Llegamos a su calle y aparcó, no sin mirar antes a la puerta de la que fue su casa y respirar hondo con dificultad, pero le costaba aún más tras haber hecho esto.
- Tranquila, cariño.
- Es que no puedo.
- Lo sé, me tocó pasar por lo mismo.
- Ya, pero tú eres un chico. Nosotras somos más frágiles en las cuestiones familiares. Sois igual que una torre de Lego mientras nosotras somos como un castillo de naipes. Las situaciones nos afectan más que a vosotros debido a que somos completamente emociones.
- Eso ha sido precioso.
- Gracias.
- No cuesta decir las cosas cuando en realidad la situación lo merece. Bueno, ¿vamos?
- Sí.
Salimos del coche con las armas listas y cruzamos la calle, pero antes de llegar a nuestro destino aparecieron muchos muertos. Estábamos rodeados por completo y yo solo tenía las balas que había contado anteriormente, aunque Lucía aún tenía su cargador lleno. Comenzamos a matar a todos los muertos, cubriendo el uno al otro, manteniéndonos espalda con espalda. Uno de ellos estuvo a punto de morderla, pero fui muy rápido con el cuchillo y le maté antes de que pudiera hacer nada. Casi hasta que quedamos extenuados por completo logramos resistir y matamos a todos sin mayores percances. Ya cuando cayó el último, nos miramos sonriendo.
- Gracias - dijo.
- Ya deberías saber que estoy para lo que sea.
Asintió y nos dirigimos a la casa en silencio. Ella introdujo la llave lentamente y abrió la puerta con cautela, esperando no encontrarse con sus padres, pero la casa estaba completamente vacía. Cerré la puerta tras entrar y encendimos una linterna con la que avanzamos por allí en silencio. Entré en el salón esperando que me saliera algún muerto, pero no salió nada, tan solo un pequeña polilla que comenzó a revolotear por delante del haz de luz de la linterna.
- Lucía, aquí no hay nadie.
No me contestó, por lo que me asusté mucho y comencé a buscarla, pero al encontrarla a salvo, me calmé.
- ¿Me has oído? - Pregunté.
- No.
- Que aquí no hay nadie.
- Lo sé. Pero también sé que pueden seguir vivos.
- ¿Y eso?
- No hay ropa en los cajones ni en los armarios.
- Se los ha podido llevar cualquiera.
- No. Mira.
Miré a mi alrededor buscando algo que mostrara que me equivocaba, pero las desnudas paredes blancas no tenían muestras de que hubiera entrado alguien ajeno.
- No veo nada - dije.
- Pues claro. No hay fotos ni nada parecido. ¿Se llevaría alguien las fotos si no fuera mi familia?
- Pues no.
- Pues han tenido que ser rescatados.
- Lo que dices no tiene nada de descabellado. Bueno, ¿vas a coger algo?
- No. Básicamente quería saber qué había ocurrido con mis padres. Eso que te dije tan solo era una excusa.
Asentí y la abracé con ternura, acariciándola suavemente la cabeza.
- Bueno, ya lo sabes. ¿Quieres irte ya, mi amor?
- No lo sé. Ahora que estoy aquí, no quiero irme. Es algo... Extraño.
Yo sabía perfectamente cómo se sentía y a mí también me costaba decidir qué iba a hacer cuando me tocó. No quería irme, pero a su vez, los recuerdos me hacían huir de allí. La quité un mechón de la cara y la miré a los ojos, los cuales brillaban bajo el tenue resplandor de la luna que se filtraba a través de un pequeño resquicio entre el alféizar y la persiana medio bajada.
- Sé cómo te sientes - dije con calma y cierta melancolía -. Es una sensación extraña, con la que te sientes como un intruso que entra en un lugar prohibido y sabe que no debería estar allí, pero también te sientes a gusto, sabiendo que ese es en realidad tu hogar.
- Ya, pero los recuerdos te martillean por todos los lados y los rincones.
- Lo sé.
Comenzó a llorar y yo la acaricié con suavidad en el hombro para liego cogerla de este y acercarla a mi y abrazarla. Lloró sobre mí con ganas, sintiéndose perdida, pero yo la calmé lo mejor que pude. Cuando acabó, me miró a los ojos de cerca.
- Gracias por estar siempre ahí, mi amor. No sé que sería yo sin ti y sin tu apoyo.
- No es nada - dije restándole importancia.
- Para mí es mucho.
Se alzó ligeramente y me besó con ganas, a lo que yo respondí con aún más fervor. Pasó su mano por debajo de mi camiseta y acarició mi zona abdominal con mucha suavidad. La dejé hacer hasta que intentó llegar más allá y agarró el borde de mis pantalones, tratando de llegar a esa zona. Cogí su muñeca y retiré su mano, sonriendo, pero su pícara sonrisa me hizo reír.
- Eres muy mala.
- ¿Quieres que te demuestre lo mala que puedo llegar a ser?
- ¿Me estás pidiendo lo que yo creo?
- ¿Y si lo descubrimos?
Me llevó a la que fue su habitación y comenzaron entre nosotros los juegos y las risas que daban paso a cierto acto... Del que me ahorraré la descripción.Despertamos en su casa una vez entrada la mañana por culpa del sonido del walkie. Miré a mi novia y acaricié su hombro lentamente. Por debajo de las sábanas se hallaba su cuerpo, completamente desnudo junto al mío. Cogí el aparato tratando de no despertarla y fui al salón a contestar.
- Aquí José.
- José, soy Juanma.
- Dime.
- ¿Estáis bien?
- Sí. ¿Ocurre algo?
- Ha llegado un grupo extraño por la noche y nos han llevado al Escorial.
- Bien, de acuerdo. Iremos allí directamente.
- De acuerdo.
Cortó la emisión y yo miré a la entrada del salón, donde el chirriar de la puerta llamó mi atención y vi a Lucía con nada más que una camisa blanca sobre su bello cuerpo, mirándome con el dedo en la comisura de los labios.
- Bonito culo.
- Me ha despertado el maldito cacharro.
- ¿Se han comunicado los demás?
- Sí. Han dicho que se presentó anoche un grupo extraño que les ha llevado al Escorial.
- ¿Debemos preocuparnos?
- No creo. ¿Quieres irte ya?
- Sí, vámonos.
Regresamos a la habitación y nos vestimos para irnos hacia nuestro nuevo destino lo más rápido posible.
- ¿Qué crees que nos encontraremos allí?
- No lo sé, Luci.
Aquello fue lo único que dijimos durante un viaje que duró cerca de una hora. Cuando llegamos, aparcamos tras el coche de mi tío y nos salimos del vehículo, encontrándonos con una muralla donde habían varios hombres armados y con extravagantes trajes blindados.
- ¿Quiénes son? - Dijeron los de arriba.
- Somos parte del grupo que trajeron anoche. Soy su legítimo jefe, para ser exactos.
- Pasad.
Abrieron los portones y Lucía y yo entramos allí, encontrándonos con una gran colonia llena de vivos. Uno de los hombres se acercó con un casco puesto y cuando se lo quitó, encontré a un hombre de unos 34/35 años que me tendió la mano en señal de saludo.
- Bienvenidos a la RCZ.
- Supongo que, teniendo en cuenta la situación, será el acrónimo de la Resistencia Contra Zombies.
- Eres listo, chaval. Acompañadme, os llevaré ante la jefa.
Le seguimos por el edificio del Escorial y finalmente acabamos en un despacho, donde el asiento en el que se encontraba la jefa de la colonia estaba girado.
- Mi nombre es Marcos - dijo desde la puerta -. Os dejo con ella.
