Capítulo 18

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Mis pies estaba heridos, las piernas cansadas, el oxígeno me faltaba y el dolor no me daba tregua. Habría caído al momento en que puse un pie fuera de la celda si no fuera por el miedo que sentía, el cual era más grande que todo el cansancio que llevaba a cuesta. Sentía que todo se incrustaba en mis plantas, sacándome más de una lágrima que nublaba mi vista y me impedía evitar las ramas de con la agilidad que poseía. Los árboles parecían reconocerme como un ser mágico que cuida de los bosques, pues algunos se movían un poco para hacerme el camino más fácil, pero pese a todo los guardias me pisaban los talones, disparando a tontas y locas, casi alcanzándome con sus armas.

De reojo vi a otras personas correr casi a la par conmigo, causándome aún más miedo del que tenía. Intenté aumentar mi velocidad sin mayor éxito, mis piernas ya no daban más y en cualquier momento me dejarían caer al suelo. Y lo hicieron. Me creí acabada cuando traté pararme nuevamente y seguir con la carrera sin lograrlo. Cuando los gritos de los guardias anunciando que ya me tenían atrapada se hicieron oír, me resigné a mi muerte, acostada sobre hojas secas de otoño boca abajo esperé que llegara el ataque por la espalda, mas este tardó más de lo que esperaba.

—¡Es una emboscada! —oí a uno de ellos gritar, seguido de varios disparos.

Cerré mis ojos, no quería ver morir a nadie, por mucho que ellos merecieran su muerte. Ya no tenía fuerzas para moverme, respiraba con dificultad, aún sin normalizarme del todo, los hombros me dolían por el esfuerzo que debía hacer. "Así se siente morir", pensé. Lo último que recuerdo antes de caer en la inconsciencia fue un rostro que me parecía aterradoramente conocido, mi inútil intento por pararme con ayuda de mis manos para volver a caer nuevamente y la visión que se tornó negra.

Mi único consuelo era que al menos no sentiría dolor cuando me asesinaran.

***

—Ella te reconoció —susurraba una voz femenina.

—Parece que sí... nunca creí que me la encontraría en este lugar, menos en estas condiciones.

—El destino a veces sorprende.

—Y mucho, creí que estaba muerta. Como sus padres los...

—Sí, por lo general desaparecen de familias completas.

—¿Cómo le diremos?

—¿Qué cosa?

—La profecía.

Sentía mi cabeza abombada, el cuerpo cansado y mis párpados pesaban como cemento, impidiéndome abrirlos con la facilidad que debería. Las voces, si bien eran susurro, me molestaban, quería seguir durmiendo aprovechando la comodidad y el calorcito que me envolvía, llenando mi alma de paz. No me sentía así desde aquel día en que me llevaron de casa y alejaron de los Brito, de quienes no volví a saber más. En las noches de aparente tranquilidad pensaba en ellos y me preguntaba cómo lo estarían pasando ellos. Fueron al orfanato en busca de una hija para tener tres en total y terminaron quedándose con dos de todas formas. Era injusto para ellos.

Un quejido salió de mi garganta y las dos voces se callaron. Oí sus pasos aproximarse a mí y mi corazón se disparó al instante esperando algún golpe o grito de amenaza. Sin embargo, no llegó nada de lo que esperaba, en vez de eso una mano se posó en mi frente y la acarició con cuidado y cariño. Me esforcé por abrir mis ojos y ver al dueño de esa mano, encontrándome con dos rostros preocupados, una mujer de pasados los cincuenta años y un joven que me parecía extrañamente familiar. Ignoré la pregunta de ella y me concentré en enfocar mi vista pese a la luminosidad de la habitación, ya estaba acostumbrada a la oscuridad.

—No puede ser —exclamé con asombro.

Con dificultad me senté en la cama y me alejé lo más que pude, sin mayor éxito ya que choqué con la cabecera de la cama. Con una mano me apoyaba para no caer y con la otra estirada le imploraba que se mantuviera a distancia a aquella desaparición.

—Alcanto, tranquila... soy yo.

Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al volver a escuchar a alguien llamándome por mi nombre del mundo mágico y no por mi nombre de humana. Lo miré con mayor atención, aún incapaz de aceptar lo que mi ojos veían. Esa nariz, esos ojos azules a tono con su pelo del mismo color, se veía más maduro, pero aún quedaban algunos restos del niño que yo conocí y quien tanto quise.

—Dan...

—Sí, soy yo —afirmó él acercándose un poco, tomando asiento en la cama.

—Imposible —negué.

—No, no lo es, soy yo.

—Tú estás muerto, me dijeron que estabas muerto y lo creí...

—Y yo creí que tú eras la muerta.

Con tanta lágrima ya no era capaz de ver con claridad. Agradecí estar sentada, porque mi cuerpo comenzó a temblar con aquella gran emoción, uno de mis amigos de la infancia estaba vivo, no todo estaba perdido después de todo. Sus brazos me rodearon y permitieron llorar en su hombro, llenándome del alivio que mi corazón necesitaba luego de tanto tiempo lleno de dolor y miedo. Había cientos de preguntas por hacer, miles de cosas que aclarar, pero en ese momento solo me bastaba con tenerlo cerca, saber que estaba ahí y que no me lo habían quitado.

Estaba adormecida cuando la voz femenina que escuché mientras despertaba anunció que debía revisar mis heridas y luego comer algo.

—Debes recuperar fuerzas, estás demasiado débil —comentó la mujer mientras me destapaba y comenzaba por mis pies.

—Estoy bien —la contradije.

—Tu pelo y ojos grises no me dicen lo mismo.

Suspiré con pesadez, no me había visto al espejo desde aquel día en que me llevaron, por lo que no sabía qué apariencia tenía. Al no tener ya el hechizo que me hacía lucir como humana, me sentía desprotegida y en desventaja, lo que no me ayudó mientras estuve en manos de la Liga. El saber que la mujer que me había ayudado estaba muerta y que por ello su hechizo se deshizo, empeoró mis ánimos y borró todo mínimo rastro de esperanza a la que me había querido aferrar. Ellos ya podían ver cuánto dolor me causaban, mi tristeza y rabia por medio de mis colores y eso lo odiaba, porque si quería salir de esa debía parecer fuerte. Aunque en la realidad estaba muy lejos de serlo.

—Eso arde, arde... ¿no tiene otra cosa que echarme ahí?

—Niña, esto es necesario para que te recuperes y vuelvas a tener fuerzas —me animaba la mujer.

—¿Y no hay algún hechizo que me ahorre esto?

—No tenemos a ningún especialista en magia del área de salud aquí —se disculpó—. Ya verás que con esto, quedarás como nueva.

Mordí mis labios e intenté guardar un poco las apariencias para no verme débil en frente de mi amigo a quien recién había vuelto a ver, pero no tuve tanto éxito como hubiese querido. Cuando terminó la curación volvía a estar amodorrada, me habría saltado la comida si ellos dos no hubiesen estado ahí para insistir en que comiera. Al terminar la última cuchara me permitieron recostarme para volver a descansar, aunque algo inesperado sucedió. Estando sola en esa habitación que no me había dado el tiempo de analizar, sin más luz que los pocos rayos de sol que se colaban por las cortinas, me di cuenta que al cerrar los ojos no hacía más que revivir los recuerdos de los últimos meses. Yo ya no estaba en ese lugar, pero mi mente jugaba conmigo y me llevaba de vuelta, creando vívidas imágenes que traían el pánico de regreso

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La última hechiceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora