Capítulo 7

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Fue en la segunda semana desde nuestra llegada cuando comenzaron los problemas. Estábamos todos agolpados en la puerta de la habitación de Francisco, completamente anonadados.
- ¿Qué ha pasado? - Me preguntó mi suegra directamente.
- Han asesinado a uno de los míos y quiero descubrir quién ha sido de inmediato.
- Yo no sé quién ha podido ser.
- Miguel. ¿Tenía algún familiar cercano?
- Sí, una hermana.
- Llévame a verla.
Salimos del tumulto y comenzamos a recorrer los pasillos hasta llegar al otro ala del edificio, donde llamamos a una de las puertas y detrás de la cual estaba una chica joven, de unos veintitantos años que nos miró con desdén.
- ¿Qué queréis? - Dijo con tono hostil.
- Hablar - dije -. Quiero hablar contigo.
- ¿Hablar? ¿De qué?
- Depende. Uno de mis hombres ha sido asesinado... Y yo me pregunto si has sido tú.
- ¿Y? ¿Qué pruebas tienes?
- Ahora mismo solo tengo mis sospechas, pero... No creo que tarde en tener suficientes pruebas para ir a por ti.
Al oír aquello se estremeció y me miró, derrotada.
- Sí, fui yo. Pero tienes que dar gracias a que no te cacé a ti. Que seas el segundo de Esther no te da protección.
- ¿He de achantarme por lo que acabas de decir?
- Deberías - espetó de malas maneras.
Cerró la puerta con fuerza y mi suegra me observó en silencio.
- ¿Qué? - Dije de malas maneras.
- Nada, nada.
- ¿No hay que ir a por restos?
- No. Juan ya se está encargando de ello.
- Te dije que yo no me iba a quedar parado y sin embargo ya he hecho menos por la comunidad que cualquier adoquín de la calle. Nos tienes a Lucía y a mí aquí encerrados, como si nos quisieras tener controlados.
- Te equivocas. No...
No hice caso alguno y me fui al exterior de la comunidad armado únicamente con una pistola para comenzar a recoger restos de los muertos y que las investigaciones para saber el por qué de lo ocurrido pudieran avanzar.
De pronto un muerto me mordió en el hombro, aunque no era el único que venía a por mí. Debido a mi traje blindado no corría peligro alguno salvo por los dedos, ya que eran la única parte desprotegida. Cogí mi pistola y comencé a disparar a pesar de que mis compañeros no querían ayudarme desde lo alto del muro.
Finalmente me quedé sin balas y los muertos comenzaron a acercarse cada vez más, pero de repente un disparo sonó detrás mío y al girarme, uno de los nuestros se acercaba a mí y al llegar, me empujó.
- ¿Qué haces? - Era Lucía.
- Recoger muestras.
- Menos mal que mi madre me avisó de que te habías ido. Regresa ya.
- Quiero ayudar y no pienso quedarme de brazos cruzados.

- ¿Acaso te crees que yo no? A mí también me jode tener que quedarme dentro de la comunidad sin poder hacer nada, pero sé que es para poder ayudar cuando haya problemas más importantes.

En ese momento, comenzaron a venir mordedores por todas partes y Lucía me entregó dos cargadores, de los cuales usé uno y el otro me lo guardé a mano. Comenzamos a deshacernos de ellos cuando comenzó a oirse el rugir de motores y aparecieron los vehículos del grupo Cobra, por lo que tuvimos que despejar el camino y cubrir la entrada. Entramos lo más rápido posible antes de que cerraran las puertas, ya que si te quedabas fuera, no podías volver a entrar y aquello sería una muerte segura.

Una vez dentro, todos nuestros compañeros comenzaron a ocupar sus puestos para defender la comunidad a la vez que sonaba la alarma. Lucía y yo hicimos lo mismo cuando apareció Esther y nos miró a todos. Los muertos llegaron a las puertas y los del muro comenzaron a disparar.

- José, Lucía.

- Dinos - respondió mi novia.

- Iros.

