El viaje de Operd - [2da parte] (MariaParraMart )

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Un día, al caminar a oscuras por la caverna, algo se le clavó en la planta del pie. Operd gritó y maldijo; golpeó las paredes; se puso rojo, morado y verde de dolor e ira, y al final tuvo que salir cojeando de la cueva para ver lo que se había clavado y poder sacarlo. Una vez que hubo alcanzado la luz, vio un extraño objeto dorado, con tres picos, hundido en su moreteada piel. Lo examinó durante un rato. Estaba cubierto con su sangre opaca verdosa. Lo limpió y se percató de que parecía la llave del gran libro dorado. Con el pie cojo, llegó hasta él: efectivamente, la llave encajaba perfectamente en el mecanismo de apertura. En realidad, no le interesaban mucho los libros; aun así, como no tenía nada mejor que hacer, lo abrió. Para su sorpresa, todas las páginas estaban en blanco. No había nada escrito en él.

«Soy tan desdichado...». El orco se lamentaba por su herida cuando, de repente, escuchó una voz. No se distinguía si era masculina o femenina, simplemente era profunda: «Eres desdichado porque quieres». Operd se asustó y se apartó del libro.

—¿Quién eres? —preguntó a la nada, mientras miraba hacia todos los rincones, tratando de vislumbrar a alguien.

—Soy el libro de la sabiduría.

La voz, en efecto, provenía del libro.

—Y ¿qué quieres de mí? Me quieres robar mi tesoro, ¿verdad? —preguntó, poniéndose a la defensiva.

—No quiero tu tesoro. ¿Para qué me sirve, si soy un libro? No codicio la riqueza material.

—Entonces ¿por qué vienes a molestarme?

—No quiero molestarte, estoy aquí porque tú me has abierto. Vuelve a cerrarme y mi voz desaparecerá.

Al darse cuenta de que un libro no le podía quitar nada, Operd bajó un poco el agresivo tono de su voz:

—No, espera, estoy muy solo y bien me vendría hablar con alguien.

—Bien, si eso es lo que deseas, hablemos.

—En verdad, no quiero ser desdichado. Es sólo que he tenido mala suerte —se justificó Operd.

—La suerte no existe; tú mismo determinas la tuya.

—¿Cómo puedes decir eso? —replicó indignado el orco—. La suerte ha marcado mi vida. Mi madre era mortal, y mi padre, un elfo. Su amor estaba prohibido, pero aun así me tuvieron a mí. La salud de ella era muy delicada y, aunque él la amaba, pertenecían a mundos separados. Mi madre murió y yo quedé devastado, lo odié todo, me tuve que unir a las sombras porque los elfos no querían entre ellos a un ser tan negativo y odioso, y me abandonaron. Me fui a vivir con los orcos, que son más parecidos a mí, y al principio me sentía bien, porque ellos no me juzgaban. Mi piel se volvió oscura, como la suya, y me acostumbré a la penumbra. Tenía una familia que me aceptaba como era, pero encontré el gran tesoro y tuve que dejarla, para que no me lo robaran. ¿Ves como he tenido mala suerte?

—En realidad, no puedes culpar a nadie de tu situación excepto a ti mismo.

Operd estaba cada vez más enojado.

—¡Libro estúpido, ¿tú qué sabes?!

En un arrebato de ira, lo cerró de un golpe. Sin embargo, pasado un rato, se arrepintió y lo abrió de nuevo.

	—Lo siento —se disculpó avergonzado—, es que tengo mal carácter

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—Lo siento —se disculpó avergonzado—, es que tengo mal carácter.

—Tú eliges tener mal carácter. Y, por favor, no me pidas perdón. No tengo sentimientos, soy un libro, ni tampoco sensaciones, así que no puedes hacerme daño. Además, he de decirte que, hagas lo que hagas, no puedes destruirme. Puedes ignorarme, si quieres. Pero siempre estaré allí. —La voz del libro era calmada y dulce.

—¿Por qué eres tan engreído?

—Soy un libro, únicamente hablo con la verdad. Si quieres compasión y empatía, tendrás que ir a buscarlas a otro sitio.

—No quiero compasión ni empatía, es sólo que no quiero que me juzgues.

—El único que se está juzgando eres tú mismo.

—Eso no es verdad. Yo quiero estar tranquilo y en paz, pero siempre hay algo que me pone de los nervios y me hace perder la calma.

—La paz y la luz están dentro de ti.

—¿Cómo puedes decir eso?, ¿no sabes que soy un orco, un ser de oscuridad y maldad? Tengo la piel morada, los ojos rojos y poco pelo; soy horroroso.

—Bueno, pero tú mismo dijiste, si mal no recuerdo, que alguna vez fuiste un elfo. Y los elfos son seres de luz, seres hermosos.

—Sí, pero los odio, ellos fueron los culpables de que muriera mamá. Ellos me abandonaron y nunca me quisieron.

—La pregunta más importante es: ¿tú te quieres a ti mismo?

—Qué preguntas tan raras haces, libro añejo.

—Mira, en realidad no debería mostrarte lo siguiente, pero haré una excepción contigo.

Antes de que Operd pudiera decir cualquier cosa, todo se oscureció, incluso el agujero que iluminaba el libro. De pronto, ya no estaba en la cueva, sino en la ciudad sagrada de Leria, reino del guerrero de la medianoche. Leria era el lugar más hermoso que recordaba Operd. En él, el sol parecía más brillante; las aguas, más cristalinas, y los pastos, más verdes. Todo era perfección.

(continuará)

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sobre la autora:

"Llega un punto en la vida en el que te das cuenta que no necesitas el permiso de nadie para ser lo que quieres ser. Y yo soy escritora, me encanta imaginar historias, escribirlas y compartirlas."

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