XII - Fiesta por todo lo alto.

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Princesa Naira Angelov:

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Princesa Naira Angelov:

Los días que siguieron a mi descubrimiento los pasé ocultándome de mi «familia» de una forma demasiado efectiva, valga decir.

Zarelda estaba que echaba humo, según me hacía llegar Nimelia, debido a que no podía encontrarme por ningún lado, y aunque había proclamado mi actual estado como una huida, estaba preocupada, pues sabía que yo no era de las chicas que desaparecían de la nada, y menos teniendo el apego que ella sabía que yo le tenía a Danovica. Mi madrastra trató de hacerle entender al resto de la corte de que yo actué así solo por la angustia que me suponía tener que enfrentarme a la coronación, ya que era una niña inmadura y no estaba preparada, pero de espaldas a eso, mantenía a todos sus guardias y sirvientes buscándome las veinticuatro horas del día, para chafar el plan por el que había decidido abandonar el palacio justo en aquel momento, pero yo tenía un lugar donde podía quedarme sin levantar ninguna sospecha, y gracias a mis amigos, sobre todo a Fadia y a Jafet, quienes se turnaban para traerme la comida, pude zafarme de los intentos de homicidio con los que llevaba lidiando, sin saberlo, durante demasiado tiempo.

Yo sabía que mi cuerpo era fuerte, mis padres se encargaron de que lo entrenase con esmero, pero no tanto como para evitar los persistentes ataques contra mi salud condimentando algunos de los platos que comía con veneno. Tras mi desaparición, mis amigos se encargaron de hacer una búsqueda exhaustiva, por todo el palacio liderados, por Nimelia en busca de cualquier aderezo sospechoso que pudieran encontrar, al ser sirvientes, no sería sospechoso verlos rebuscar en los más profundos rincones del castillo, y si así fuese, siempre podían decir que estaban limpiando el polvo. Cuando lo encontraron quisieron esconderlo, o deshacerse de él, pero Nimelia fue mucho más allá, y al tercer día de mi desaparición, colocó el frasco de veneno encima de la almohada de Zarelda, lo cual lo alertó e incrementó el nivel de búsqueda. Los guardias no paraban de salir de palacio y partir hacia Danovica y sus pueblos más cercanos, dejando la fortaleza sin protección alguna. En un momento fuimos tan débiles que cualquier levantamiento podría haber acabado con los que quedábamos en el castillo, pero ni Zarelda ni Everild pensaban en eso, solo una cosa les ocupaba la cabeza: el acabar conmigo y hacerse con el trono de Danovica, y no iba a permitir ninguna de las dos. Confiaba en el destino, sabía que me tenía preparado algo mucho más grande que todo aquello que se me presentaba, pero, fuere el que fuese, lo único que yo quería, era recuperar mi reino y echar a los demonios de él.

Los días siguieron pasando, y mi ausencia era cada vez más evidente, sin embargo, la mañana de aquel viernes, me sorprendió el continuo ajetreo que había en los jardines, que últimamente sólo inspiraban paz, calma y sosiego, ya que casi todos los guardias estaban patrullando la ciudad en mi búsqueda, alboroto que me sacó de un sueño reparador... aunque, a decir verdad, llevaba reparándome casi dos semanas.

Puede que hubiera engordado incluso un par de kilos.

«Como si con tener una cicatriz que cruzara de arriba abajo mi espalda y que provocara nauseas en los demás no fuera suficiente.»

No como los otrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora