Capítulo 2

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Nada más salir del coche, mi abuelo se acercó a mí extrañado.
- ¿Qué haces aquí?¿Y tus padres?
- Antes de nada, déjame presentarte a los demás.
Todos bajaron del vehículo y le dieron la mano a mi abuelo.
- Ella es Lucía, mi novia; Óscar y Juanma, amigos nuestros y, bueno, Dani.
- Encantado, chicos - respondió.
- Ahora procederé a explicártelo.
En ese momento salió mi abuela y saludó a todos tras presentarlos de nuevo. Después, procedí a explicarlo.
- El mundo ya no es lo que era. Los muertos han llegado.
- ¿Estás diciendo que los zombis...?
- Sí.
- Tengo algo que pedirte - dijo mi abuela.
- Adelante.
- Ve a por Santi.
- De acuerdo.

Me monté en el coche seguido por Juanma, pero le hice bajarse porque aquello era algo que debía hacer solo. Mi abuelo abrió la puerta y yo salí con el coche. Recorrí de nuevo el camino hasta Pozuelo atropellando a todos los muertos que encontraba y desde allí, me dirigía a Madrid, donde vivía mi tío. Pasé junto al Santiago Bernabéu y luego fui a la calle Víctor Andrés Belaúnde, parando frente al portal y llamando a la portería. Mi tío abrió y yo entré en la casa, abrazándole con fuerza.
- ¿Qué te trae por aquí? - Preguntó.
- Verás... resulta que el mundo se va a la mierda y la abuela me ha pedido que te lleve allí.
- ¿Allí dónde?
- A Nava.
- No me puedo ir.
- Pero, ¿por qué?
- Porque no puedo.
- Dime, ¿qué te ata aquí?
- Tamara - dijo cabizbajo.
- ¿Qué le ha pasado?
- Fue ayer.
- Cuenta.
- Ella estaba en la portería cuando de repente algo le atacó. Entró con el brazo ensangrentado y con un enorme agujero. No me dijo nada y comenzó a intentar curársela.
- ¿Dónde está? - Pregunté con cierta gravedad.
- Dentro, durmiendo.
"Mierda", pensé. Comencé a andar de aquí para allá sopesando seriamente si decírselo o no, pero lo debía hacer.
- Santi, Tamara no va a sobrevivir.
- ¿Cómo?
- Lo que pasó ayer, fue que la mordió un zombie.
- ¿Es... estás hablando en serio?
- Por supuesto. Debemos irnos ya. 
Mi tío miró al suelo, negando con fuerza.
- No puedo. No la voy a dejar aquí, seguro que alguien la puede curar.
- Ya no - dije serio -. El virus se ha extendido por su cuerpo. Es demasiado tarde.
Mi tío se hundió completamente. Miré al exterior y observé que ya estaba anocheciendo.
- O la matas - dije con prisa -, o...
- ¿O qué?
- O la dejas aquí y que muera en paz.
- No, no y no.
- ¡Santiago de Soria! - Dije con autoridad y enfado -. No eres el único con novia. Yo también me quedaría si la hubieran mordido. ¿O te crees que no?¿Qué me dirías si, cuando ella muera, tú también? Ella no será la misma nunca más.
- Pues...
- Yo creo que es mejor perder una sola vida que dos. ¡O tres! Que yo también estoy aquí. Elige, vida o muerte.
Santi me miró. La pérdida de mi familia me había hecho madurar de golpe y plumazo y ahora lo demostraba ante mi tío.
- Está bien, vamos. Coge un momento las llaves de mi coche, están ahí.
Yo cogí las llaves y él se dirigió al interior de la vivienda. Al poco volvió con un enorme cuchillo en la mano. Salimos de allí, nos montamos en nuestros coches y regresamos a Nava.

Llegamos una vez entrada la noche y pité ante la puerta y cuatro muertos se acercaron, pero Óscar se encargó de ellos con rapidez. Una vez dentro, mis abuelos y mi hermano fueron corriendo a abrazar a mi tío mientras Lucía me llevaba al interior de la casa.
- Juanma creía que ya no ibas a volver y nos quedaríamos aquí con tu familia.
- Es que nos vamos a quedar a-quí - sentencié.
- Pero es que no queremos quedarnos junto a tu familia porque nos recuerda a la nuestra.
- ¿Y dónde os vais a ir? Necesitáis un coche.
- Hay dos.
- Sí; uno de mi familia y otro de mi tío. Además, si ese es el problema, yo puedo ir a por vuestras familias.
- No, no hace falta.
Óscar entró y se acercó.
- A mí me gustaría ir.
- ¿Crees que podrás tú solo?
- Sí, podré.
Le di las llaves y él se fue nervioso, sin saber qué se iba a encontrar. Lucía observó tras la ventana la marcha de Óscar.
- ¿Por qué le has dejado ir solo?
- Óscar no es débil. Psíquicamente es fuerte, igual que físicamente.
- ¿Y tú? - Dijo mirándome -. ¿Eres fuerte?
La miré, escrutándola, buscando el por qué de aquellas palabras.
- Las circunstancias cambian a la gente y veo que no hay excepciones. Si ya no confías en mí, no deberíamos seguir juntos
- Estoy de acuerdo - dijo yéndose a la cocina.
Santi me vio enfadado, me cogió del brazo y me llevó a la habitación, donde comenzó a hablar con seriedad
- A ver, ¿qué ha pasado entre Lucía y tú?
- Nada, que ya no confía en mí.
- Creía que os amábais.
- Así era.
- ¿La sigues amando?
- Por supuesto.
- Ya veo. Deberías ir y hablar con ella de corazón.
- Tal vez tengas razón.
Me dio unas palmaditas en el hombro y se marchó, acción tras la cual fui a hablar con Lucía. Estaba llorando, por lo que me acerqué con sigilo y la abracé por detrás con cariño. En vez de rechazarlo, comenzó a acariciar el dorso de mi mano.
- Lo siento - dijo.
- No ha sido culpa tuya. La presión nos puede y es difícil aguantar.
Se dio la vuelta y me miró.
- Yo sé que eres fuerte.
- Y confío en que siga así.
En ese momento, mis abuelos entraron y siguieron con sus quehaceres, por lo que Lucía y yo salimos y nos encontramos a Juanma jugando con mi hermano cuando se acercó nada más vernos.
- José, ¿me dejas hablar con Lucía un momento?
- Por supuesto.
Ellos se fueron y yo miré a mi hermano sonriendo.
- ¿Jugamos al fútbol? - preguntó.
- No, mañana quizá, pero ya es muy tarde. Tienes que cenar e irte a dormir.
- ¿Con tele?
- No, Dani. Es demasiado tarde. Vete dentro, anda.
Hizo lo que le mandé con la cabeza baja, mirando al suelo. Una vez me quedé solo, fui a la puerta y comprobé su resistencia dándole unos golpes y quedándome satisfecho. Miré el exterior, silencioso y cálido, por lo que fui a coger un par de cuchillos y salí de allí. Tenía los cuchillos preparados mientras me dirigía a la derecha, exactamente hacia la carretera. Cuanto más me alejaba de la puerta, menos veía debido a las dos farolas de la entrada. Pronto tuve que fiarme de mi oído para poder andar por la oscuridad total que asolaba aquel paisaje. Oía nervioso los balidos de las cabras que tenía el cabrero que vivía al lado nuestra, pero me sobresalté al oír un gruñido ronco proveniente de mi izquierda y bajo la tenue luz de la luna en cuarto creciente de aquella noche, distinguí al muerto que se acercaba. Le maté con agilidad y proseguí mi camino hasta que escuché a Lucía junto a mi hermano llamarme desde la puerta. En cuanto miré allí, encontré a un muerto por su espalda a punto de morderla, pero disparé con la pistola, matándole y provocando que otros tantos me siguieran.

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