Hubo un tiempo
en el que las formas
se mantenían perfectamente
en la más estricta discreción.Los besos eran a oscuras.
Los amigos
se convertían por noches
en chivatos
de una pasión
mal vista a ojos de nadie,
y sólo,
en muy limitadas ocasiones
bien vista a ojos de Dios.Cada momento
se convertía en algo tan valioso
que sólo se recordaba
después de mucho tiempo,
entrelazando los dedos entre las sábanas
y sin encender la luz.
Cómo un secreto de dos.Se contaban las fotos
con los dedos de una mano.
Apenas 3 fotos de vida,
en blanco y negro,
con un papel que acabaría
probablemente amarillento,
roto y puesto discretamente
entre las hojas de un libro de posguerra.La intensidad era mayor,
azuzada por la tensión
de una sociedad llena de complejos,
hipócrita y mojigata.No existía el cartel de 24h,
ni la entrega momentánea,
ni los mensajes instantáneos,
ni la necesidad de la inmediatez.Una época,
que sin todas las facilidades
de ahora,
era menos complicada
entonces.