- No - respondí tajantemente -. No pienso dejar a mis compañeros solos. Nos mantendremos aquí.

En ese momento, la puerta cedió y nos tocó actuar a nosotros, logrando defendernos bastante bien. Cayó el último y todos nos relajamos más, pero nos esperaba algo aun mayor y nos pilló a todos por sorpresa. Cuando un grupo de cuatro soldados se acercó a reparar las puertas, cayeron sorprendidos por el fuego de un grupo bastante numeroso de enemigos que entró y comenzó a disparar sobre los desprevenidos soldados. Lucía, Óscar, Esther, Juanma y yo fuimos rápidos y alcanzamos el edificio del monasterio, donde nos escondimos y pensamos una buena estrategia de defensa.

- Yo voy a salir la primera - dijo mi suegra -. Derribaré a algunos de ellos y os daré tiempo para que lleguéis a los vehículos y podáis así usar las torretas.

- Esther - dije -, ¿tenéis fusiles de precisión?

- Sí, alguno hay en la armería. ¿Por qué?

- Nuevo plan. Yo me encargo de cubriros desde los pisos superiores a la vez que Esther os gana tiempo desde abajo y una vez hayáis cogido la munición del coche de mi padre, os largáis echando ostias.

- No te voy a dejar aquí - respondió mi novia.

- Lo harás. Os esconderéis cerca hasta mañana y luego veníis a por mi. Después nos largaremos a dios sabe dónde, pero hasta que nos veamos, seguid el plan.

- No puedes hacerme esto, José.

- Lucía, sabes mejor que nadie que es la mejor opción.

- ¿Estás seguro, José? - preguntó Juanma.

- Sí.

- Mantendréis la comunicación por medio de estas radios - añadió mi suegra a la vez que daba las radios -. No tienen mucha batería, por lo que solo podréis usarlas mañana. ¿Entendido?

- Sí - respondieron mis amigos.

Lucía se quedó en silencio, mirando al suelo enfadada, por lo que me la llevé lejos del grupo y acaricié su brazo con ternura.

- Sé que no estás de acuerdo.

- Por supuesto que no.

- Ya lo sé, te lo acabo de decir.

Se rió ligermente y luego me miró con cierta tristeza.

- Sé qué piensas, cariño. Va a ser duro para los dos el estar separados y ambos pensaremos en todo momento en el otro, preguntándonos si seguirá vivo. Pero solo esta tarde y la noche. Mañana por la mañana nos reencontraremos, te lo prometo.

- Pero echaré de menos acurrucarme entre tus brazos.

- Y yo, Luci.

- ¿Estás seguro de tu plan?

- Sí.

- Bien, pues si es así... de acuerdo. Pero mañana te quiero ver vivo, ¿me has oído?

- Por supuesto.

Regresamos con los demás y pusimos en marcha mi plan. Tras ir a la armería, subí al piso más alto y cuando vi a mi suegra salir, comencé a cubrir a aquellos que tanto me importaban. Cayó un enemigo tras otro y, aunque me disparaban, no lograron detenerme ni un solo instante. Cada vez entraban más de ellos y ya temía porque mis amigos no pudieran huir, pero gracias a la ayuda de Esther, el blindado salió de allí sin problemas. Señalé a mi suegra que se reuniera conmigo, pero en el exacto momento en el que alcanzó la puerta del edificio, sonó un atronador disparo que hizo retumbar todo. La habían abatido y yo busqué al culpable hasta que encontré a un francotirador enemigo cerca del coche de mi padre y hubo un pequeño instante en el que nos miramos y encontramos el miedo del otro reflejándose en la mira de las potentes armas, pero aquello solo duró un pestañeo, pues ambos disparamos a la vez. Recuerdo caer herido en el hombro, con un dolor ardiente y horrible. Me arrastré por el suelo dolorido y emitiendo lastimeros gemidos, como un ciervo que se halla en sus últimos momentos, tratando de alcanzar la enfermería. El último momento que recuerdo de aquel día, fue desvanecerme en el mismo umbral de aquello que tanto ansiaba alcanzar.

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