CAPÍTULO 8: 21-3-2012 (parte 1)

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Aquella era una mañana extremadamente cálida, y el sol abrasador parecía querer derretir las calles. La primavera había anunciado su aparición de forma contundente.

Tal vez quería dejar claro de algún modo que el invierno había acabado y el verano estaba a la vuelta de la esquina.

A través del amplio escaparate de la panadería Bruno podía ver a la gente paseando, enfrascada en su incesante parloteo.

Unos agradecían el buen tiempo y rogaban por más días así; otros se quejaban de las altas temperaturas y lo atribuían al calentamiento global.

Los turistas correteaban de un lado a otro, sosteniendo los mapas y las cámaras de fotos en todo momento, como si se trataran de sus más fieles aliados.

En su rostro se había quedado plasmada una gran sonrisa, medio oculta por los pintorescos sombreros de paja, que iban a juego con las delicadas sandalias de cuero.

Seguramente estarían pensando en visitar los restos de la muralla que rodeaba el casco antiguo, o en tomar una caña bien fría en la terraza de algún bar.

Miraras donde miraras, la naturaleza embellecía el paisaje con su despliegue interminable de hermosas flores y árboles frutales, que habían atraído a más de una abeja sedienta del dulce néctar oculto entre capas y capas de seda.

Pero ésto no parecía importar a los extranjeros, pues la magia de aquella ciudad de colores y formas exuberantes había cautivado todos sus sentidos, y los había sumido en un profundo trance que les llenaba de felicidad y euforia.

El chico sonrió sin enseñar los dientes, dejándose contagiar por el silencioso hechizo.

Nunca había sido muy fan de esa época del año, pues no le hacían ninguna gracia los insectos y sus aguijones;  tampoco las alergias que el polen provocaba.

Prefería el invierno, con sus hermosos amaneceres helados: le encantaba cómo la nieve cubría los tejados y aportaba a las calles un aspecto misterioso y melancólico.

Además, desde pequeño la Navidad había sido su momento favorito del año.

Recordaba aquellos días con alegría e ilusión, y no sólo por los regalos recibidos.

Adoraba el ambiente tan cálido y hogareño que se respiraba en casa.

Solían cantar villancicos antes de irse a la cama, y después leían cuentos navideños.

La parte favorita de Bruno era decorar el árbol, y junto a su hermana, hacía una competición para ver quién colgaba más guirnaldas y bolas en las ramas.

Antes de enchufar las lucecitas de colores, su padre le cogía en brazos y el chico colocaba la estrella dorada en lo alto. Era como una tradición.

Bruno sonrió, perdido en sus hermosos recuerdos.

Cuando sus padres revelaron el misterioso secreto que sólo los mayores sabían se puso triste, pero no perdió la ilusión. Siguió celebrando la Navidad año tras año, contagiándose por la emoción que su inocente hermanita le transmitía.

Por eso el invierno era su estación predilecta.

Sin embargo, le estaba resultando imposible no amar la primavera.

La llegada del buen tiempo había contribuido a derretir la gruesa capa de hielo que rodeaba su maltrecho corazón, impidiéndole sentir nada que no fuera un profundo vacío.

Ahora las cosas empezaban a ir bien y, por primera vez, se permitió tener esperanza.

Dos días atrás, cuando Emilio volvió de Alcohólicos Anónimos, recibió una grata sorpresa.

EL PARQUE DE LOS CEREZOS EN FLORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora