Capítulo 3

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Comencé a correr perseguido por los muertos, pero no recordé la presencia de grandes bloques de piedras cerca y me caí de lleno en la zanja. A pesar del dolor, no hice ningún ruido, por lo que los muertos pasaron de largo. Me quedé allí tirado hasta que me cercioré de que se habían ido. No podía andar, me costaba hablar y algo cálido me recorría la cara. Cuando llegué a la luz, me pasé la mano por donde había pasado aquello, dándome cuenta de que era sangre. Entré cojeando y junto a la puerta estaba Lucía, que comenzó a andar hacia atrás negando hasta que los demás salieron y, al verme, se quedaron petrificados. Santi vino hacia mí con el cuchillo preparado. Intenté decir algo, pero no podía articular palabra alguna y mi tío se atacó, pero logré evitarlo aunque no se rindió y yo volví a esquivar su nuevo ataque, lo que provocó que Lucía detuviera a Santi.
- Santi, espera.
Se acercó a mí y posó su mano en mi mejilla, bajándola luego a mi pecho, buscando los latidos de mi corazón y exclamando al notarlo.
- ¡Está vivo! Ayudadme a llevarle dentro.
Vinieron a por mí y me ayudaron a entrar en la casa, donde me sentaron en el sofá y mi abuela y Lucía me limpiaron la sangre. Después de un chequeo rápido, encontraron que al caerme en la zanja me había hecho una brecha, me rompí una costilla y la tibia y tenía la garganta inflamada.
Me llevaron a la ducha y Lucía me duchó con cuidado para no hacerme daño. Mientras tanto, yo la miraba y la tocaba con cariño, a lo que ella respondía:
- ¡José, esto no es de broma! ¡Deja que te limpie!
Yo sonreía y ella me acariciaba la mejilla y me besaba. Me vistió con ropa limpia y me ayudó a llegar a la cama.
- ¿Quieres comer algo? - Dijo.
Asentí y ella salió de la habitación. Apoyé la cabeza en la almohada y cerré los ojos cuando de pronto oí unos pasos que pretendían ser sigilosos, por lo que abrí los ojos de nuevo, encontrándome con mi tío.
- Lo siento.
Yo me encogí de hombros, restándole importancia. Se sentó junto a mí y siguió hablando.
- Al verte y creerte zombie, recordé lo que me dijiste con lo de Tamara.
En ese momento entró Lucía con una bandeja por lo que me incorporé y ella me la dejó en el regazo.
- ¿Quieres algo más?
Negué con la cabeza y ella nos dejó solos de nuevo. Mientras comía con cierta dificultad, mi tío siguió hablando.
- Intenté hacer lo que creí mejor.
Se quedó en silencio, negando.
- José, nos has asustado. Eso sí, has salvado, no solo a Lucía y Dani, si no a todos. Gracias.
Paré de comer y me quedé observándole. Por dentro me sentía bien, pero a su vez deseaba decirle a mi tío que no tenía por qué agradecerme nada, pero las palabras no salían.
- Bueno, voy a cenar con los demás. Que te aproveche.
Salió de la habitación y yo terminé de comer, dejando los platos vacíos a un lado y quedándome frito de inmediato.

Pasó el tiempo hasta que me recuperé por completo y el mes de Julio ya había llegado. Según me habían dicho y había visto (cuando trataba de andar para rehabilitarme), los muertos se hacinaban en la puerta día sí y día también. Me acerqué a mi tío y le pregunté:
- Santi, ¿dejáis las luces encendi-das por la noche?
- Sí.
- Quiero que a partir de hoy las dejéis apagadas.
- ¿Por qué? - Preguntó confuso.
- Por la luz los atrae y al final acabará cediendo la puerta.
- Ya, pero ¿y si tenemos que salir?
- Fácil, usaremos linternas. No puedo dejar que esto acabe como el resto del mundo. Esta es la esperanza para los vivos y pienso que si esto cae, la esperanza morirá con nosotros.
- De acuerdo.
Después de escuchar mi razona-miento, asintió y yo me fui al exterior de la casa, donde hacía un calor horrible y tan sólo se oían las chicharras. Me acerqué a la puerta de la finca y entré en esta, encontrándome a mi abuelo dando de comer a dos pastores alemanes.
- ¿Todavía están aquí? - Pregunté sorprendido -. No me había dado cuenta.
- Sí, aún siguen, como los caballos. Creo que están por la parte de abajo.
- Voy a mirar.
- De acuerdo.
Me despedí de él y me dirigí a la parte del final de la finca. Tarareaba canciones de antes del final, ausente del peligro de este mundo maldito hasta que encontré a los animales. Me horroricé al encontrar a un grupo cercano a los quince muertos zarandeando la valla, con más fuerza todavía al verme. Espanté a los caballos que galoparon hacia la casa, pero la valla cedió cuando me disponía a matar alguno de ellos, cayéndome al suelo con la sorpresa. Comencé a correr a cuatro patas, tropezándome cada dos por tres hasta que logré ponerme recto, llegando con un margen de tiempo razonable para poder avisar a todos. En cuanto llegué junto a mi abuelo, le vi distraído recogiendo maderas, por lo que le avisé.
- Abuelo, que vienen los muertos.
Se giró y me observó, horrori-zándose al ver a los muertos avanzando hasta nosotros. Tiró las tablas que había recogido y trató de llegar a la puerta conmigo, pero un muerto le cogió de la pierna y trató de morderle. Me di la vuelta y des-enfundé la pistola para dispararle, pero no tenía un tiro limpio y no podía hacer nada. Me acerqué a ellos y le di un culatazo en la cabeza al muerto, consi-guiendo que este soltara a mi abuelo. Corrimos los dos hasta la puerta y entramos. Una vez cerré, resoplé y miré a mi abuelo sentado en el suelo.
- ¿Estás bien? - Pregunté.
- Sí. No me ha hecho nada.
Asentí y miré a la puerta, donde todos se asomaban y nos miraban hasta que se dieron cuenta de la presencia de los muertos en la finca y comenzaron a dispararles. Mi hermano se fue corriendo hasta la habitación, por lo que fui tras él. Le encontré bajo la cama y traté de hacerle salir.
- Tranquilo - dije cuando estaba ya fuera -, ya está. Ya ha pasado.
- Tengo miedo, José.
- ¿Ves que yo lo tenga?
- No.
- Y qué te digo yo siempre.
- Que si tú no tienes miedo no hay por qué tenerlo.
- Pues ya está.
Le sequé las lágrimas y luego le miré a los ojos.
- Sigues siendo igual de feo que siempre.
Me reí y él me empezó a pegar en broma. Le dejé a solas allí y salí con los demás, dándome cuenta pronto de que al otro lado llegaban cada vez más muertos.
- ¡Parad! - Grité.
- ¿Qué pasa? - Preguntó uno.
- Que hay muertos en la puerta y cada vez hay más, imbécil. Coged cuchillos y ayudadme.
Corrí a por un cuchillo y salí como el rayo hasta los muertos. Comencé a matarlos uno a uno hasta que los demás llegaron y nos deshicimos de todos en poco tiempo. Una vez acabamos con ellos, entramos en la casa y nos sentamos en el sofá.
- Joder... Estamos en la mierda.
- No pasa nada, José - dijo Lucía.
- Sí que pasa. Hemos perdido la finca y no creo que tardemos en perder el resto.
- Esto ya no es tan seguro como decías - dijo Óscar.
- Lo sé. No me presiones.
- No nos desanimemos - dijo Juanma.
- ¿Qué haremos si esto cae?
- No lo sé.
- Creía que lo tenías todo pensado.
- Pues siento decepcionarte, Lucía.
- Eres débil.
Ella se fue dejándome allí solo, por lo que cogí mi pistola y mi cuchillo y me largué de allí ante la mirada de todos, enfadado. Me dirigí a la carretera y andé por el asfalto hasta una parada de autobús que había cerca, donde me senté y saqué el cargador para contar las balas que me quedaban. Tenía 9 balas y no creía que pudiera llegar lejos con ello, pero aun así me levanté y seguí con mi camino hasta llegar al pueblo, donde entré en una tienda de comestibles. La imagen daba asco. Habían regueros de sangre y trozos de carne por el suelo aparte de varias cosas tiradas. Todo esto tenía un aspecto macabro al añadir los fluorescentes encendidos y parpadeando, proporcionando una iluminación mortecina y fría, y el constante ronquido grave de un generador que lo más seguro era que estuviera en la trastienda. Me acerqué a una de las neveras y cogí una botella pequeña de agua que me bebí de un solo trago. Hasta aquí todo bien, pero de pronto, dos muertos salieron de trastienda y vinieron a por mí. Al primero le maté de inmediato y sin grandes problemas, pero cuando fui a por el segundo, este casi me muerde tres veces, aunque al final logré deshacerme de él.
Tras toda esta acción, escuché un coche pasar y salí, pero solo llegué para ver cómo seguía su camino. Cogí un Walkie que nos quedamos de la comisaría y lo más seguro era que ellos llevaran otro.
- Lucía, ¿me recibes?
- ¿Quién habla?
- Soy yo.
- ¿José? ¿Dónde estás? Santi y yo hemos salido a buscarte.
- Estoy en la tienda frente al banco.
- Bien, quédate allí.
Cortó la emisión y yo guardé el aparato. Esperé poco tiempo y cuando llegaron, Lucía salió de él hecha un basilisco y me propinó una sonora bofetada.
- ¡No sabes el susto que me has dado! - Gritó.
- No grites.
- ¡Sí grito! ¡Creo que tengo derecho después del grandísimo susto que me has dado!
- ¿Quieres atraer a los muertos?
- No - dijo rebajando el tono.
- Pues deja de gritar, por favor. Comprendo perfectamente el susto que tienes, pero ahora no es el momento de pagarlo conmigo.
- Lo siento.
Me abrazó y luego subimos al coche para, poco después, cuando oscurecía, llegar a la casa con los demás.

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