Capítulo 10

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Después del filme decidimos dar unas vueltas por el centro comercial, aprovechando que aún quedaban horas de sol debido a lo temprano que había terminado la función. En esta ocasión me prestaba yo para conversar y participar más de esa interacción que hasta entonces había parecido más un monólogo. Las risas no tardaron en aparecer, me sentía tranquila y capaz de disfrutar de una tarde junto a Tomás con buen ánimo, pero un grito asustado de mujer no muy lejos de nosotros fue el inicio de lo que arruinaría nuestra salida. Desearía no tener tanta curiosidad, haberme opuesto a caminar en esa dirección y jalarlo conmigo lo más lejos posible. Pero hay veces en las que simplemente te dejas llevar y sigues a la multitud, aunque tengas el leve presentimiento de que algo podría salir mal.

A unos metros de nosotros se encontraba un par de guardias de la liga anti magia amenazando con sus armas a una familia sospechosa de pertenecer al mundo mágico. Los recuerdos de la niña muerta frente a mí me invadieron dándome una leve sensación de mareo, entremezclándose la realidad con mi memoria. Cuando volví en mi mis piernas se habían vuelto inestables y Tomás me sujetaba para evitar una caída. Me hablaba sin que yo lo oyera, pues atención estaba puesta a unos metros más allá, donde los guardias seguían amenazando a esa familia para que caminara en la dirección que ellos querían. Las lágrimas amenazaban con caer al ver tal espectáculo, revivir recuerdos poco amigables y volver a sentir esa impotencia infernal que me impedía actuar como me hubiese gustado.

—Vámonos por favor —supliqué en apenas un susurro cuando volví a ser consciente de la cantidad de miradas posadas en mí.

—Claro, claro... no te preocupes, no te harán nada. Somos mortales y si se nos acercan yo hablo por los dos.

—Gracias.

A paso apresurado caminamos en sentido contrario de esos guardias en busca de una salida cercana al paradero donde esperaríamos el bus que nos llevaría de regreso. Ahí me senté y solté el aire, respirando hondo para recuperarme luego de la carrera y devolver mi adrenalina a sus niveles normales. Cuando ya me fui calmando el viento de la tarde me hizo temblar, luego de haber sentido calor mi cuerpo reclamaba pidiendo abrigo.

—¿Te sientes bien? —Preguntó mi acompañante con tono preocupado, recordándome a aquel primer recreo que compartimos en el que mi nerviosismo provocó una reacción similar en él.

—Sí, ¿P-por qué lo preguntas?

—Estás temblando y aún no recuperas tu color normal del todo.

Desató el polerón que llevaba atado a su cintura y lo colocó sobre mis hombros para darme calor. Pese a mi negativa para llevarlo encima, insistió en que lo vistiera, a lo que no me pude volver a negar luego de estremecerme con otra ráfaga de viento helado. Cerré mis ojos en busca de mi calma, sin embargo cada vez que dejaba de ver mi entorno mi mente me jugaba una mala pasada llevándome de nuevo a la escena acontecida solo unos minutos antes y aquella sucedida unas semanas atrás. Parecía que aún podía escuchar los gritos, los sonidos de las armas y sus voces amenazantes que impedían cualquier intento de defensa personal. Aquello no logró más que formar un nudo en mi garganta que en cualquier momento me haría liberar mis lágrimas, sumiéndome en un llanto que difícilmente lograría controlar.

Me mantuve con los ojos abiertos y aplicando las técnicas que venía usando desde pequeña para ocultar mi pánico y angustia. Luego de la muerte de mis padres, al día siguiente cuando comprendí que ellos no volverían me permití gritar como nunca en ese cuarto secreto que creó mamá en el momento. Nadie podía escucharme ni verme ahí, lo cual es un consuelo para alguien que tiende a ser reservado con sus emociones. Me desahogué todo lo que pude y quise, así cuando la pena volví a asaltarme la aguanté y oculté para no delatar mi verdadero ser.

Nos bajamos del bus cuando eran recién las cinco de la tarde. Todos en la casa hicieron notar su sorpresa, argumentando que esperaban que regresara más tarde a casa. Sin ánimos de explicar nuevamente lo que había vivido mentí diciendo que se nos habían acabado los panoramas, por lo que decidimos regresar a casa.

Cuando ya estuve en mi habitación acostada sobre mi cama, aun cuando intentaba recordar las cosas buenas que había vivido, solo acudían a mi mente aquellas horribles imágenes, impulsándome a llorar tanto como aquella vez en el cuarto secreto.

Y casi lo hice.

***

El lunes siguiente a mi salida con Tomás, Karen nos llevó a Jaime y a mí al colegio en su auto debido a la queja que había hecho yo el día anterior respecto a un dolor de pies y de cabeza. Agradecí ese gesto, sobre todo porque ya no quería dar más pasos con mis pies una vez que caminé del pasillo hasta el salón de clases, lo que se debía a la poca magia que había podido hacer a lo largo de esas semanas, acumulando mis poderes en cantidades exorbitantes. Por otro lado, el dolor de cabeza había empezado cuando Alain me hizo saber sus sospechas con respecto a un vecino que acababa de mudarse al edificio en que vivía y que se topaba de vez en cuando en la entrada o en el ascensor.

—Me mira de forma extraña, como si me reprochara algo. Le hablé a mi hermano y él tiene sospechas similares.

—¿Qué sospechan? —Pregunté yo con preocupación a través del teléfono.

El sonido del timbre me sacó de mis pensamientos e hice mi mejor esfuerzo por mantenerme atenta a la clase de química, sin poder lograr mi objetivo, cayendo dormida sobre mi mesa a los pocos minutos. Había pasado casi toda la noche sin poder dormir debido a la preocupación que me había dado el relato de Alain, temiendo que algo malo le ocurra a él o a su hermano.

A la hora del recreo, una vez que me rendí en mi búsqueda de mi amigo, me dirigí a paso cansado al lugar donde Jaime solía reunirse con los suyos. Noté que el rostro de Tomás se teñía de un leve color rojo a medida que me acercaba, pero no tenía cabeza para pensar en ese tipo de detalle, pese a que lo noté. En vez de eso, mi mente se vio invadida por la cantidad de escenarios que creaba y razones por las que Alain había faltado a clase, porque los pudieron haber encontrado e identificado como seres mágicos. De ser así ya no estarían con vida.

Al igual que todas las veces que compartía con ellos, me mantuve en silencio a un lado del grupo con aire ausente pensando en Alain, mientras Tomás seguía mirándome con un pequeño grado de preocupación en su rostro. Me pregunté si era por lo ocurrido cuando salimos o por mi actitud en ese momento, pero fuera cual fuere su razón no la pregunté.

Cuando estuve de regreso en el salón me senté en mi asiento habitual y vi el ingreso de mis compañeros de clases, entre ellos aquella chica que tanta curiosidad despertaba en mí. Sus ojos nuevamente se fijaron en mí. Parecía molesta, como si yo hubiese algo que la pudo hacer enojar más de la cuenta como para tener esa actitud conmigo. En un momento pareció tener la decisión de acercarse a mí y yo ahí la esperé a que llegara. La veía frente a mí gritándome, delatándome frente a mis compañeros, miedos que se vieron deshechos una vez que entró el profesor dando la orden a todos de tomar sus lugares. Entonces recordé la charla que había tenido con Alain el fin de semana.

—¿Qué sospechan? —Pregunté yo con preocupación a través del teléfono.

—Tenemos miedo de que sea un guardia de la liga y esté investigándonos —confesó su preocupación, la cual continuó poco después—. Además, no sé si viste en las noticias, pero ahora se está hablando de que están terminando un radar para ubicarnos y devolvernos al mundo mágico o a algún lugar donde nos investiguen.

—¿Un campo de concentración?

—Algo así... Se ha comentado... no son noticias oficiales, pero...

—Dime —Le exigí yo invitándolo a hablar.

—No sé cuál de las dos opciones es peor, dicen que nos quieren concentrar en el mundo mágico para destruirnos junto con él o mantenernos encerrados en el campo de concentración para investigar de dónde vienen nuestros poderes y si es posible pasárselos a humanos.

La respiración se me cortó unos segundos mientras mis manos comenzaban a temblar, haciéndome difícil sostener el celular junto a mi oído.

—¿Qué haremos? —Pregunté sintiendo cómo la desesperación comenzaba a querer dominarme.

—Lo mejor que podemos hacer es evitar hacer magia para que no lo sientan con el radar.

La última hechiceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora