Capítulo 1

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Aquel día comenzó bastante tranquilo y con ambiente alegre, festivo. Me hallaba junto a mi novia Lucía, la cual no quería separarse de mí en ningún momento desde que comenzamos nuestra relación hará ya dos meses. Nos dirigimos al gimnasio del instituto, donde se celebraba la graduación de 4° y nos encontramos con muchos amigos que llegaban tarde.
Estábamos listos para recibir nuestro diploma, pero a su vez estábamos un poco nerviosos. Íbamos a dar un paso adelante en nuestra vida y tendríamos más oportunidades de cara a nuestra vida laboral.
La ceremonia se nos hizo eterna hasta que ya, por fin, pudimos ir a las mesas del fondo, donde prepararon patatas y refrescos para todos. A ella le serví un vaso de Coca-Cola y yo me puse un poco de Fanta de limón mientras escuchaba los chistes de mi amigo Juanma.
Todo el mundo estaba tranquilo, pero de pronto un ruido turbó el ambiente. Las puertas se abrieron de repente y seres extraños entraron en tromba. Yo cogí a Lucía y me la llevé rodeando las sillas dispuestas con meticulosidad hasta llegar al escenario. Antes de introducirme bajo este detrás de mi novia, miré mi alrededor, observando cómo los extraños seres se comían a todos los que allí se encontraban, por lo que ya me di cuenta de lo que pasaba. Me deslicé bajo las barras del escenario y encontré a mis amigos Óscar y Juanma junto a Lucía.
- Hola - dije aún asustado.
- Hola, José - respondió Juanma.
Exactamente en el momento que una de esas cosas rodeó nuestro escondite, nos quedamos sumidos en un silencio espectral, únicamente roto por algunos gruñidos y el extraño masticar y crujir de los órganos al separarse de lo que les unía al resto. Aún no tengo claro si fue por suerte o desgracia, pero todos nos quedamos completamente dormidos, apretados los unos con los otros.

Nos despertamos una vez entrada la noche y no veíamos absolutamente nada. Todo estaba en silencio, por lo que Juanma y yo nos deslizamos hasta el exterior y miramos lo que pudimos de nuestro alrededor.
- Chicos, todo despejado. Podéis salir - dije en bajo.
Todos salieron y yo me dirigí a los fusibles para encender la luz. En el momento que regresé con los demás, observé su gesto de asco. Habían regueros de sangre por todos lados y las sillas, caídas y descolocadas, tenían trozos de carne colgando.
- ¿Qué es lo que ha pasado? - Preguntó Óscar.
- Yo lo sé - dije con tono sinies-
tro -. Han llegado los muertos y todo se ha ido a la mierda en instantes.
Todos miraron al suelo abatidos, perdidos por completo.
- ¿Qué vamos a hacer, José? - Dijo Lucía preocupada.
- De momento nos quedaremos aquí. No tenemos ningún arma y fuera moriríamos en menos de un segundo.
- Pero, ¿qué haremos cuando se nos acabe la poca comida que nos queda? Tendremos que salir, yo creo - dijo Juanma.
- Sí, lo sé. Pero no podremos hacer más.
Todos me miraron nerviosos, pero estuvieron de acuerdo con ello.

A la mañana siguiente, el sol iluminó el gimnasio y yo me levanté. Después del debate nos volvimos a dormir y yo era el primero en levantarse en ese momento. Miré a mis compañeros y luego me dirigí a las puertas. Observé el exterior, buscando más muertos, pero todo estaba relativamente tranquilo. Únicamente el viento se atrevía a romper el silencio con su constante ulular. Salí del edificio con cautela y luego miré atrás. Me resistía a dejar sola a Lucía, pero debía hacerlo por el bien de todos. Cerré la puerta y luego la atranqué con un palo, para después comenzar a alejarme muy lentamente en dirección al edificio principal. A cada paso que daba, sentía que mi corazón se aceleraba, asustado por no saber qué me iba a encontrar tras la puerta. La abrí muy lentamente, tratando de hacer que no chirriara, y una vez dentro, descubrí el silencio más profundo y escabroso que nunca había oído. Entré en la cafetería, encontrándola vacía y limpia. Pasé a inspeccionar el aula de tecnología y cuando encendí la luz, me quedé petrificado por completo. Escuché un ruido al fondo del pasillo que llevaba al aula y al taller, por lo que fui con más cautela, acercándome poco a poco hasta la fuente del ruido. Cuando entré en el aula, encontré a Juan, mi profesor desde 1° de la ESO. Me gustó mucho poder verle por última vez para poder despedirme de él. Vino directo hacia mí, pero tiré una mesa contra él y me escurrí hacia el taller, donde cogí algunos destornilladores grandes, sierras y algún martillo. Una vez tuve todo esto, regresé al aula y maté a mi exprofesor con delicadeza por su buen trato en el pasado.
Cuando regresé al gimnasio, todos estaban ya despiertos y se alegraron mucho de verme. Dejé el botín en el suelo ante la atónita mirada de todos.
- ¿Para qué es todo esto? - Preguntó Óscar.
- Es para poder defendernos. Recordad que cuando nos encontremos con uno de ellos, tenemos que ir a por la cabeza.
Asintieron y se repartieron las herramientas, mientras yo observaba con cuidado el par de destornilladores que tenía como armas. Lucía puso su mano en mi hombro y me miró con cara de circunstancia.
- Ahora, ¿qué vamos a hacer?
- No lo sé, Lucía. Chicos, vamos a la cafetería. Me apetece desayunar algo distinto de unos aperitivos.
- Pero ¿y los muertos? - Preguntó Juanma.
- Está vacía. Ya he pasado a mirar.
Todos parecieron conformes, por lo que salimos de allí.
Subimos hasta la cafetería y comimos algunos bollos con cierto hambre. Una vez terminamos de comer, nos miramos, saciados por completo, y decidimos irnos de allí. Salimos al aparcamiento y no vimos nada fuera de lugar, por lo que salimos del recinto para dirigirnos a mi casa.
Llegamos al portal poco después. Miré mi reloj y este marcaba las 9:48 del día 26 de Junio.
- Tenemos que subir, cariño - dijo Lucía -. Sé que es difícil.
Asentí sacando las llaves del bolsillo y subimos hasta el segundo piso, donde Lucía empujó la puerta, abriéndola sin esfuerzo y cerrándola a toda prisa.
- José...
- Comprendo, Lucía. Comprendo.
Bajé la cabeza y luego redirigí mi mirada hacia la puerta con decisión. El José que era ya no volvería. Tenía que aprender a matar sin tener en cuenta quien fuera.
Reabrí la puerta y maté a toda mi familia sin miramientos. Cuando todos entraron en mi casa, observé los cadáveres. Todos se habían convertido y ya no eran las personas a las que conocí y quise. Después de llevar los cadáveres al patio de luces del edificio y quemarlos, me fui a mi habitación y comencé a llorar a mares. Lucía entró, se sentó a mi lado y me cogió la mano, pero yo la cogí entera. La abracé como nunca había abrazado a nadie y lloré sobre su hombro mientras ella me palmeaba la espalda con cariño. Una vez me sentí mejor, cogí mi móvil y llamé a mi tío Santi, pero no contestó.
- Llamad a vuestras familias - dije.
Todos cogieron sus teléfonos y llamaron a sus familias, pero ninguna contestó. Cogí las llaves del coche de mi padre y bajé a este. Lo arranqué y observé que tenía bastante gasolina, por lo que lo dejé allí y regresé con los demás. Al regresar, me encontré con una sorpresa que no me esperaba: Mi hermano Daniel.
- Dani... - dije nada más verle.
Él vino corriendo a abrazarme, llorando.
- Han llegado, José, han llegado...
Estaba muy asustado y no podía hacer más que repetir aquello. Comencé a acariciarle la cabeza, despacio.
- Chssst, ya estoy yo aquí - le dije.
Se apretó contra mí y yo le apreté aún más hasta que llegó Lucía y se lo llevó para hablar. De pronto, Juanma se acercó.
- ¿Crees que alguien más habrá sobrevivido? - Preguntó.
- ¿Sinceramente?
- Sí.
- No.
Todos se miraron en silencio, pero yo decidí que los demás no vieran a sus familias en estado zombie, por lo que me dirigí a mi mejor amigo.
- Juanma.
- ¿Si?
- Ven conmigo. Los demás, quedáos aquí.
- No - dijo Óscar -. Yo voy con vosotros.
- De acuerdo. Lucía, quédate con mi hermano, por favor. Ahora volvemos.
Todos bajamos hasta el i20 y yo me monté de piloto dirigiéndome hacia la comisaría del Camino de las Huertas, donde nos separamos para buscar la armería. Yo fui solo, pero no tuve demasiada suerte. Por el contrario, Óscar y Juanma la encontraron y me llamaron a gritos. Fui con ellos y nos armamos con todo lo suficiente: pistolas, escopetas y fusiles de asalto, junto con cajas de munición, de las cuales cogimos tres grandes ( unas 15000 balas cada una más o menos). Regresamos a casa con todo esto y más preparados. Dejamos la munición en el coche, subimos, comimos algo y nos fuimos a dormir.

Una vez bien entrada la tarde, nos levantamos y limpiamos la sangre del suelo, lo cual costaba al encontrar manchas resecas. Una vez terminamos, Lucía se acercó a mí y me llevó a la cocina.
- Me lo ha contado todo - dijo.
- Adelante.
- Todo ocurrió en el momento en el que iban a salir hacia el instituto para verte.
- Por eso no estaban.
- En efecto. Bueno, el caso es que entraron cuando abrieron la puerta y él, asustado, corrió a esconderse debajo de la cama, donde lloró y luego se quedó dormido. Hoy no salió por que se acordó de todo lo que le enseñaste y no hizo ruido hasta que llegamos.
- Sabía que mi hermano era valiente - dije orgulloso.
Regresamos con los demás y comenzamos a debatir sobre el próximo paso que daríamos.
- ¿Qué podemos hacer, José? - Preguntó Juanma.
- Podríamos ir a una casa de mi familia en el campo. Tiene una finca y vallas que nos protegerán. Es un buen sitio.
- Yo creo que puede estar bien - dijo Óscar.
- Sí, tiene buena pinta - intervino Juanma -. Pero, ¿qué haremos cuando nos cansemos de estar allí?
- No estamos para cansarnos de estar en ningún lado - respondí enfadado -. Solo tenemos que preocuparnos de sobrevivir y encontrar un lugar seguro donde estar.Pero mi familia tiene una casa en Murcia.
- De acuerdo, vamos entonces.
- ¿Tú está de acuerdo, Lucía? - Preguntó Óscar.
- Sí.
- Dani - dije -, ¿nos vamos al campo?
- Sí - respondió contento.
- Bien, preparáos - dije al resto.
Nada más irse todos, me acerqué a mi hermano, me agaché y puse mi mano en su hombro.
- No tienes que preocuparte más, estoy aquí contigo y no te abandonaré jamás.
- ¿Lo prometes?- Dijo secándose las lágrimas.
- Por supuesto.
Me abrazó con fuerza y cogió algunos juguetes para llevarse. Una vez todos estuvieron listos, bajamos y pusimos rumbo a Navalagamella. Conduje con con precaución por las calles donde los muertos se acercaban y trataban de golpear el coche sin conseguirlo hasta salir de Pozuelo por la atestada M-503, donde los coches estaban tirados y alguno aún seguía arrancado. Decidí ir por otro lado torciendo hacia la carretera de Majadahonda, pero al llegar al polígono industrial del Carralero, encontré aún más coches. Seguí hasta el Leroy Merlín y luego regresé a la carretera. Llegamos al pueblo poco después y observamos a la gente tranquila en la calle, por lo que decidí avisarles antes de que fuera demasiado tarde.
- Escúchenme todos, los muertos han llegado. La capital ha caído y poco tardarán en llegar. Huyan ahora que pueden - grité tras bajarme del coche.
Todos me miraron como a un loco, pero yo me metí en el coche y en ese momento, un hombre cayó junto a un muerto, por lo que aceleré a tope y no paré hasta un par de kilómetros, donde crucé unas puertas metálicas y avancé por un camino sinuoso. Llegamos a la finca de la casa y Lucía bajó a abrir las puertas. Una vez estuvimos todos dentro, me encontré con mis abuelos.

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