Capítulo 26

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Cuando rememoraba mi niñez, siempre me parecía que en aquellos años la vida me era bastante más sencilla, y teniendo la oportunidad de verme a mí misma como niña en vivo y en directo daba por comprobados mis pensamientos. Estando en el pasado no quise desperdiciar la idea de poder ver por última vez a mis padres en caso de que las cosas salieran como menos me lo esperaba, algo así como una despedida, parecida a las que tuve en el futuro.

Me veía a mí misma jugando en el parque con mis amigos de pequeños sin imaginar el trágico fin que tendrían sus vidas, sin pensar en lo que me deparaba a mí el destino. Sentada en una banca vigilaba mamá, siempre atenta en caso de que algún peligro amenazara a su hija. Quería memorizar su rostro para no volver a olvidarlo ni mezclarlo con el de otra mujer.

Tenía que prepararme para viajar al mundo real, me faltaban ánimos, sentía que nada valía la pena y por lo mismo me escabullí para verlos a ellos. Me repetí una y mil veces que debía hacerlo por ellos, para que mis amigos tuvieran la oportunidad de crecer y, así, muchas otras familias de reunirse luego de varios años separadas por culpa de los humanos. Para que nuestro mundo siga existiendo y encontremos una forma de vivir en paz con los habitantes de la realidad.

Me marché prometiéndoles a mis padres que haría todo lo mejor que pudiera. La hora de juntarme con los demás para entrar en acción se aproximaba. Dentro de unas horas estaría en Alemania, donde todo empezó.

***

Me mantuve en silencio la mayor parte del tiempo, dedicándome a recibir órdenes y simplemente cumplirlas. Pensaba en la vida que había tenido y todo lo que se evitaría con ello, los horrores que vi y los que sufrí. El miedo que sentí durante esos meses encerrada en una celda la mayor parte del tiempo a oscuras, siendo sacada de ahí para que experimentaran conmigo y estudiaran la forma de tomar mis poderes para ellos poder aprovecharlos. Era mucho lo que cambiaría, pero los recuerdos permanecerían aunque fueran de un pasado manipulado.

Cuando estuve frente a los esbozos del primer radar construido por los humanos me repetí a mí misma los pensamientos que recién había tenido, ignorando por completo los gritos de miedo de los científicos a mi alrededor, similares a los que escuché durante mi encierro. Clamaban por piedad y aunque sabía que si los dejaba en el futuro ellos no la tendrían con nosotros, me era difícil causarles el mismo daño que me hicieron a mí.

Solo una pregunta sin respuesta aún me ahogaba.

¿Por qué?

—Alcanto, ¿qué esperas? Tenemos que acabar con esto rápido —me apresuraba Geox mientras amenazaba a los investigadores.

—¿No has pensado que si procedemos así, después buscarán venganza y empeoraremos las circunstancias que me trajeron hasta aquí?

Su falta de respuesta me dio a entender que me encontraba la razón, aunque no propuso una manera alternativa de actuar. Detuvo a los demás y bajaron sus varitas, tal vez desde un principio las cosas empezaron por mi culpa y venía a enmendar mi error sin saber que empeoraba las cosas, un círculo vicioso del que era difícil escapar.

Oí que gritaba alguien a nuestra espalda. Era un investigador que traía con él a un par de guardias. Sus armas eran diferentes, eran pistolas comunes, nada comparado con lo que diseñarían a futuro. En inglés exigí hablar con el jefe de todos, alzando mi varita para que comprendieran que mis palabras eran enserio. No importó cuánto intentaron abatirme, no lo lograron, la ventaja era mía, por lo que no tuvieron más opción que llevarme ante el susodicho, un hombre entrado en sus cincuenta con un sobre peso notorio. Nos miró a mí y a mis acompañantes exigiendo una explicación, la cual se la di en breves palabras, explicándole lo justo y necesario: vengo del futuro, poco antes de que se desatara una guerra entre humanos y seres mágicos en su totalidad, quienes no tenían miedo a acabar con ellos por todo lo que nos habían hecho.

—Quiero evitar que eso pase, usted también debe saber las consecuencias que puede traer para su mundo, considerando lo que hará con el nuestro.

—No me importa lo que pase con ustedes.

—¿Y con los suyos? Los humanos están en riesgo también ¿no lo entiende?

—Tú no entiendes —se puse de pie bruscamente para caminar hacia mí, por lo que me tuve que poner en guardia—. Ustedes son los poderosos, siempre lo han sido, tienen todo lo que quieren mientras nosotros tenemos que invertir generaciones de investigación para lograr algo que nos facilite la vida y aún no es suficiente. Se nos acaba la energía, el planeta se calienta y ustedes felices en su mundo teniendo la posibilidad de ayudarnos, pero ignorándonos por completo.

—Podemos hacer un tratado...

—Esas cosas no sirven, lo romperán como quieran.

—¡¿Entonces qué quiere?!

—¿Qué quiero? Te diré lo que quiero, quiero verlos hundidos como nosotros lo hemos estado, quiero verlos indefensos sin poderes como un humano, quiero quitarles sus dones y usarlos para nuestro beneficio, eso quiero. El mundo será mejor sin monstruos que estorben.

Siempre diré que aquel fue un ataque de ira, porque no podía existir peor ser que aquel que no era capaz de escuchar y vivir en paz con quienes lo rodean. Siempre pensé que cuando se acabara con la vida de la cabeza de la Liga anti magia sentiría mis deseos de venganza satisfechos, sin embargo cuando lo vi tirado en su escritorio muerto solo me quedó un mal sabor de boca y un pensamiento que dije en voz alta.

—Sí, el mundo será mejor sin monstruos que estorben.

Fuera de la oficina esperaban varios de los empleados aún aturdidos y asustados por lo que acababan de presenciar, dispuestos a servirnos en lo que quisiéramos para conservar sus vidas. Hicimos desactivar el radar para luego destruirlo, borramos todo rastro de las investigaciones que tenían hechas hasta la fecha y dejamos por escrito una propuesta de tratado para una convivencia en paz entre ambas partes. No dimos muerte a nadie más, lo dejamos con la persona de mayor rango luego del director y nos marchamos a la espera de una respuesta.

Una semana estuve en la casa de Geox aún con la imagen de aquel hombre tirado en su escritorio por mi culpa, maldiciéndome porque seguramente no querrían pactar un tratado de paz por mi culpa. En silencio pedía perdón a la gente que le había fallado, por las promesas que no pude cumplir y las expectativas que no logré alcanzar. Entonces tocaron a la puerta de mi habitación.

—Llegó la respuesta.

—¿Guerra?

—No... la aceptan.

—¿Qué?

—Se acabó, Alcanto, se acabó.

La última hechiceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora