Tras la pelea con Kevin, su ánimo quedó por los suelos.
Durante meses había fingido que no le importaba, que esa gente formaba parte de un capítulo de su vida que había cerrado bruscamente al alejarse de ellos.
Bruno logró convencerse a sí mismo de sus palabras, pero la vida era cruel e injusta, y el destino quiso darle una lección de la forma más cruel posible.
No puedes huir del pasado, porque tarde o temprano te encontrará y llegará el momento de ajustar cuentas.
Las duras palabras de Kevin le habían dolido más que sus golpes y su labio partido.
Había conseguido matar en una tarde las esperanzas que habían tardado años en renacer.
La fría lluvia había ocupado el lugar del sol y, en lugar de limpiar sus heridas, lo único que hizo fue borrar su sonrisa, difuminándola hasta convertirla en una mueca dúctil e insegura.
Bruno se odió a sí mismo por ser tan débil, a Kevin por pegarle, a su padre por no cuidarles y a su madre por abandonarles cuando más la necesitaban.
Al darse cuenta del rumbo que estaban tomando sus sombríos pensamientos, decidió largarse de allí, hacia un lugar que le otorgara la paz que tanto ansiaba.
Caminó con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos, como el boceto de un trazo de carboncillo fundiéndose con las sombras derretidas por un sol distante, cargado de falsas promesas, frases que el viento barría y llevaba lejos.
A su alrededor, la gente caminaba a paso rápido, y algunos le esquivaban, sin fijarse en el chico triste y apagado que pateaba las piedrecitas de la acera.
Al parecer todo el mundo tenía prisa por volver a casa, pero para Bruno no era así.
Había perdido el privilegio de considerar esas cuatro paredes como suyas, y todos los buenos recuerdos contenidos en cada objeto y cada esquina habían terminado por agobiarle.
Ya no sentía aquella oleada de calidez y seguridad que inundaba su pecho cada vez que ponía un pie dentro de su casa.
Todo eso había sido sustituido por una angustia que le oprimía por dentro, y le daba ganas de correr hasta librarse de la tensión que le impedía respirar.
Si había algo peor que no encontrar tu sitio, eso era la soledad.
Bruno sentía que sus personas más queridas se habían convertido en extraños, y ya no podía confiar en nadie.
Ni siquiera en su hermana; pues a pesar de que habían prometido que no se ocultarían las cosas, no se veía capaz de contarle toda su mierda.
Si se enterara de los errores que había cometido y las cosas que había hecho, Clara se sentiría decepcionada, tal vez incluso llegaría a odiarle.
Por eso Bruno guardó silencio y cargó él solo con sus demonios.
Debía protegerla a toda costa, incluso si eso implicaba protegerla de sí mismo.
Abrió el viejo candado de metal y entró en el campo de fútbol que nadie usaba y miró a su alrededor.
Aquel lugar siempre le había tranquilizado, incluso tras los largos y duros entrenamientos que realizaba años atrás.
Por aquel entonces las cosas eran distintas. Su única preocupación era sacar buenas notas en los exámenes y no perder sus preciados cascos, que aparecían tirados y hechos una maraña de nudos en cualquier parte.
A pesar de que nunca había sido un chico de sonrisa fácil, tenía muchos motivos hacerlo; como las locuras que realizaba junto a su amigo Edu, las palabras de ánimo de su madre, las ocurrencias de su hermana y las clases de cocina de su padre.
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EL PARQUE DE LOS CEREZOS EN FLOR
Teen FictionHoy no tenía que ser un soleado día de enero. Eso fue lo primero que pensó Bruno, mientras cruzaba el parque de los cerezos. Tras la muerte de su madre, meses atrás, el chico se vio sumido en una depresión que le llevó aodiar la vida y sus injustic...