo tan trillado de la fantasía épica. Escribo porque es una forma de evadirme de todo lo que me rodea, además de disfrutar con ello. No hay nada más gratificante que ver crecer poco a poco a la nueva "criatura" que uno escribe en las hojas en blanco."
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