Capítulo 16

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Ever.

El rugir del auto de Richard me hizo despabilarme por completo. Era muy consciente de la cercanía de Ryan a mi lado, irradiaba calor y comodidad, pero hice lo posible por ignorarle. La calle estaba hecha un verdadero fiasco. La lluvia había empapado el pavimento con sonoridad, y por donde quiera que el auto pasaba, las llantas se llevaban un rastro de lodo espeso y oscuro.

Llevándome una mano al pecho, pensé en Sam, el muchacho de ojos verdes grises de otro mundo.

Algo no andaba bien. Yo me había sentido demasiado cómoda con el tan cerca, y sabía que aquello no me traería nada bueno. Pero me era imposible no recordar lo cerca que estuve de sentirme yo otra vez. Completa y sin miedos asomando por cada rincón de mi ser. Su tacto era delicado y no me hacía ningún daño. Era como si el buscara la forma de hacerme las cosas más sencillas.

Sabía que no debía acceder a ningún tipo de ayuda. Después de todo, él era un hombre. Hermoso, sí. Tierno y divertido. Pero hombre a fin de cuentas. No debía olvidar todo lo que había vivido. De lo contrario, estaría de nuevo en ese hoyo sin salida.

Rachel me miró con curiosidad por el espejo retrovisor sin intentar disimular ni un poco.

—Así que... —la mujer carraspeó graciosamente—. ¿En dónde te metiste?

Alcé ambas cejas y me hice la tonta.

—¿A qué te refieres? —pregunté con inocencia.

Rachel arqueó una ceja con lentitud y una sonrisa de satisfacción se apoderó de sus labios. A mi lado, Ryan resopló pero no abrió esa odiosa boca suya.

—Oh ya sabes —Rachel dijo colocándose un mechón de cabello rebelde tras la oreja—. Desapareciste un buen rato, pensé que el suelo te había tragado de repente.

Mi tutora no me engañó ni por medio segundo. Ella me había visto con Sam, y ahora trataba de sonsacarme información.

Rodé los ojos con teatralidad, pero un obvio rubor cubrió mis mejillas.

—Di una vuelta.

—¿Ah sí?

—Ajá.

Ella me sonrió con descaro y abanicó sus pestañas en mi dirección. Tragué saliva y apreté la boca tratando de no parecer demasiado apenada. Rachel se encogió de hombros y me guiñó un ojo. Casi me atraganté.

Rachel se dio la vuelta poniendo su vista de nuevo al frente en la carretera. Mis músculos se relajaron y mi mente cayó en su sitio. Las ventanas del auto estaban por completo empañadas y con pequeñas gotas de lluvia resbalando por su superficie. Me hizo recordar cómo mi hermano y yo solíamos dibujar sobre los vidrios en aquella misma situación cuando éramos niños.

Nos sentíamos como pintores, por ridículo que parezca. Él terminaba con los dedos húmedos y fríos, pero realmente satisfecho con su representación de Batman. Él sonreía de oreja a oreja y me sacaba la lengua esperando demostrar que su dibujo era mejor que el mío.

Lo que terminaba siendo verdad. Lo mío eran más bien los dibujos abstractos a los que solo yo les hallaba forma.

—¿Samuel es un buen bailarín? —Rachel me arrebató bruscamente de mis recuerdos.

—¿Qué?

—Ya sabes, el chico del que apenas te despegaste.

—Oh Rachel —mis mejillas eran ridículamente escarlatas—. Esto es tan incómodo.

Lo que no conoces de mí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora