Esperanza - [1ra parte] (JDGiroh)

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#LGBT

Entre jadeos, con lamparones de sudor bajo los brazos, dos jóvenes licántropos, en forma humana, corrían sorteando un árbol tras otro. Saltaron un tronco caído de raíces como dedos de gigante y se detuvieron en un claro del bosque, apenas bañado por débiles haces de luz.

Al oír un crujido, uno de ellos, de piel oscura y brazos delgados pero fibrosos, cargó una flecha en su arco y se volteó con rapidez. El ceño fruncido, conteniendo la respiración, listo para dar en el blanco a sus enemigos. Greg, su compañero, apretó los puños y gruñó furibundo. Pero sólo se trataba de tres liebres que salieron de unos arbustos y huyeron a toda prisa.

Greg se quitó varios mechones de mugriento pelo rubio de la cara, respiró con alivio y esbozó una sonrisa:

―Tus preferidos ―comentó mientras acomodaba los tirantes de su mochila sobre los hombros.

―Todavía nos persiguen, Gregorio. ¡Sigamos! ―respondió Aldo secamente y todavía ceñudo. Guardó su arco y, sin mirar a su compañero siquiera, emprendió la carrera nuevamente.

Greg suspiró resignado y fue a toda velocidad tras el otro licántropo.

Su misión era llegar al puesto 3 del Este de los hombres lobo antes del anochecer. De ello, dependían no solo sus vidas, sino también la de los pocos sobrevivientes que quedaban de su manada.

<<Todavía hay esperanzas>>, caviló Greg al pensar en el cofre que llevaba en su mochila. Para conseguirlo, ambos habían tenido que cruzar bosques y montañas. Fueron interceptados por sus enemigos y tuvieron que pelear para huir con esa pequeña pero vital caja de madera y metal. La que solo podía ser abierta por el macho alfa de su manada. Sin embargo, ambos sabían que contenía un mensaje de Dimitri, el jefe de otra manada, la de Los Pirineos. La más segura y numerosa de toda España. Seguramente se trataba de un mapa de su ubicación secreta. Allí encontrarían refugio todos los sobrevivientes.

Tras un largo trayecto, ya sus rostros perlados de sudor, se detuvieron y, moviendo sus fosas nasales, olfatearon el aire a su alrededor. Luego, Aldo señaló hacia su izquierda.

―Sí, viene de allí ―estuvo de acuerdo Greg y sonrió―. Estamos cerca, Aldo.

El otro asintió, emitió un débil gruñido y, mirando siempre al frente, reemprendió la marcha. Pronto se perdió entre la espesura del bosque. Greg tuvo que correr para alcanzarlo. Claro que en forma de lobos hubiesen llegado más rápido a su destino, pero los licántropos solo se podían convertir en bestias por la noche. A voluntad, no era necesaria la presencia de la luna llena. El problema es que ellos, para mantenerse con vida, al beber la poción humeante, habían renunciado a su facultad de transformarse en enormes lobos de colmillos y garras como afiladas espadas. De todas formas, conservaban sus sentidos de lobo, su fuerza, su velocidad y agilidad, aunque en menor potencia. Así que ahora tenían sus oídos lobunos atentos a cualquier sonido: el viento, el canto de los pájaros, las ramas crujiendo bajo sus pies. Sus enemigos podrían aparecer en cualquier momento.

―Ya nos falta poco, Aldo. Puedo sentirlo ―comentó Greg, tras un largo rato de silencio incómodo, tratando de seguirle el ritmo.

―Yo también, Gregorio.

―Una vez que bebamos más poción, estaremos a salvo.

―Lo sé ―contestó Aldo y, siempre serio y fastidioso, chequeó su reloj pulsera.

Al verlo, Greg, cerró los ojos y recordó tiempo atrás cuando eran felices y se sentían seguros en la manada. Jamás imaginaron que, tiempo después, los pajarracos encontrarían su escondite. Ese día, Aldo y Greg estaban cazando en el bosque. Ya Aldo tenía varias liebres colgadas sobre sus hombros. Tenía su remera manchada de sangre, parecía un carnicero. Por su parte, Greg cargaba con un ciervo al que sujetaba de las patas.

Libre Fantasía - Vol 00Donde viven las historias. Descúbrelo ahora