IV

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—Oh, si quiero hablar contigo —respondió Bárbara en tono delicado, aunque un poco distraída por su reciente encuentro.

Una sensación un tanto peculiar se había apoderado de ella, como cuando estás a punto de dar un discurso importante y justo frente al público, las ideas se van y quedas en blanco.

Sol la observó un momento, sus ojos denotaban un asombro increíble. Una dulce sonrisa se dibujó en sus labios mostrando la simpatía que la caracterizaba.

— ¿Gusta pasar? —preguntó la chica.

Bárbara la miró un momento, aún resonaban las palabras de la anciana en su cabeza con gesto pensativo, asintió.

—Es por aquí —guio a través de la humilde vecindad, que, si bien no estaba sucia, si le urgía una buena manita de gato.

Sol se detuvo frente una descolorida puerta de metal, la cual, hizo un ruido horrible cuando metió la llave y cedió tras un empujón.

—Pase por favor.

Bárbara se paró en el umbral, jamás, ni en sus más remotos pensamientos se imaginó que su linda asistente viviera en esas condiciones. Reduciendo dimensiones, toda la sala, comedor y cocina, cabían con facilidad en el garaje de la rubia, sin contar que no tenía más que un par de sillas de madera y una mesa bastante vieja. La vivienda carecía de enjarre, los ladrillos se asomaban por las paredes, tampoco tenía piso, por lo cual era demasiado fría y húmeda.

— ¿Gusta sentarse? —preguntó Sol jalando una de las sillas.

Bárbara asintió y fue a sentarse con timidez, colocando su bolso Channel en sus piernas.

La Última cerveza del desiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora