Ever.
Estaba volviéndome paranoica. Pero no podía evitarlo. El corto camino para recoger mi maleta lo sentí como si fuera eterno. Juraría que me estaban siguiendo. Unos ojos puestos en mi espalda todo el tiempo.
Salí lo más rápido que pude del aeropuerto sin atreverme si quiera a mirar detrás de mí. Tomé el primer taxi que me encontré y me trepé dándole unas vagas y rápidas indicaciones, que esperé, fueran correctas. Tardé más de una hora en llegar a la casa de Rachel, pues la paranoia me había obligado a dar rodeos totalmente innecesarios.
Por poco me deshice de alivio al cerrar la puerta detrás de mí. Quise echarme a llorar de puro gusto por estar a salvo. O eso suponía.
Al aterrizar, había decidido no avisar a Rachel, pues, en primera, tenía que tener algún tiempo a solas para poner mi persona en orden, y en segunda, quería sorprender a mi tutora. Un impulso ridículo, pero sabía que la haría feliz.
Di una vuelta por la casa, y no me sorprendí al comprobar que estaba completamente sola. Casey sólo trabajaba cuando yo estaba, ya que me hacía compañía, y Rachel seguramente estaría con su esposo. Bien, tenía la suerte de mi lado.
Subí a la recámara que Rachel me había asignado con la pesada maleta colgando de las manos, la dejé en el piso y cerré la puerta. Era raro volver allí después de haber pasado más de una semana fuera, pero sabía que no tardaría en agarrar el hilo nuevamente.
El Oficial Rain, Bruno y el Detective Rojas me habían machacado por completo, sin embargo, estaba muy agradecida con ellos. Había sido duro enfrentármeles otra vez, pues fue evidente que no decía ni la mitad de las cosas que pasaron cuando estuve en mi primer interrogatorio. Creí que estarían enfadados conmigo, pero no pude estar más equivocada. El Oficial Rain solo se limitó a abrazarme, fuerte, firme y sin un gramo de lástima. Sólo con admiración. Y Bruno... no pude evitar sonrojarme al recordarle.
Él era apuesto. ¿Para qué negarlo? El último día de evidenciar cada una de las pruebas, y de revisar hasta el cansancio los informes médicos, estuve a punto de romperme por completo. Santi no pudo ir a recogerme, así que tuve que pedirles a mis padres que fueran por mí. Solo que ellos nunca llegaron.
Ya estaba muy oscuro, y francamente, no me atreví a moverme de allí. Bruno fue quién me encontró sentada en la banqueta viendo fijamente la carretera. Muy amablemente, se ofreció a llevarme, y aprecié con el corazón el que no me hiciera preguntas. Estaba cansada, hundida, humillada, y si, totalmente desesperada.
Las luces de la casa estaban encendidas. Estaba aterrada de entrar, pero no podía quedarme con Bruno.
—Gracias por traerme —murmuré con la vista hundida en los asientos.
—No es nada Ev —él ronroneó con esa voz tan bonita que tenía.
Me giré dispuesta a bajarme y afrontar la situación, como siempre hacía, pero Bruno me detuvo jalando la puerta hacia dentro antes de si quiera poder abrirla.
—No te mereces esto —Bruno afirmó apretando el volante del coche.
—Nadie lo hace.
Sentí su mirada encima todo el tiempo, pero como una buena cobarde, no me atreví a mirarle de vuelta. Él suspiró, y pasó un par de minutos en silencio.
—¿Ev? —preguntó en susurro—. ¿Puedo darte algo?
Asentí sin voltearme, y sin pensar ni un poco en mi respuesta—. Mírame —él pidió.
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Lo que no conoces de mí ©
Fiksi UmumLa vida se fractura a mí alrededor sin descanso. Las grietas se hacen más grandes, más evidentes, haciéndome imposible ocultarlas a simple vista. Me tambaleo, derrumbándome, perdida en la oscuridad. Enterrada de una forma tan terrible que ya ni siq...