Capítulo 12

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—¿Dónde estoy? —Pregunté confundida al ver el lugar en el que me encontraba al abrir los ojos. Estaba segura de que me había dejado a mí misma en el gimnasio apoyada en un pilar con apariencia de dormida, pero regresar estaba acostada en una camilla, por lo que deduje que estaba en la enfermería. Nunca había estado ahí y tampoco quería seguir en ese lugar. Intenté sentarme pero tres voces me dijeron "no" y unas manos me hicieron volver a mi posición anterior. Miré a mi alrededor y había una mujer con uniforme celeste, Jaime y Tomás.

—¿Cómo te sientes? —Me interrogó la enfermera mientras revisaba mi rostro para corroborar que haya regresado a su color normal y tomaba mi muñeca para evaluar mi pulso.

—Bien... perfectamente bien diría yo —aseguré para que los dos chicos quitaran sus rostros de preocupación. Aún me preguntaba qué hacía Tomás ahí si mi hermano era Jaime.

—No puedes estar perfectamente bien si te desmayaste. Hiciste que tu hermano y tu novio se preocuparan mucho, llegaron aquí gritando mientras pedían ayuda.

—¿Qué? —Miré interrogante a ambos chicos que en ese momento intentaban ocultar sus rostros sonrojados por la vergüenza que les dio la declaración de la profesional. Pese a que me causó cierta gracia aquella reacción, no me podía dejar llevar, debía pensar en la forma en que actúa una persona que realmente se desmayó recientemente ya que no podía explicar lo que sucedió en verdad.

—Iré a llamar a tus padres, no puedes quedarte aquí en el colegio después de lo que pasó —dijo la enfermera antes de acercarse a la puerta para ir a explicar a los directivos el motivo de mi retiro. Cuando se fue miré a los chicos y me sentí en libertad de preguntar qué había pasado.

—¿Cómo pasó?

—El director durante su discurso se quejó de que había gente que estaba durmiendo mientras él hablaba —empezó Jaime— así que Lorena te movió un poco para que te despertaras y no tuvieras problemas. Caíste inconsciente y si no fuera porque estaban unos chicos sentados frente a nosotros, habrías pasado de largo y caído por las gradas.

—Te trajimos aquí para que te ayudaran, tu amiguito Carlos ni siquiera se veía preocupado, se vino caminando como si nada —continuó Tomás hablando de modo despectivo cuando se refirió a Alain.

—¿Cómo sabes quién es Carlos si no lo he presentado —cuestioné yo con cierta curiosidad. Al instante Tomas volvió a adoptar esa actitud tímida y avergonzada, como si fuera un niño pillado en medio de una travesura y con voz baja respondió:

—Los he visto juntos.

Los siguientes segundos se llenaron de un silencio incómodo hasta que la enfermera volvió anunciando que Karen ya estaba en camino para venir a recogerme. Me quedé abatida en la camilla pensando en algún modo de hacerle saber a Alain lo que había visto, pero mientras más avanzaba el tiempo, más difícil veía la posibilidad de contárselo ese mismo día.

***

En casa los cuidados que se me daban me parecían excesivos, manteniéndome aburrida la mayor parte del tiempo al verme impedida de moverme y salir de la vivienda. Karen había volado al colegio para ir a buscarme, al no poderme cargar me hacía caminar lentamente apoyada en ella y así mismo subimos las escaleras de la casa para acostarme en mi cama. No tenía permiso para levantarme a no ser que quisiera ir al baño lo que no ayudaba a disminuir mi desesperación por no haber podido informarle a mi amigo acerca de lo sucedido. Pero luego del esfuerzo para sacar mi mente de mi cuerpo por tanto tiempo por primera vez había agotado casi por completo mis fuerzas. Ya unas horas después y sin los niveles de adrenalina que tenía al regresar de mi viaje comenzaba a sentir el cansancio.

Pese a que en su momento solo quería dormir, encendí mi laptop y la acomodé sobre mis piernas ya que todavía existía la posibilidad de que mi amigo se conectara a internet y logre conversar con él. Por muy riesgoso que era, debía hacerlo. Sin embargo, pasaron tres horas y nada, lo único que conseguí fue un dolor de cabeza y una lucha conmigo misma para no decir la tentadora palabra "maldición" o sus derivados por la frustración cada vez que revisaba el celular en busca de algún mensaje.

Estaba concentrada en la pantalla, actualizando de vez en cuando Facebook y mirando el celular cuando se abrió la puerta de mi dormitorio y entró Jaime junto a Tomás. Miré al segundo con sorpresa, pues no esperaba su visita, pero en el momento en que me saludó explicó que había quedado preocupado luego de que me marchara.

—Y no es para menos si yo te vi cómo caías desmayada —continuó—. Además... tengo que hacer un trabajo con tu hermano y...

—Gracias por venir —preferí cortarlo antes de que continuara con sus excusas. Si bien se veía tierno con las mejillas rojas por la vergüenza y su mano acariciando su cuello mientras miraba al suelo, no tenía ánimo para ello. Tenía que contactar a Alain y si ellos dos estaban presentes no podría hablarle tan cómodamente.

—¿Cómo te has sentido? —Preguntó Jaime salvando a su amigo de una situación aún más embarazosa—. Tus mejillas se ven rojas.

—Estoy bien.

—Parece que tienes fiebre —comentó tocando mi frente y comparándola con la suya.

—No tengo fiebre —le negué respirando hondo para ganar algo de paciencia.

—Iré a buscar a tu mamá para que ella diga —anunció Tomás su salida, aumentando mi rabia.

Sentí mi rostro arder por la rabia que estaba sintiendo. Las circunstancias estaban llevando mi paciencia al nivel mínimo, razón por la cual lo único que deseaba en ese momento era estar sola para seguir mis intentos por contactar a Alain para poder prevenirlo de lo que había hallado. Jaime se quedó sentado hacia los pies de mi cama mirándome con rostro preocupado, entonces me di cuenta que no estaba haciendo más que empeorar las cosas en casa, así aumentarían los cuidados que Karen me estaba dando y menos probabilidades tendría para estar a solas. Sin querer mis labios susurraron la palabra indebida: maldición. Mi corazón se aceleró del miedo a verme descubierta y asustada miré a mi alrededor en la habitación esperando a ver su efecto.

—Oh no —dije suavemente, provocando una expresión de extrañeza en Jaime.

—¿Qué dices?

Afortunadamente para mí, la magia cayó sobre un objeto a la espalda de Jaime, fuera de su vista. Un libro flotaba libremente a unos pasos de mí, por lo que con un sutil movimiento de mano lo empecé a bajar lentamente, pero la puerta abriéndose repentina y bruscamente me asustó y lo dejé caer de golpe, haciendo que se produjera un ruido fuerte que escucharon todos los presentes.

—¿Qué fue eso? —Preguntó Karen aún parada en el umbral de la puerta

—No lo sé —se giró y vio el libro, el cual recogió y volvió a colocar en su lugar—. Debiste haberlo colocado mal.

—A ver, mi niña —dijo Karen colocando una mano sobre mi frente—. Mmm... no tienes tanta fiebre, yo diría que casi nada.

—Hace un momento habría jurado que tenía fiebre —comentó Jaime confundido.

—A lo mejor exagerabas —explicó su madre con una pequeña risa.

Cuando todos se marcharon de mi habitación paradejarme descansar pude suspirar con alivio. Di gracias a que el susto que mellevé haciendo magia sin querer me haya bajado la rabia y, con ello, latemperatura que había preocupado a todos un momento antes. Sin embargo, aquellono me quitó la preocupación, debía contactarme con Alain para advertirle yademás mantenerme alerta. Lo único que deseaba era que los radares no hubiesensentido mi magia. 

La última hechiceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora