X - El último descanso antes de continuar:

52 10 6
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Demonio Asmodeo:

Samael terminó de repetirme la profecía de Nostradamus por quinta vez consecutiva, mostrando esta vez y de manera descarada su desgana, arrastrando cada palabra, perdiendo entonación y acrecentando su enfado.

No podía creerme lo que mi amigo trataba de decir...

«Uno desaparecía, ¿cuánto?, ¿tres míseros millones de años y se había perdido una enorme guerra, la muerte de su venerado rey y una profecía que albergaba el nacimiento de otro?» —Pensé.

—Una vez más. —Le pedí a Samael.

—Ni lo sueñes. —Espetó, mirándome de soslayo.

Me tambaleé un poco, sacudiendo la cabeza de lado a lado con vehemencia, pero me frené en seco y le dirigí una mirada de indignación a mi amigo cuando escuché la risa de autosuficiencia que empleó al verme actuar así.

—Ya veo que tú esperabas tan poco como el resto de hermanos que la profecía hablase de ti. Abaddon casi no se lo podía creer, aunque el mismísimo Nostradamus la enunciase.

Achiné los ojos ante las palabras del que decía ser mi amigo que, por lo que parecía, tenía puestas muy pocas esperanzas en mí. Si bien era cierto que fui el primero en ser desterrado y que había vivido a lo largo de los años sin hacerme notar, merecía algo de compasión —«¿compasión?»–. Repetí en mi mente mientras comenzaba a andar por la habitación mostrando nerviosismo. —«¿quién la necesita? Desde luego yo no. La compasión es para los cobardes, ¿pero no había yo sido uno al esconderme de los alados durante todo este tiempo?» Me parecía llevar medio siglo meditando cuando Samael carraspeó.

—Vamos, Asmodeo, dime qué piensas.

—¿Que qué pienso? —Repetí y seguidamente me llevé las manos a la cabeza. —Mírame Samael, soy un desastre. Estoy acabado. —Lamenté compartir con el albino ese instante de debilidad y revelarle mis temores, pero las palabras fluían como el agua de una cascada, no podía pararlas. —¿Por qué hablaría ninguna profecía de mí?,¿a quién voy a guiar?, si ni siquiera pude ayudar a un amigo al comienzo de la guerra, ¿cómo esperarían los agninos algo más de mí que no fuera el caos más absoluto?

Mis lamentos sobresaltaron a Samael, que no esperaba escuchar tal confesión, y pasó su peso de una pierna a otra intentado ocultar su incomodidad.

«Vamos, Samael, no me jodas, tú has llorado antes.»

—Yo... no lo sé, no estoy seguro, pero confío en Abaddon y en su palabra. Y en lo que revela alguien justo antes de morir. Y si Abaddon pensó que la profecía hablaba de ti, yo también lo pienso.

—Pero lo crees porque lo pensaba Abaddon, no porque te fíes de mí. —Espeté.

El pelo de Samael se agitó cuando negó con la cabeza.

—¿Y eso qué más da?, ¿desde cuándo te importa?, yo soy fiel a mi señor, y si Abaddon me dijo que tengo que ayudarte para que consigas que Zetten resurja, daré todo lo que esté en mis manos para obedecer la orden.

—Yo...

—Asmodeo. —Samael avanzó hacia mi hasta quedar cara a cara conmigo, entonces me agarró con firmeza por los hombros, obligándome a mirarle a los ojos. —Totas las dudas que te estás planteando ya me las he cuestionado yo antes.

—Eres de mucha ayuda, amigo. —Le sonreí con desgana.

—¡Por Abaddon! —puso los ojos en blanco. —, Asmodeo, todo el mundo sabe que eres una total y absoluta calamidad, pero el caso es que ahora te necesitamos.

—¿Me necesitáis? –Repetí con incredulidad.

Samael apretó los labios, dibujando una fina línea con ellos.

—Necesitamos que seas el demonio que la profecía dice que eres.

—Ya... ¿y cómo se hace eso? —Dije casi refunfuñando.

—Habrá que averiguarlo. —Samael me soltó los hombros sonriendo y sentí un gran alivio cuando retiró la presión, luego dejó caer sus finos y largos brazos haciendo que sus manos chocaran con brusquedad contra sus muslos.

Hacía milenios que no me comportaba como un auténtico demonio, que ni si quiera me comunicaba con uno, que cazaba o me alimentaba, ni si quiera blasfemaba, yo, uno de los príncipes de Zetten, llevaba escondido durante demasiado tiempo por temor a ser descubierto por un bando que no se hubiera pensado dos veces el acabar conmigo —aunque claro, si yo hubiera estado en pleno uso de mis facultades, tampoco es que lo hubiera pensado mucho— y ahora, tras tanto tiempo, tras el yerro que llevó a mi destierro, parecía ser que se esperaba algo de mí, y no cualquier nimiedad, se esperaba de mi ser el nuevo rey de Zetten, vaya responsabilidad. Si un ser sobrenatural pudiera morir del pánico juro que yo habría caído al suelo sin vida en aquel mismo instante. Sin embargo, traté de recomponerme, miré a Samael a los ojos mientras le sonreía de medio lado y le dije:

—Sí, todoa su debido tiempo. Busquemos a esa «sagrada víctima».

No como los otrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora