Cliché de corazón roto

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A pesar de lo que sentía, me apresuré para llegar al salón de computación, ya que la cosa sería peor si faltaba a clase.

--Buenas tardes... ¿Puedo pasar?-- pregunté con inseguridad cuando llegué al salón, al mismo tiempo que abría la puerta y la helada mirada del profesor me recorría de pies a cabeza.

--Amaya, la clase comenzó a la 1:30 y son las 1:35--
--L-Lo sé, pero es que tuve algunos asuntos que resolver... No volverá a pasar, se lo prometo-- dije cabizbaja, esperando que el profesor me dejara pasar.

--Es que siempre es lo mismo contigo, llegas demasiado tarde, te disculpas, haces tu cara de niña desamparada...-- decía el docente, sin embargo, yo no lo escuchaba. Ya que mi mirada estaba fija a Allen, que se encontraba concentrado en su trabajo... Sin siquiera darse cuenta de mi presencia.

-En fin, esta es la última vez que te dejo pasar, ¿Entendiste?-- me amenazó el profesor y yo asentí débilmente, para luego pasar a mi asiento, que estaba a lado de Maddy.

--Ay Amy... Te hubieras venido conmigo...-- dijo mi amiga cuando estaba a su lado, pero solamente murmuré un "Sí".

--¿Te ocurre algo?-- me cuestionó al ver mi actitud.

--Oh, no me pasa nada Maddy... De veras-- sonreí de forma falsa, mientras sentía como poco a poco las lágrimas deseaban salir de mis ojos.

--Oye, puedes contármelo, está bien-- susurró a mi oído cuando de pronto me abrazó.

En ese momento quería derrumbarme en sus brazos; decirle que me había arreglado, había planeado y había puesto todas mis esperanzas en que Allen escuchara las palabras de mi corazón... Pero que a él simplemente no le importó.

Sin embargo, no deseaba que la clase viera lo débil que yo podía llegar a ser. Y sobretodo, no quería demostrarle a Allen lo mucho que me había afectado.

--Yo... Te lo contaré luego-- susurré para luego alzar mi mano y solicitar ir al baño.

Solamente deseaba estar sola, por unos minutos, y lo conseguí, a pesar de la resistencia que opuso el profesor.

Después no sé cuánto tiempo pasó. Quizá unos diez o cinco minutos, en los cuales lloré, luego sonreí y al final me maquillé para después regresar al salón como si nada.

//Narra Allen//

Cuando vi que Amaya se había ido, finalmente levanté mi mirada del monitor. Aunque no sé siquiera porque lo hice.

Probablemente lo hice para evadir su mirada melancólica, que me hacía sentir un poco culpable. Pero quitaba esos sentimientos de mi mente pensando en que probablemente todo habría sido una broma ya que... ¿Quién se le declararía a una persona como yo? Respuesta: Nadie.
Y menos alguien tan... Carismática.

En base a eso, supuse que sus amigas habían apostado con ella a que diría que sí, pero como no lo hice, Amaya se entristeció cuando al final no ganó.

–No, no creo que ella sea así... Yo he estado con Amaya por unos dos años, y su actitud no es esa– susurró mi amigo, que estaba a mi lado cuando me escuchó.
Todo este tiempo había estado hablando conmigo mismo, pero creí que el tono había sido tan bajo que nadie lo escucharía.

–Oh vamos Allen, no pongas esa cara. Todo está bien– sonrió de forma aliviada, y me dió unas cuantas palmadas en la espalda cuando vió mi sorpresa.

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Al final, otro día de escuela había acabado, así que de nuevo estaba en el patio en la espera de mi chófer.

De pronto, una ansiedad se apoderó de mí. Y mi estómago comenzó a rugir de forma algo estruendosa; por ende supe que tenía hambre.
Sin embargo, no tenía nada para comer ya que toda mi comida la había consumido en el almuerzo.

–Cielos... Si tan solo la cafetería estuviese abierta...– susurré, al mismo tiempo que colocaba mis manos a mi abdomen.

Entonces, justo cuando creí que mi suerte iba de mal en peor, me encontré a Amaya.
Con un gran trozo de pizza en la mano.

–Ugh... Sólo una triste pizza...– decía con desagrado. –Ya van tres veces en la semana que como pizza y estoy harta– continuó, observando su comida.

Pero lo que para ella era una simple pizza, para mí era como encontrar oro en una mina; tan sólo ver como el queso derretido se desbordaba por las orillas, o como el salami relucía, me hacía salivar.

Solamente había un pequeño (gran) problema, y era que tenía que pedirle un poco de pizza a Amaya (que seguramente estaba enojada conmigo...)

Aún así, me acerqué a ella debido a que el hambre se hacía cada vez más grande.

–O-Oye, ¿P-Podrías darme un trocito?– pregunté con la cabeza gacha.

Me gustan los Chubbys... Como TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora