Clarke comió con su padre y Thelonius, intentando con todas sus fuerzas ser la perfecta anfitriona. Pero cuando el comerciante de esclavos hizo el enésimo gesto obsceno con un higo que cogió de la ensalada, se excusó alegando estar cansada y tras obtener el beneplácito de su padre salió rápidamente hacia su alcoba seguida de cerca por Octavia.
—¿Has visto alguna vez en tu vida un hombre más grosero que ese? —exclamó la rubia cuando estuvo segura de que no podían oírlas.
—Es el momento para que te dé las malas noticias entonces —comentó Octavia, de antemano divertida por la reacción que iba a tener su dómina—. El senador Graco viene a cenar esta noche junto con su hijo...
A Clarke se le cayeron varios de los pergaminos que intentaba cargar para quitarlos de su mesa y dejarlos de nuevo en la estantería y la esclava se apresuró para ayudarla a recogerlos. No podía esperar menos que algo así.
—Dante y Finneus... En el nombre de Vesta, ¿qué he hecho yo para merecer esto?
—Solo no lograste escapar, Clarke —dijo Octavia acariciándole aquellos bucles dorados que cada mañana cepillaba con esmero y que luego le recogía en un elegante moño según la moda.
Teniendo quince años, un par de años después de morir su madre, la joven dómina de la casa decidió consagrar su vida a las vírgenes vestales, vigilar el fuego del hogar en el templo y ser la custodia de todos los documentos importantes del estado. Era un gran honor y su devoción para con él le hacía sentir que no importaba que tuviera que permanecer virgen.
Pero su padre se negó, como a la mayoría de sus deseos.
Debía casarse bien para aumentar el poder de la familia y parir los hijos que heredarían su nombre. ¿Y quién mejor que el hijo de un senador para tal fin? Finneus era atractivo, eso no podía negarlo, pero tan falso como un sestercio de madera. Todo sonrisas de cara a la galería y cruel en la intimidad. Le apasionaban las luchas de gladiadores, cuanto más sangrientas mejor, y tenía fama de usar a las esclavas para las más depravadas vejaciones. Al menos Marcus no la obligaba a casarse de inmediato, tras haber tenido que invocar ella muchas veces el nombre de su difunta madre, alegando que a ella no le agradarían unos esponsales tan joven.
Clarke era una mujer de profundas convicciones religiosas, que creía que de verdad los dioses velaban por el mundo y mantenía el altar de los lares del hogar en perfectas condiciones con sus ofrendas correspondientes. Hubiera sido feliz en el templo de Vesta, apartada del mundanal ruido, compartiendo camaradería con las demás vírgenes y leyendo las grandes obras que aquel lugar almacenaba. Las vírgenes vestales no eran solo sacerdotisas de un templo, sino figuras de gran importancia política y a las que el Imperio respetaba y veneraba. Custodias de cada testamento escrito y valedoras de que se respetara, se podría decir que eran las mujeres más poderosas de Roma junto a la esposa del emperador.
Intentó huir una noche ayudada por Raven. Octavia era una gran chica y mejor amiga, pero le faltaba valor para algo así y hubiera intentado disuadirlas sin duda. Se envolvieron en mantos de esclavas y eludieron a la guardia para salir de la villa. Estaban cerca del Foro cuando los guardias de su padre las apresaron.
Encerraron a Clarke en su alcoba y, cuando ya llevaba una semana sin que le dieran de comer, su padre apareció con Titus, que arrastraba a Raven con todos los síntomas de haber recibido una paliza.
—Te dije que no serías una vestal, Camila. Me has desobedecido y, puesto que no quiero herir tu cuerpo, ya que él es el que nos conseguirá un matrimonio ventajoso... Titus, por favor...
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Sangre y Arena, Bajo el látigo de Roma
FanficEl emperador Caligula acaba de ascender al trono. Todos esperan con ilusión una nueva era de gloria para Roma donde la sangre en la arena del Coliseo jugará un importante papel. En el Ludus de los Vero se entrecruzaran las vidas de la Domina del lu...