Bruno se encontraba en paz por primera vez en mucho tiempo.
La suave brisa acariciaba sus cabellos, y envolvía su cuerpo de forma sutil pero reconfortante, como si le elevara entre mares de algodón.
Mantuvo los ojos cerrados, dejando que el sol proyectara suaves sombras sobre sus párpados, imaginando miles de colores proyectados en la tenue oscuridad serena.
Una sonrisa asomó tímidamente a sus labios, iluminando su rostro con más fuerza que la luz que se filtraba entre los cerezos.
Poseía la pureza e inocencia de un niño, pero también un ápice de constancia y seriedad de los adultos.
El viento cesó de forma brusca y los rayos de sol incrementaron su intensidad, haciendo que Bruno frunciera el ceño.
Entonces notó su presencia, y el reconocimiento le golpeó en un ramalazo de nostalgia.Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos sentarse a su lado y observar la vida pasar. Extrañaba todo de ella.
Abrió los ojos y sus pupilas oscuras quedaron momentáneamente cegadas por la luz.
Después se incorporó, mientras se desesperezaba como un gato y sobaba suavemente su nuca.
Se sentó en la hierba con las piernas cruzadas, y unos mechones rebeldes taparon su rostro.Bruno los apartó rápidamente con la mano, y entonces la vio.
Tan única como siempre, fundiéndose con la casta luz del atardecer como si se tratara de la estrella más brillante del firmamento.Lo que más le gustaba de ella era su forma de ser tan cálida y humilde.
Jamás trató de fingir lo que no sentía, y nunca actuó en contra de sus principios. Era una mujer madura y responsable, que sabía lo que buscaba y no se detenía hasta obtenerlo.Pero Bruno también había visto una pincelada de fragilidad en su armadura casi indestructible.
Aunque ella no quisiera admitirlo, necesitaba ayuda.
Fueran cuáles fueran sus problemas no estaba en condiciones de sobrellevarlos sola.
Y no porque fuera débil o torpe, sino porque el peso que cargaba a sus espaldas era demasiado.También veía en ella a una persona buena y hermosa, en todos los sentidos.
A pesar de que no trataba de llamar la atención, tenía un algo que le atraía como un imán.
Era como si su aura destacara por encima de todas las demás, llamando irremediablemente la atención de quienes la rodeaban.Salió de de sus confusos pensamientos cuando Irene sacudió la mano en forma de saludo y sonrió.
Aquel gesto logró desarmarle por completo.En realidad no había nada fantástico o impresionante en la escena: la chica estaba recostada en el tronco de un gran cerezo, con las piernas cruzadas y el pelo cayendo en cascada por su espalda. Su piel parecía incluso aún más pálida a la sombra del árbol.
Pero era precisamente la sencillez de sus facciones la que conquistó a Bruno.
Eso la hacía especial; no necesitaba cambiar nada de ella para paracer más atractiva, y no necesitaba hablar de forma docta para parecer interesante o lista.
Irene tenía algo de lo que muchas personas carecían: transparencia.Al darse cuenta de que estaba quedando como un estúpido al no contestar, le dijo lo primero que pasó por su mente:
-¿Llevas mucho tiempo mirándome?
Quiso golpearse por la ridiculez de la pregunta. ¡Había hecho quedar a la chica descalza como una acosadora!
Tristemente el único acosador era él.Pero ella no pareció tomárselo a mal, porque sonrió y sus ojos grises brillaron de forma extraña.
-En realidad sí. Pero como se te veía tan tranquilo no quise molestarte.
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EL PARQUE DE LOS CEREZOS EN FLOR
Novela JuvenilHoy no tenía que ser un soleado día de enero. Eso fue lo primero que pensó Bruno, mientras cruzaba el parque de los cerezos. Tras la muerte de su madre, meses atrás, el chico se vio sumido en una depresión que le llevó aodiar la vida y sus injustic...