Me perdí algunas veces en el hilo fundamental de la razón.
Sin un milímetro más.
Sin otro espacio como éste,
flotante y subterráneo.
Y no tengo la vergüenza que importa a los demás
para rayar mi apellido con toda la imperfección posible.
A ver que no se diga que mi apellido dice algo,
es mi lengua la que da otra saliva,
y no es que no diga algo,
dice nombres de la historia cotidiana,
labriega,
campesina,
maestra,
cantora de alguna parte,
espina,
fragmento,
reducida naranja en su acidez,
acomplejada por su propio desatino,
infértil porque quiso,
inmadura de la pertinencia,
dulce cuando quiere comer melón,
flatulenta de los egos que se mastican,
avispa en las cunas de la estupidez,
simplona de guayaba fresca,
rabieta con la insolencia de no dormir hasta que la idea me tiente,
presurosa,
con mucha sed,
piel que gusta piel,
traba sencilla para abrir.
Puede que otros no miren mi estatura 1.58cm
sino mis mariposas
o la redondez desfigurándose como pieza artesanal
o el oprobio de ser una palabra libre
que no le importa
los antojos de la formalidad.
Que la cadencia tiene un apellido distinto,
lo pronuncio sin linaje de mi padre, madre o del abuelo,
los amo conste pero cada quién se construye el suyo,
* Naranjo de fruta y silvestre
o la estúpida película del *Naranjo en flor.
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