Capítulo 6

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Cuando nos separamos de aquel abrazo, mi suegra nos dijo que fuésemos a ver a Juan para que nos diera unos trajes.
- ¡Chicos! - Dijo cuando nos disponíamos a salir.
- ¿Sí? - Respondí.
- Tratad de sobrevivir.
- Lo haremos.
Nos fuimos cerrando la puerta detrás nuestra y tratamos de salir de aquel laberinto, pero por mucho empeño que le pusimos, no logramos más que llegar a la iglesia, donde entramos y nos sentamos en la primera fila, junto a uno de los soldados que estaba allí y reparó en mí.
- Hola, viejo amigo - dijo.
- Mmm... ¿Hola?
- Sois nuevos, ¿verdad?
- Sí, lo somos.
- Bueno, ya iba siendo hora de que aparecieras.
- ¿Se puede saber quién eres?
- Por supuesto, José.
Se quitó el casco y me miró sonriendo.
- ¡Adrián Ventura! - Exclamé.
- Sí, soy yo. ¿Qué hacéis por aquí?
- Nos hemos perdido.
- Comprendo. Seguidme, yo os ayudo a salir.
Salimos de la iglesia y poco después abandonamos aquel laberinto de pasillos. Una vez fuera, se despidió y se fue, dejándonos solos. Nos acercamos a una puerta de donde salían hombres uniformados con el traje blindado y allí encontramos a nuestro objetivo.
- Hola Juan - dijo Lucía.
- Hola chicos. Venís a por unos trajes, ¿verdad?
Asentimos y nos dieron unos con los que nos fuimos a los probadores y, una vez fuera, Juan se acercó con dos fusiles de asalto en las manos.
- Estas son vuestras nuevas armas.
- Ya tenemos unas.
- Ya, pero no tenéis estas.
Asentimos y las cogimos cuando de repente comenzó un barullo en el exterior, tras el cual entró un soldado sin el casco al que reconocí de inmediato.
- Hijo de puta... - Dijo enfadado y dirigiéndose a mí.
Me agarró del cuello y comenzó a estrangularme, pero llegué a pegarle un culatazo que aflojó la presa, pero la pelea se detuvo en ese momento tras la intervención de mi suegra.
- Miguel, sepárate de José.
- Me robó a Lucía.
- Ella no te pertenecía, igual que no me pertenece a mí.
Aquella respuesta provocó que se abalanzara sobre mí, pero estaba preparado y le esquivé para poco después comenzar a darle un puñetazo tras otro, con fuerza.
- ¡Para José! - Dijo Lucía -. ¡Le vas a matar!
No atendí a razones y seguí con él hasta que le di el último y salió volando por la puerta, cayendo muerto en la plaza, a los pies de la gente. La madre de Lucía nos llevó a su despacho de nuevo y, tras cerrar la puerta, nos miró con gravedad.
- Miguel no era un chico malo
- Lo sé, le conocía. Pero es que no he podido evitarlo.
- Ha sido su culpa - dijo mi novia.
- Ya, pero no merecía morir.
Lucía me abrazó con fuerza y luego mi suegra nos ordenó que nos fuésemos de allí.

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