XIII - El plan de Asmodeo:

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«Cada vez que creamos un plan, terminamos improvisando.»

Lasombra.

Demonio Asmodeo:

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Demonio Asmodeo:

Salí de la vieja casucha situada en una de las calles de la zona central de Danovica buscando a Samael, a quien encontré apoyado sobre la que se encontraba justo en frente, resguardándose del calor de la tarde de octubre en la sombra que la vieja casa que se encontraba en bastantes malas condiciones le proporcionaba, con los brazos cruzados sobre el pecho, y un pie alzado contra la pared de ésta.

Cerré la puerta de entrada con una mano, mientras que con la otra me aguantaba las calzas de color oscuro para que estos no se deslizaran y cayeran por mis rodillas al mismo tiempo que mantenía sujeto el negro y sencillo tabardo, que se ataba por delante con correas de cuero por encima de mi abdomen.

Aproveché entonces para poder colocarme bien la ropa y cerrar de manera adecuada los botones de mis leotardos.

—¿Y bien? —Me preguntó exasperado el albino cuando me acerqué a este. —¿Era esa?

Aquella casa era el hogar de la septuagésima quinta Danovicia a la que era invitado para un propósito indecente, pero, no obstante, formaba parte del plan que habíamos decidido llevar a cabo desde hacía entonces doce días, y que yo aceptaba con cuantioso gusto.

Era todo un placer volver a mi ritmo de vida normal después de prácticamente tres millones de años. Cuando fui desterrado y desprovisto de mis poderes me sentí vacío e inútil, pero no por eso dejaba de ser el demonio que encarnaba la lujuria, y los mundanos parecían percibirlo muy bien, pues no hacía falta mucho tiempo para que todo el que quisiera cayera rendido a mis pies. Podría no conjurar maldiciones, pero esto... el flirtear, el provocar, la traición... el sexo... era innato, y aunque hacía tiempo que no lo practicase, se me seguía dando estupendamente.

—No, era obvio que no. No sentí nada al estar en su presencia. —Lo miré confundido. —¿Se supone que tengo que sentir algo cuando encuentre a la elegida? —Samael se encogió de hombros y yo continué con mi discurso. —Yo tampoco lo sé, por eso la acompañé a casa y la desnudé, y no, nada, está limpia, es pura, ¡por Abaddon!, ni si quiera era virgen.

Samael suspiró iracundo y con cierta pesadez, ladeando la cabeza y cerrando los ojos para luego mirarme con verdadera furia en sus ojos:

—¿Y entonces para qué nos haces perder toda la noche y la mitad de la mañana revolcándote con ella?

—Era muy fogosa. —Contesté distraído.

Samael gritó y varios ciudadanos nos miraron como si estuviésemos chalados, pero yo me mantuve impasible, al fin y al cabo, estaba siguiendo su plan. Era él quien se había presentado sin avisar, con una profecía absurda, una meta y sin ninguna idea para conseguirla. El loco era él.

No como los otrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora