Ever.
—Muy bien jóvenes, necesito que hagan por lo menos diez ejemplos de presente, pasado y futuro del verbo estar —la señorita Rhys impuso a mitad de la clase de español, haciendo exagerados ademanes con sus manos repletas de pecas.
—¿Diez en total? —una chica a mi lado preguntó, y por como miraba a la maestra, supuse que esperaba un si por respuesta.
—Claro, si gusta también puede tomar té y comer galletitas mientras lo hace señorita Davis —la señorita Rhys respondió sarcásticamente. Kate Davis enrojeció, haciendo notar cuan avergonzada estaba, cruzó sus brazos encima de su pecho, y clavó la mirada en el suelo—. Son treinta oraciones, me las entregarán al finalizar la clase.
Los quejidos de mis compañeros no se hicieron de esperar, pero yo me limité a permanecer en silencio. Sin más, comencé a elaborar la tarea asignada.
Al paso de quince minutos ya había concluido las treinta oraciones. Suspiré y deje el lápiz en el pupitre, poniéndome de pie para entregar el trabajo. Caminé lentamente hacia el escritorio dónde se encontraba la maestra, y tuve que carraspear para que ella alzara la cabeza y se diera cuenta de mi presencia.
—¿Si señorita? ¿Se le ofrece algo? —Rhys preguntó con fastidio evidente.
No respondí. Simplemente estiré mi brazo y le entregué la libreta sin titubear. La mujer lucía bastante sorprendida de ver el ejercicio completo y sin ningún error.
—¿Ya has estudiado español en otro lado? —inquirió en un tono más amable y curioso.
—No —farfullé con indiferencia. La señorita Rhys se me quedó viendo escéptica, así que no tuve más remedio que seguir la conversación—. Soy mexicana.
Ante mi declaración la mujer puso cara de póker, pero solo durante el corto tiempo en el que procesaba la información. Al segundo siguiente, una bonita sonrisa adornaba su típica expresión malhumorada.
—¿Intercambio escolar? —cuestionó con una evidente sed de chismorrear.
Asentí en respuesta tensándome ligeramente. Al darse cuenta de mi falta de entusiasmo, la maestra se encogió de hombros y continuó analizando mi trabajo.
—Perfecto —dijo al cabo de cinco minutos—. Será genial tener a alguien en la clase que si dé el aprovechamiento esperado. Puede retirarse señorita.
Asentí, y una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios.
Me giré para tomar mi mochila, y casi pego el grito en el cielo al ver quien se encontraba justo detrás de mí. Demasiado cerca. La chica rubia que yo había enviado el piso el día que Ryan me dejó abandonada, estaba de pie tímidamente con la libreta entre sus manos.
Me llevé una mano al pecho para incitar a mis latidos a apaciguarse. Tomé rápidamente mis cosas, y salí con prisa del aula. Ya en el pasillo, solté un largo suspiro, vaya susto que me ha dado, pensé.
Me dirigí a mi casillero, para dejar el material de Español y sustituirlo por el de Historia. Estaba a punto de concluir, cuando la campana sonó anunciando el cambio de clase. Cientos de pasos y murmullos retumbaban a lo largo de todo el pasillo, sin embargo los ignoré con facilidad.
Minutos después los alumnos seguían reunidos sin moverse, y supe que no quedaría más remedio que abrirme paso a través de ellos para llegar al aula de Historia. Sin más, me di la vuelta para comenzar con mi labor, pero me detuve en seco al ver quien estaba mirándome fijamente y totalmente despreocupado.
Sam estaba recargado en los casilleros del otro lado del pasillo, con las manos dentro de los bolsillos de sus jeans, los alumnos seguían avanzando justo frente a él, algunos incluso titubeaban un poco al pasar por su lado, y me pregunté vagamente si él no le estaría bloqueándoles el paso.
ESTÁS LEYENDO
Lo que no conoces de mí ©
Ficción GeneralLa vida se fractura a mí alrededor sin descanso. Las grietas se hacen más grandes, más evidentes, haciéndome imposible ocultarlas a simple vista. Me tambaleo, derrumbándome, perdida en la oscuridad. Enterrada de una forma tan terrible que ya ni siq...