Salimos todos como curso en dos filas sin oportunidad de escape debido a los guardias que nos vigilaban paso a paso para evitar posibles huidas. Sentí como si nos llevaran al matadero y es que esa era uno de mis posibles destinos. Al llegar al gimnasio nos encontramos con otras clases ahí para ser revisadas, entre ellos el curso de Jaime, lo que me brindó mayor tranquilidad, aunque cierta vergüenza de ser descubierta ante ellos. Un par de guardias se pusieron frente a todo el grupo y comenzaron a explicar sus razones, la importancia que tenía para la ciencia investigarnos, tener un censo de todos nosotros y verle una utilidad a nuestros poderes dado la injusticia de que solo algunos se vean beneficiados por ellos.
—Ahora les explicaré cómo haremos esto. Sacaremos al frente a un grupo de ustedes y pasaremos con el radar por la fila, eso es todo. Si son humanos, no tienen nada que temer, no les sucederá nada.
Tragué saliva con dificultad mientras veía a los grupos de chicos y chicas pasar al frente para ser revisados. Nos sacaban al azar, como si quisieran poner a prueba los nervios de los mágicos que estábamos escondidos entre medio en busca de algún modo de escape. Poco a poco los que quedaban éramos menos, los amigos de Jaime habían pasado ya y regresado a su salón, pero él continuaba ahí junto a mí. Todo parecía ser bastante tranquilo y rutinario hasta que fue el turno de la chica de mi clase. El radar se disparó cuando se detuvieron frente a ella, por lo que la apartaron del grupo entre dos guardias mientras ella gritaba con desesperación que la dejaran libre.
—No he hecho nada, por favor —decía alzando la voz, la cual luego de un par de segundos se le quebró. La sacaron a rastras del gimnasio ante el desconcierto de todos los que quedamos en el lugar. Inconscientemente apreté la mano de Jaime con más fuerza de la debida, razón por la cual me susurró al oído.
—No nos pasará nada, tranquila.
Pero sí que iba a pasar, del mismo grupo extrajeron a un chico desconocido para mí y se lo llevaron del mismo modo.
—Ahora les toca a ustedes —anunció un guardia señalando a todos los estudiantes que formarían el siguiente grupo.
Fue como revivir aquel día unos años atrás, cuando en medio del pánico no me di cuenta y mamá ya se había encargado de dejarme en un lugar seguro para que nadie me hiciera daño a mí. Mi corazón latía del mismo modo y mi mente trabajaba tan rápido, procesando millares de ideas para salvarme, sin permitirme tomar ninguna y aplicarla. El radar estaba solo a unas cinco personas de mí y mis piernas parecían fallar, me dolían las rodillas y por más que hubiese querido correr mis pies parecían estar pegados en el suelo. Una fuerza empujaba todo dentro de mí, como si quisiera hacerme estallar en su búsqueda de algún lugar por el que salí, hasta que se lo permití y de mis labios brotó la palabra indebida: maldición. Un olor a quemado ingresó por mis fosas nasales y cuando volví a la realidad el guardia que nos revisaba estaba a dos personas de mí revisando el radar que despedía pequeñas nubes de humo.
—Esto se averió —exclamó perdiendo la paciencia luego de dos intentos por hacerlo funcionar nuevamente.
—¿Cómo que se averió? —Cuestionó otro guardia que parecía ser de los jefes debido a su uniforme—. Tenemos que terminar de revisarlos... ¿trajeron otra máquina?
Al joven que nos revisaba se le heló la sangre y su piel palideció, no había traído repuestas. Su mayor, viendo la reacción de su inferior pasó una mano por su cabello como muestra de la poca paciencia que le quedaba. Nos echó una mirada para contarnos y ver cuántos éramos los que faltaban por revisar y meditó un par de segundos el siguiente paso a dar, mientras mis piernas aún temblaban por el nerviosismo que nos envolvía a todos en ese momento.
—¡Maldita sea! ¿Cómo pueden ser tan irresponsables? —Exclamó alzando la voz por sobre las voces de los estudiantes que en medio de murmullos se comunicaban confusos—. Vamos a tener que regresar otro día.
—¿Y los niños que ya tenemos presos, jefe? —Preguntó en voz baja el joven ya guardando el radar con la cabeza gacha para ocultar el sonrojo de su rostro.
—Los llevaremos igualmente, allá veremos si son o no seres mágicos.
Tragué saliva mientras veía cómo tomaban sus cosas y se marchaban advirtiéndonos que regresarían para revisarnos a todos y pensaba en los jóvenes que ya se habían llevado y que, seguramente, no regresarían. Un suspiro de alivio salió por entre mis labios mientras me dejaba caer en la primera fila de la galería, aguantando los más que podía las lágrimas de alivio y angustia de la incertidumbre que envolvía el destino de aquellos inocentes, entre los que se encontraba Alain.
—¿Qué pasa, Laura? —Me interrogó Jaime sentándose a mi lado con rostro preocupado. Negué con la cabeza mientras intentaba serenarme sin éxito, sintiendo un par de miradas sobre mí por parte de mis compañeros.
El aire se me hizo poco y en un llamado desesperado a mi acompañante, le pedí que saliéramos y fuéramos a un lugar más tranquilo, sin importarme si debíamos regresar o no a nuestros salones. Como una niña pequeña, sin ser capaz de tomar decisiones, me dejé guiar por él hasta el patio donde nos sentamos en una banca para que yo pudiera respirar tranquilamente.
—Déjame sola —pedí cuando ya estuve más tranquila.
—No.
—Por favor —supliqué.
—¿Cómo te voy a dejar sola así? Ni siquiera sé qué te pasó, qué te asustó tanto si a nosotros no nos iban a hacer nada.
—¿Acaso no te da pena lo que le van a hacer a esos chicos que se llevaron frente a nosotros? —Pregunté para averiguar por fin cuáles eran sus pensamientos con respecto al tema, ya que no había tenido ocasión anterior de hacerlo. Hasta el momento, su indiferencia me dolía y hería más de lo que debiera hacerlo la opinión de alguien a quien apenas conozco y es que, aunque yo no lo quiera, se supone que somos familia y debiéramos apoyarnos unos a otros.
—Da pena ver cómo se los llevan y rabia también, pero ¿qué podemos hacer? Podemos quedarnos callados como hicimos y mantenernos a salvo o tratar de hacer algo y salir perjudicados también.
Inevitablemente recordé a la niña que murió frente a mí aquel día que visité el departamento de Alain, la rabia que sentí y lo mal que hice sentir a Greg por esa clase de sentimientos descargados contra él. Mordí mis labios, las lágrimas volverían a caer si no lograba calmarme de verdad y con Jaime presente me costaba el doble, porque sentía que con él podía desahogarme. El problema era que mi desahogo podría llevarme a confesar cosas que él no debería saber, por mi seguridad y la de él.
—¿Qué pasa, Laura? —Continuó con tono tierno—. Sé que tienes algo que contarme, puedes desahogarte conmigo cuanto quieras, para eso soy tu hermano.
—Es que no entenderías.
—Entonces ayúdame a entenderte y poder ayudarte.
Miré al chico a los ojos, viendo la sinceridad en ellos con que me hablaba. El suelo pareció haber desaparecido debajo de mis pies, porque me sentía caer en un abismo y afirmarme de él era mi única salvación. Busqué a mi alrededor a algún curioso que podría estar escuchando nuestra conversación, pero estábamos solos en el patio, era la oportunidad perfecta para por fin poder sacar ese peso de mis hombros.
—Lo que te diga ahora no lo puede saber nadie más —le advertí.
—Entiendo.
—Promételo.
—Lo prometo.
Tomé aire meditando nuevamente la decisión que acababa de tomar, pero me parecía que era lo más correcto en el momento.
—Jaime... soy una hechicera.
ESTÁS LEYENDO
La última hechicera
FantasiaOculta de los humanos, fingiendo ser una chica normal, así es como tiene que vivir Laura, una joven hechicera de 16 años que ha sufrido más de lo que debería. La vida le ha enseñado que no puede confiar en los mortales, pero luego de ignorarlos por...