La puerta se cerró y el asiento se dio la vuelta, mostrando el rostro de aquella persona que se encargaba de aquello. La sorpresa nos embargó por completo a ambos cuando la reconocimos, pero la cara de ella era aún mejor que la nuestra. Se levantó del asiento y se acercó a nosotros, murmurando.
- Hija... - dijo acariciando la mejilla de Lucía -. José... Estoy tan contenta de volver a veros.
- Mamá.
Se abrazaron con fuerza mientras yo observaba la escena, impasible y a punto de llorar. Cuando se separaron me miraron y corrieron a abrazarme con fuerza.Cuando nos separamos de aquel abrazo, mi suegra nos dijo que fuésemos a ver a Juan para que nos diera unos trajes.
- ¡Chicos! - Dijo cuando nos disponíamos a salir.
- ¿Sí? - Respondí.
- Tratad de sobrevivir.
- Lo haremos.
Nos fuimos cerrando la puerta detrás nuestra y tratamos de salir de aquel laberinto, pero por mucho empeño que le pusimos, no logramos más que llegar a la iglesia, donde entramos y nos sentamos en la primera fila, junto a uno de los soldados que estaba allí y reparó en mí.
- Hola, viejo amigo - dijo.
- Mmm... ¿Hola?
- Sois nuevos, ¿verdad?
- Sí, lo somos.
- Bueno, ya iba siendo hora de que aparecieras.
- ¿Se puede saber quién eres?
- Por supuesto, José.
Se quitó el casco y me miró sonriendo.
- ¡Adrián Ventura! - Exclamé.
- Sí, soy yo. ¿Qué hacéis por aquí?
- Nos hemos perdido.
- Comprendo. Seguidme, yo os ayudo a salir.
Salimos de la iglesia y poco después abandonamos aquel laberinto de pasillos. Una vez fuera, se despidió y se fue, dejándonos solos. Nos acercamos a una puerta de donde salían hombres uniformados con el traje blindado y allí encontramos a nuestro objetivo.
- Hola Juan - dijo Lucía.
- Hola chicos. Venís a por unos trajes, ¿verdad?
Asentimos y nos dieron unos con los que nos fuimos a los probadores y, una vez fuera, Juan se acercó con dos fusiles de asalto en las manos.
- Estas son vuestras nuevas armas.
- Ya tenemos unas.
- Ya, pero no tenéis estas.
Asentimos y las cogimos cuando de repente comenzó un barullo en el exterior, tras el cual entró un soldado sin el casco al que reconocí de inmediato.
- Hijo de puta... - Dijo enfadado y dirigiéndose a mí.
Me agarró del cuello y comenzó a estrangularme, pero llegué a pegarle un culatazo que aflojó la presa, pero la pelea se detuvo en ese momento tras la intervención de mi suegra.
- Miguel, sepárate de José.
- Me robó a Lucía.
- Ella no te pertenecía, igual que no me pertenece a mí.
Aquella respuesta provocó que se abalanzara sobre mí, pero estaba preparado y le esquivé para poco después comenzar a darle un puñetazo tras otro, con fuerza.
- ¡Para José! - Dijo Lucía -. ¡Le vas a matar!
No atendí a razones y seguí con él hasta que le di el último y salió volando por la puerta, cayendo muerto en la plaza, a los pies de la gente. La madre de Lucía nos llevó a su despacho de nuevo y, tras cerrar la puerta, nos miró con gravedad.
- Miguel no era un chico malo
- Lo sé, le conocía. Pero es que no he podido evitarlo.
- Ha sido su culpa - dijo mi novia.
- Ya, pero no merecía morir.
Lucía me abrazó con fuerza y luego mi suegra nos ordenó que nos fuésemos de allí.
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MUNDO INFERNAL
Ciencia FicciónJosé y Lucía son dos jóvenes novios que han conseguido su título de la ESO y todo augura un brillante futuro para ambos, pero todo va a cambiar en el momento de la celebración, cuando los muertos regresen a la vida. Ahora los dos deben aprender a so...