IX - Campanas de boda:

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«Conservar algo que me ayude a recordarte, sería admitir que te puedo olvidar.»

William Shakespeare

Princesa Naira Angelov:

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Princesa Naira Angelov:

Me revolví incómoda y fatigada, peleando contra las frazadas que envolvían muy eficazmente mi cuerpo, como si intentasen aprisionarme y mantenerme cautiva en...

«¿Dónde estoy?»

Abrí los ojos bruscamente y me sorprendió encontrarme con el techo de mis aposentos, al campo de mi visión se asomaron tres cabezas que al principio no conseguí enfocar, aunque tras varios segundos, distinguí la morena cabellera de Nimelia, los profundos y pardos ojos de Fadia y la arrugada cara de Parisa.

«¿Qué hacen ellas aquí?, ¿no lo tenían prohibido?, ¿qué me estoy perdiendo?»

—Uauh... mirad la cara que está poniendo...—habló Fadia muy bajito mirándome fijamente, para después deslizar su vista a los rostros de sus otras dos compañeras— ¿creéis que volverá a desfallecer? —Preguntó entonces, manteniendo el mismo tono flojo.

—No puede ser, querida, hace ya un día que no le da la fiebre ni tiene convulsiones. —Renegó Parisa.

Nimelia ladeó la cabeza para después acercar mucho su cara a la mía, terminando por colocar nuestras frentes juntas. Se mantuvo así por un momento. Tras eso, y de forma repentina, esbozó una sonrisa pícara y gritó:

—¡Despierta, mi niña!

Me sobresalté por las voces que mi mejor amiga pegó, y me intenté apartar tanto de ella que, por un breve instante, agradecí estar uy bien envuelta entre las mantas ya que, si no hubiera sido así, me hubiera caído al suelo.

—¿Qué pasa, Nimelia? ¿por qué esas voces? —. Pregunté de repente, tras recobrarme del susto.

Mi amiga se irguió sobre sí misma y colocó un brazo sobre su cadera sonriendo tiernamente mientras me miraba.

—Me alegro de ver que abres los ojos y que puedes hablar. — Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Esta vez creí que te perdía...

Yo la miré frunciendo el ceño. Sin comprender muy bien lo que me estaba diciendo.

Nimelia suspiró.

—Cuando el heredero de Mystica, el comandante Aodesma, vino a pedirnos ayuda estabas sudando, sangrando y helada. Nunca te había visto así, Naira...

Ante la mirada de tristeza de Nimelia luché contra mis músculos agarrotados y me elevé poniendo los codos sobre el colchón:

—Vamos, Nimelia, sabes que he salido de situaciones peor...—De repente, algo en mi cabeza hizo «clic» y empecé a buscarle el sentido a las anteriores palabras de mi amiga, pero no se lo encontraba, de hecho, no recordaba con exactitud nada de la noche que bajé de la atalaya y me adentré en el palacio. Y más aún, tampoco sabía qué estaban haciendo aquellas tres sirvientas en mi habitación cuando tenían completamente prohibido abandonar el primer piso y mucho más pisar mis aposentos. —Un momento, Nimelia, ¿el comandante Aodesma?, ¿quién es el comandante Aodesma? Y... ¿qué hacéis vosotras aquí?, ¿dónde está Zarelda?, ¿qué está pasando aquí? —Cogí un pequeño impulso con los brazos y quedé erguida sobre la cama. Me llevé los brazos a la cabeza.

No como los otrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora