VIII - La profecía:

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«Yo hago lo que tú no puedes, y tú haces lo que yo no puedo.

Juntos podemos hacer grandes cosas.»

Madre Teresa de Calcuta

Madre Teresa de Calcuta

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Demonio Asmodeo:

—No acabaron con él justo en ese momento. —Añadió Samael cuando observó que no cabía en mi ante tal espanto y andaba por la sala con las manos sobre la cabeza dando vueltas sobre mí mismo. —La vida del rey de los demonios es muy importante y significativa para nuestra comunidad, pero no te olvides de quién estamos hablando. Abaddon se las ingenió para que le dieran algún tiempo para dejar las cosas en orden, y ya sabes, tiempo es lo que más les sobra a criaturas como nosotros.

—Abaddon pudo mentir. —Sonreí con una mezcla de socarronería y angustia. —Nadie lo hubiera culpado por eso.

Samael negó.

—Dios vislumbró esa posibilidad. —me devolvió la sonrisa con desgana. —Supongo que los demonios no tenemos muy buena reputación en el tema de hacer tratos y cerrar contratos basados en la franqueza...

—Sí... ¿puedes creerte que haya gente que tome a los demonios como unos embusteros?

Samael ignoró mi comentario y continuó explicándome lo que había sucedido:

—Abaddon hizo un pacto de sangre con Dios, imagina lo que supuso eso para ambos mundos.

—Dios no sangra.

—Pero sus arcángeles sí. —Elevó una de sus blanquecinas y finas cejas. —El pacto realmente fue hecho entre Abaddon y Miguel en representación del Altísimo, así este le prometió a Abaddon que retiraría a su ejército alado de Zetten siempre y cuando nuestro Rey ofreciese su vida para ello.

—¡No es un trato justo...! Nosotros... ¡podríamos haber aguantado! —. Recriminé.

—¿«Podríamos»? —Repitió con saña. —¿Y nos lo dices tú, precisamente?, ¿cuánto tiempo aguantaste tú, Asmodeo?

Sentí como toda la sangre de mi organismo se agolpaba de pronto en mis mejillas. Apreté los dientes y las uñas contra la palma de mis manos hasta que finalmente estas empezaron a sangrar.

«Maldita sea. Tiene razón. Todo esto es por mi culpa.»

Observé el suelo, incapaz de sostener la mirada de mi amigo, quien había pasado por todo aquello solo, sin mi apoyo.

—¿Puedes decirme qué es lo que hizo Abaddon en el tiempo de tregua que consiguió?

—Oh, hasta que lo mataron, quieres decir. —Espetó Samael, bastante tosco.

El ángel de la muerte se caracterizaba por engañar con inteligencia a sus víctimas, utilizando su etérea apariencia para hacer creer a las almas mundanas que viene a recogerlas para llevarlas a pasar la eternidad en Arvien, lo que los mundanos no suelen saber es la maliciosa y fría criatura que se esconde tras esa fachada.

No como los otrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora