Intromisión.Viernes.
La semana pasó en un abrir y cerrar de ojos, los exámenes se acercaban arrastrando con ellos disturbios por todo el instituto.
El estrés saca lo peor de los estudiantes, o al menos de los que desean pasar las materias con excelentes notas.
No pude evitar ser afectada, en estos momentos soy una gran bomba de tiempo, cualquier cosa podría hacerme explotar.
Me llevé una completa sorpresa el lunes al culminar la jornada escolar, Lisa recordó nuestro trato arrastrándome junto a Amanda a la academia de defensa personal.
Lo había olvidado completamente.
El lugar era bastante amplio, de dos pisos. En la segunda planta está el área donde veremos clases, ahí se puede apreciar una gran vista de la calle, producto de los ventanales de vidrio. La ventaja es observar a los transeúntes sin que se percaten.
Algunos rostros se me hicieron conocidos, el primer día me encontraba confusa hasta que me di cuenta que eran estudiantes de mi instituto.
El instructor se mostró estricto y amigable al mismo tiempo aportando mayor seguridad.
La academia unida a la locura creciente del instituto, me estaban matando. Si a eso le añades los infernales dolores musculares, sólo queda una semana de terror.
No me quiero imaginar cuando comiencen los exámenes finales, recibiré golpes por todos lados.
No teníamos tiempo de socializar, apenas nos daba para saludar a los que comían junto a nosotras en la misma mesa del comedor.
Franco no tuvo más remedio que creernos cuando decíamos que sólo fuimos al café, aligerando la tensión.
Vienen a mi mente las palabras de Amanda de hace dos días:
"Tendremos que golpearlo con el trapeador rogando que pierda la memoria si continúa insistiendo."
Reí recordando aquello, mi madre que se halla frente a mí, sonrió.
–—¿Vas a comer o a reír de un chiste interno? — preguntó mi madre llevando la copa de vino a su boca.
— Voy a reír, a comer y a dejarte con la curiosidad — mastiqué un trozo de pechuga de pollo preparado con vegetales, luego un poco del puré de papa que le hace compañía, que delicia.
— Ni siquiera quería saber — dijo esto rodando los ojos con un puchero de evidente decepción, a veces es demasiado curiosa —. La cena te quedó riquísima, gracias hija.
— Te lo mereces, mamá.
Me levanté de la mesa recogiendo los platos, cubiertos y vasos que usamos dispuesta a lavarlos rápidamente.
Son las ocho de la noche, necesito ir a la casa de Amanda, por lo que le pedí a mamá que me llevara.
Una vez terminé de fregar, corrí a mi habitación, preparando el bolso con lo que necesitaré, unos minutos después baje las escaleras.
Me vestí antes de cenar, decantándome por un pantalón ajustado con un rasgado en la rodilla derecha, una franela de tirantes blanca debajo de mi chaqueta negra, calzando converse del mismo color.
Mamá sigue en la cocina tomando su té.
— Estoy lista, mamá — informé viéndola llevarse el resto de la bebida a los labios dejando la taza vacía en la encimera, tomando luego las llaves del coche.
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Carga liberada ©
Ficción GeneralMara se vio forzada a presenciar una serie de sucesos traumáticos durante su infancia que la han marcado de por vida. A raíz de esto, ha decidido llevar las riendas de sus vivencias sin dejar ningún cabo suelto, la costumbre es su estación preferida...