Vivía en un mundo donde todos eran iguales, excepto yo.
Si fuéramos figuras ellos serían cuadrados, yo un círculo.
Todos tenían los mismos gustos, opiniones y pensamientos. Se veían iguales, sin embargo yo era la excepción.
Ellos siempre se creían los mejores, cada uno de ellos. Pero si todos son iguales, ¿cómo puede uno ser mejor?
Yo no encajaba allí. A ellos eso les molestaba, a mí no.
Cuando caminaba por las calles todos volteaban al verme, me ignoraban. Pero él era la excepción.
Me miraba con los mismos ojos que todos tenían, sonreía con la misma sonrisa, con los mismos dientes.
Pero él, incluso más que yo, era especial. El brillo que tenían sus ojos lo diferenciaban de todos.
Sí, tal vez él se veía igual que todo el mundo, pero él no veía igual el mundo que todos.
A ellos todo eso les molestaba, pero ni a él ni a mí lo hacía y eso era lo único que nos importaba.